España - Valencia
Esplendor y miseria del bolo navideño
Francisco Leonarte
Un concierto de año nuevo con valses,
polkas y otros bomboncillos musicales. A precios muy accesibles. Y el público
ha respondido llenando la sala.
Hay de todo, desde melómanos de pro (que con la música en vivo intentan sacudirse los yinguelbels y otros estribillos navideños que enlatados se escuchan por doquier), hasta la pareja de jubilados (que no suelen tener ocasión de asistir a un concierto de música clásica a pesar de que les gusta eso), pasando por la pareja de amigas (que han decidido vestirse bien y salir de concierto como quien asiste a una fiesta) o por la familia entera, de los nietos a los abuelos (empecinados estos en que la música clásica termine por gustarle a los niños...). Público variopinto pero decidido a disfrutar, que para eso han venido.
Miserias
El programa anunciado en internet es más bien
vago, y sólo se concreta con el programa de mano en papel, bastante cuidado y
con buenas notas, del Palau de la Música de Valencia.
Se trata de una pequeña orquesta, orquesta de
cámara incluso, dirigida oficialmente por
Así las cosas, la obertura del Murciélago,
por ejemplo, se convierte en una suerte de concierto para violín, ad majorem
gloriam del solista, Vasko.
Con lo que, el director de orquesta y los
profesores de la misma están atentos a nunca ahogar al solista de violín, salvo
la trompa que, a pesar del buen nivel del instrumentista, poco hace para
moderar su volumen... O sea, que la cosa queda a veces en concierto para violín
y orquesta y trompa.
Pero hay veces en que los arreglos son pura y
simplemente... simplistas. Véase ese ‘dúo de las flores’ de Lakmé de Leo
Delibes, reducido a una pura melodía ahogada en su propio almíbar... Y no
digamos la obertura del Guillaume Tell de Rossini, reducida a su galop
final que termina como Dios le dio a entender al arreglista… o como al
arreglista le salió del forro de los calzones.
Eso sí, el citado Vasko, con un agudo sentido del CHOU alla americana, parece regocijarse en su gloria de aplausos...
Y también esplendor
Sin embargo, a pesar de todos esos detalles
irritantes, hay que reconocer que Vasko Vassiliev toca soberanamente bien su
violín Amati de 1705. Su interpretación, como propina, de las Czardas de
, por ejemplo, es absolutamente brillante, pero no desprovista de toda la
variedad de acentos y sutilidades que la pieza requiere.
Los profesores de la orquesta también son
maestros, con algo mejor que un sonido opulento, un sonido auténtico.
Es sin duda este tipo de orquesta (en que el número de instrumentistas viene
calculado en razón de las pérdidas o beneficios de la empresa) es el que debía de
corresponder a los conjuntos del XIX, aquéllos que estrenaron los valses,
polkas, operetas y otras piezas que ahora recuperan las macro-orquestas de
sonido dopado. E individualmente, las intervenciones de la viola, el trombón o
el violoncelo son testimonio de la alta categoría de los instrumentistas.
Estamos además ante un auténtico testimonio de
«cultura popular». En la sala, todas las edades, todas las clases sociales,
gente que muchas veces no se atreve a venir a los conciertos o simplemente no
pueden por culpa de precios u horarios (¿¡Cuándo en España van a programar
conciertos a una hora en que la mayoría de los empleados han salido ya del
trabajo ?! Porque a las 19'30 en día laborable sólo algunos
privilegiados pueden darse el lujo de dejar su trabajo para ir al concierto...
Y luego directores de sala y programadores pretenden que la música clásica sea
popular...). El programa además es de los que enganchan, con melodías
atractivas, de los que crean afición. Y hay que reconocer que numerosos
momentos han sido hermosos...
En fin, que ha valido la pena. Por eso y por tantos momentos de hermosura. Y por ver la felicidad de toda una sala con un público variopinto, curioso y entregado. Gracias.
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