España - Galicia
Bordeando la felicidad
Alfredo López-Vivié Palencia
Es evidente que las obras propuestas, todas ellas cargadas de frescura y alegría, son fieles al título general del concierto (“Recorriendo la felicidad”).
Así concluyen las notas
del programa de mano de esta noche. En mi opinión, casi, por dos motivos que
diré enseguida. Pero en general fue efectivamente un concierto feliz gracias a
la concurrencia de los tres factores imprescindibles a esos efectos: el
programa se adecúa a la plantilla ordinaria de la Real Filharmonía de Galicia;
La obertura de Las Bodas de Figaro sonó con vitalidad y
con su adecuado carácter festivo. Es verdad que en el arranque alguna corchea
se quedó por el camino, y no porque se tocase demasiado deprisa; pero eso no
deja de ser un pecado venial, vista la claridad motora de la interpretación.
Además Castro supo contener el tumulto de la conclusión para que se pudiera oír
a la madera cómo guiaba el “crescendo”: muy significativo detalle que revela una
musicalidad cultivada.
Claridad en la obertura y en
todo el concierto. En la Pastorale d’été de
Arthur
Normalmente, cada vez que
escucho una obra de Bohuslav
En la “Toccata” sí reconocí a
ese Martinů que une la transparencia mahleriana con una escritura para la
cuerda que, como buen checo, nunca dobla una esquina en ángulo de noventa
grados sin dejar de sonar trepidante; pero las “due canzoni” me resultaron
fatigosas por lentas, oscuras y lánguidas, sobre todo la primera de ellas a
causa del interminable e incomprensible solo de piano. Una música nada feliz
que no impidió que Castro y la Real Filharmonía se lucieran en una
interpretación impecable.
La Sinfonía “Praga” salió a pedir de boca. Los tiempos animados pero
sin nubarrones sonoros (con buen criterio Castro aceleró ligeramente el
Andante, ya que de otro modo el respeto a la repetición de la primera sección
lo habría hecho algo cargante); el fraseo elegante; el esmero en el equilibrio
de los planos sonoros; el ánimo para que la orquesta sonase con fuerza; y sobre
todo las muy escasas concesiones a los criterios historicistas (vibrato
mesurado, ataques sin asperezas, sonido corpóreo).
Menos una, que constituye el
motivo de mi segunda infelicidad: en el clasicismo vienés la timbalería de
época sólo funciona en el Beethoven más furibundo; en Mozart jamás. Baste el
ejemplo de la insalvable contradicción sonora que resulta de tocar la
introducción del primer movimiento con la solemnidad y redondez que
consiguieron Castro y la Real Filharmonía, mientras el timbal martilleaba con
una sequedad que hacía añicos tan acertado concepto. Con dicha salvedad, salí
feliz del concierto; y el resto del público también.
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