España - Galicia

Bordeando la felicidad

Alfredo López-Vivié Palencia
martes, 30 de enero de 2024
Rita Castro Blanco © by Sarah Ainslie Rita Castro Blanco © by Sarah Ainslie
Santiago de Compostela, jueves, 25 de enero de 2024. Auditorio de Galicia. Real Filharmonía de Galicia. Rita Castro Blanco, directora. Wolfgang Amadè Mozart: Obertura de Las Bodas de Figaro, KV. 492; Sinfonía nº 38 en Re mayor, KV. 504 “Praga”; Arthur Honegger: Pastorale d’été, H. 31; Bohuslav Martinů: Toccata e due canzoni, H. 311. Ocupación: 75%
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Es evidente que las obras propuestas, todas ellas cargadas de frescura y alegría, son fieles al título general del concierto (“Recorriendo la felicidad”). 

Así concluyen las notas del programa de mano de esta noche. En mi opinión, casi, por dos motivos que diré enseguida. Pero en general fue efectivamente un concierto feliz gracias a la concurrencia de los tres factores imprescindibles a esos efectos: el programa se adecúa a la plantilla ordinaria de la Real Filharmonía de Galicia; Rita Castro Blanco –joven directora portuguesa de 30 años- demostró que tiene oficio; y la orquesta tocó estupendamente bien.

La obertura de Las Bodas de Figaro sonó con vitalidad y con su adecuado carácter festivo. Es verdad que en el arranque alguna corchea se quedó por el camino, y no porque se tocase demasiado deprisa; pero eso no deja de ser un pecado venial, vista la claridad motora de la interpretación. Además Castro supo contener el tumulto de la conclusión para que se pudiera oír a la madera cómo guiaba el “crescendo”: muy significativo detalle que revela una musicalidad cultivada.

Claridad en la obertura y en todo el concierto. En la Pastorale d’été de Arthur Honegger, firmada en 1920, la claridad no tiene que ver con la rapidez –son apenas diez minutos de mera contemplación-, sino con la compaginación de las ondulaciones irregulares de la cuerda con las intervenciones solistas de las maderas (a 1) y de la trompa. Castro no tuvo problema en conseguirlo, el primer trompa Jordi Ortega tocó con seguridad (igual que sus colegas solistas, pero su instrumento es más expuesto), y la audición se hizo deliciosa.

Normalmente, cada vez que escucho una obra de Bohuslav Martinů descubro a un compositor tan original como seductor, y me pregunto por qué su música orquestal se programa tan poco. No ha sido el caso de su Toccata e due canzoni, escrita en 1946 por encargo del célebre director y filántropo Paul Sacher, quien la estrenó el año siguiente con su Orquesta de Cámara de Basilea. La partitura se acomoda a los medios del comitente y prescribe orquesta de cámara con un piano predominante, una ligera percusión extra y una única trompeta en el metal.

En la “Toccata” sí reconocí a ese Martinů que une la transparencia mahleriana con una escritura para la cuerda que, como buen checo, nunca dobla una esquina en ángulo de noventa grados sin dejar de sonar trepidante; pero las “due canzoni” me resultaron fatigosas por lentas, oscuras y lánguidas, sobre todo la primera de ellas a causa del interminable e incomprensible solo de piano. Una música nada feliz que no impidió que Castro y la Real Filharmonía se lucieran en una interpretación impecable.

La Sinfonía “Praga” salió a pedir de boca. Los tiempos animados pero sin nubarrones sonoros (con buen criterio Castro aceleró ligeramente el Andante, ya que de otro modo el respeto a la repetición de la primera sección lo habría hecho algo cargante); el fraseo elegante; el esmero en el equilibrio de los planos sonoros; el ánimo para que la orquesta sonase con fuerza; y sobre todo las muy escasas concesiones a los criterios historicistas (vibrato mesurado, ataques sin asperezas, sonido corpóreo).

Menos una, que constituye el motivo de mi segunda infelicidad: en el clasicismo vienés la timbalería de época sólo funciona en el Beethoven más furibundo; en Mozart jamás. Baste el ejemplo de la insalvable contradicción sonora que resulta de tocar la introducción del primer movimiento con la solemnidad y redondez que consiguieron Castro y la Real Filharmonía, mientras el timbal martilleaba con una sequedad que hacía añicos tan acertado concepto. Con dicha salvedad, salí feliz del concierto; y el resto del público también.   

 

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