Francia
Solos en la multitud
Francisco Leonarte
El Teatro de los Campos-Eliseos está de bote
en bote. Sin duda por los Carmina Burana de Orff, que siguen atrayendo a
jóvenes, menos jóvenes y aun muy-poco-jóvenes, de toda condición. No será este
crítico quien lamente que de cuando en cuando haya obras que atraigan a público
no habitual en las salas de música clásica.
Pero como dicha obra dura una horita y poco
más, los programadores del TCE y el director del concierto tienen la buena idea
de incluir, en primera parte, una obra menos frecuente, aunque también
brillante: la segunda suite del ballet Bacchus et Arianne de Albert
Aplausos bien merecidos para orquesta y
director al final de esta primera parte.
Apabullar con Carmina
El problema de las obras tan frecuentemente
interpretadas es que todo el mundo tiene una versión en la cabeza y todo
director intenta ser original. Así que, desde el conocidísimo ‘O Fortuna’
inicial, parece que Yamada quiera desmarcarse de otras interpretaciones. Un
tempo muy rápido, volumen muy fuerte. La cosa tiene que apabullar. ¿No es
acaso eso lo que viene buscando el público ?
Con lo que el coro da volumen (aunque no se
le entienda ni haya diversidad en la expresión), la orquesta da volumen, y el
director hace grandes gestos. Vale.
El Coro de Radio Francia, sin embargo, irá
demostrando a lo largo del concierto que, cuando le dejan, además de potencia
puede tener inteligibilidad. Suena siempre compacto, y tiene un bonito sonido,
en particular los hombres y las mezzos. Fuerza es reconocer que las sopranos
suenan un punto menos cómodas en ciertos momentos y en general menos claras en
su dicción.
Yamada no les pide sutileza. Tampoco les pide
variaciones entre cada estrofa de los distintos canciones y poemas encomendados
al coro sobre todo en la primera parte, de suerte que las repeticiones son ...
repeticiones, y que la cosa resulta … repetitiva.
Y es que, cuando hay un texto, aunque sea en
latín, en alemán antiguo o en cualquier otra lengua la entendamos o no, las
variaciones del texto habrían de sentirse en la interpretación. Pero no.
En ese sentido, la escolanía (la Maîtrise de
Radio France), en sus breves intervenciones, salió más favorecida. No sólo por
su notable volumen (sobre todo tratándose de niños), sino también por su muy
buena inteligibilidad.
De la misma forma, la orquesta ataca con brío.
Tal vez demasiado brío. Es cierto que las alquimias sonoras de Orff están bien
reflejadas. Pero sutileza, poca. Yamada tampoco la pide. Por ejemplo, cuando al
final de su deliciosa cantilena ‘In truitina’, la soprano da un bonito
pianissimo, las flautas, sin miramientos, invaden todo el espacio sonoro y es
como si la soprano no cantase porque las flautas las tapan completamente.
Y en eso llegan los solistas
No obstante, ahí están los solistas. A
comenzar por uno de los barítonos más señeros de nuestos días. Hablamos por
supuesto de Ludovic
Del contratenor (cuerda que precisamente en su
día constituía una de las originalidades de la partitura de Orff) ya se sabe
que su intervención es puntual, la canción del pato asándose (introducida de
forma tragicómica por el fagot solista en estupenda interpretación) y ya está.
Pero lo que sin duda nació como una burla entre amigotes, goliardos que se ríen
transformando en supuestas tragedias en verso las cosas más chuscas, cobró en
el concierto que nos ocupa una altura en efecto trágica merced al pathos introducido
por Matthias
De la soprano Regula
De forma que, gracias a tres solistas
superlativos, con el concurso tal vez involuntario de un director y una
orquesta más empeñados en apabullar que en expresar, los Carmina Burana
de
Don Ludovico, don Matthias, doña Regula (y don Carl, por supuesto), gracias.
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