Alemania
Sáenz y Anduaga: historia de la lírica española
Esteban Hernández
Salvando a Fogliani, garantía en
la batuta de las últimas Lucías, ni el apuntador se repite en esta producción
de Lucia di Lammermoor respecto a aquella que presencié en 2019 en la que se
apostó por un Javier Camarena en el papel de Edgardo. Ya entonces fue una
vuelta de tuerca respecto a la premiere de Damrau y la batuta de Petrenko
y, como era de esperar, la Staatsoper, con sus herramientas en mano, sigue
girando la llave y ahogando una puesta en escena que se sustentó fundamentalmente
gracias a su reparto vocal.
No vamos a insistir en la
distorsionadora lectura de Barbara Wysocka, y para ello me remito al texto de
2019, pues este breve paso del tiempo no ha cambiado en nada mi visión al
respecto y me siguen asaltando las contradicciones en las que cae respecto al (ya
pobre) libreto di Cammarano.
Tampoco es la primera vez que
ante un “espectáculo” semejante cierro los ojos y me asaltan mis últimas
experiencias en otros campos, como el de los videojuegos (patrimonio cultural
nacional por ley desde 2022), en este particular caso con el reciente Alan
Wake 2, que amén de alzarse como una obra maestra de la narrativa se
desenvuelve escenográficamente de forma excepcional. Tengo la impresión de que
el mundo de la escenografía operística sigue empeñado en darse cabezazos contra
las paredes, intentando no mirar hacia otros lados, o aún peor, mirando por
encima del hombro a todo lo que le circunda, como si nada le atañese, eso sí,
con la mano abierta detrás de la espalda para recibir fondos del erario público,
que en la casa que nos ocupa asciende al 85% de su presupuesto.
Sea como fuere, la razón de esta
nueva visita se debió a la presencia y debut en la casa del joven tenor Xabier
Anduaga en la piel de Edgardo, papel en el que de nuevo la Staatsoper puso sus
esperanzas, uno de los roles más representativos del belcanto y que Anduaga
debutó hace menos de un año en la ópera de Las Palmas de Gran Canaria.
La juventud del donostiarra le exculpa sin duda de aquello que pudiésemos solicitar a aquellos más instruidos, aunque fuere por la simple experiencia, como el hecho de encontrar el justo balance entre sus prestaciones vocales y aquellas teatrales, sin que la balanza se resienta. En la segunda bandeja hay todavía que poner peso, no creo que a nadie se le escape, pero el camino que se vislumbra, si se solventa este particular, excede lo prometedor.
Su voz es privilegiada, desde la facilidad que se aprecia en su emisión hasta la riqueza del registro, pasando por la capacidad de jugar con dinámicas y agógicas (también extremas) sin aparente dificultad, con un mezzo fiato de una calidez y calidad abrumadora. Quod natura non dat es deseado que el tiempo lo supla o remedie con trabajo y tablas, pero también es cierto que, si así se quedase, un buen porcentaje de disfrute está ya garantizado.
La gran sorpresa de esta Lucia di Lammermoor vino en todo caso por otro lado, ya que una cancelación de última hora hizo que saltase a la tarima Serena Sáenz, en lo que supondría también su debut en la casa bávara. Hay sin duda que tirar de anales para encontrar en un teatro como la Bayerische Staatsoper dos roles principales cubiertos por cantantes españoles, y si confrontamos edades creo que el hecho está cerca de lo inaudito, pues a día de hoy ninguno supera los treinta años.
Leí en una entrevista de hace
apenas un año cómo la soprano barcelonesa creía que era “ante los grandes
retos” cuando rendía mejor, y este inesperado “salto” no hace si no confirmar
la certeza de su propio juicio. No vamos a descubrir el talento de su voz,
firme, de una riqueza tímbrica notable, reconocido también a través de galardones
como el primer premio Montserrat Caballé. Sumarle a estas cualidades vocales una
presencia notoria y un talento innato para la escena -una además que en
particular conoció hace escasos días- supone un cúmulo de virtudes que a ningún
teatro del mundo se le escapará.
Soprano y tenor ofrecieron los
momentos más íntimos e intensos de la función y así lo reconoció el público,
que ni siquiera esperó a la caída del telón para hacer explícita su
satisfacción en un espectáculo que por razones propias pasará sin duda a la
historia de la lírica española.
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