Italia
“Tu piangi? Tu piangi?!!”
Jorge Binaghi
Es casi seguro que en esta frase -“Tu piangi? Tu piangi?!!”- resida el ‘mensaje’ último de este título superior de Verdi, que abre, aunque ‘demasiado tarde’ -como siempre- la vía a la reconciliación y la superación del odio. Pero si es demasiado tarde no es que sea también inútil. Qué lección la de este hombre testarudo que estaba convencido de la bondad de una obra mal considerada y que luchó por imponer (y de pasó le sirvió de banco de pruebas para aceptar a Boito como libretista de sus dos últimas obras maestras), que no lo consiguió del todo hasta un renacimiento tardío a casi treinta años de su muerte y en tierras ‘no latinas’.
La primera grabación comercial es de 1958 y en los años
sesenta era aún una rareza su reposición. Pero desde que la conocí, primero en
esa y otras grabaciones no comerciales, y sobre todo en vivo en 1961 gracias a
los inmensos talentos conjugados de Taddei, Labò, Previtali y Poetgen (cuando
el Colón de Buenos Aires respondía aún a su otrora merecida fama y proponía
temporadas de entre trece y quince títulos), siento gratitud y agradecimiento,
dos sentimientos que Verdi y Mozart suelen despertar en mí (claro que no sólo
ellos). No me gusta nada lo de ‘obra u obras favoritas’, pero que ésta, como su
autor, está bien alto en mi lista y no sólo por su valor musical, seguro y
nunca desmentido pese a los altibajos casi inevitables en cada una de sus
reposiciones.
Y es que es endiabladamente difícil para todos. Y es
‘extraña’: además del conflicto público-privado hay ‘sólo’ tres grandes arias
(sólo una, ‘ll lacerato spirto’, lo bastante famosa como para ser incluida en
conciertos y recitales), dos ‘relatos’ o monólogos breves para la copia en
negativo del protagonista, también barítono (claro embrión del futuro Jago), y
una dificultad en la partitura constante por los cambios de ritmo y dinámica
que presenta. Y que haya un protagonista sin aria y que al mismo tiempo sea,
con Rigoletto, Jago, Falstaff y Macbeth (al menos), un regalo del compositor a
la cuerda baritonal, y que no se resuelve sólo en el buen canto y adecuada
técnica … bueno, como se decía en una época, ‘lo más plus’.
Pero seguramente si a alguien le interesan estas líneas
es para saber (y concordar o no) qué me ha parecido esta ejecución concreta.
Despareja, seguramente. Y en algún aspecto decepcionante. Por empezar, Anger es
un buen cantante, pero para otro repertorio, y sobre todo no para Verdi. Canta
bien, pero ni por timbre ni por estilo ni por expresividad puede con Fiesco.
Parece más claro que el barítono y los dúos con el ’impío corsario coronado’ quedan
irremediablemente tocados.
La dirección de Viotti no sale del todo indemne. Desde el
engañoso fácil preludio del prólogo hay pesadez y lentitud y ni siquiera en el
coro y marcha final del mismo logra mucho más que hacer ruido.
Del primer acto se salvan la introducción orquestal y el
aria de Amelia, pero el dúo entre bajo y tenor resulta desesperante y
decepcionante, mientras que la segunda parte del sensacional dúo padre-hija
pierde emoción por la rapidez. Mejora a partir de la genial escena del Consejo
(en especial en los momentos de más efecto) y así sigue en los actos restantes.
La orquesta lo secunda muy bien técnicamente y la labor del coro, como siempre
preparado por el excelente Malazzi, es un punto relevante.
Entre los solistas destaca, por el personaje, Salsi, aunque
en esta función las medias voces no respondían bien y fue una lástima para el
inicio de su gran cantable en el concertante ‘piango su voi’ y en las
apelaciones finales a su hija ‘Maria! Maria!’. Por lo demás el canto es bueno y
sólido y la atención al fraseo buena.
Buratto empezó con alguna aspereza en zona alta, un grave
excesivo y un volumen menos notable que en otras ocasiones, pero mejoró a
partir del concertante (con un trino bueno) y así siguió en la segunda parte.
Castronovo tiene un timbre atractivo, canta con énfasis
(a veces excesivo), y su agudo es bueno, aunque abusa un tanto de él (consigue
la ovación más prolongada de la velada tras su gran aria del tercer acto). Muy
bien el gran trío con soprano y barítono del segundo acto, los tres muy
adecuados.
De Candia logra un triunfo personal con un bien perfilado
Paolo, que sale del cliché del simple malvado a partir de su (auto)maldición al
final del cuadro del Consejo.
De los comprimarios hay que destacar el excelente Pietro
de Pellegrini que merecería mejores oportunidades que ésta.
La nueva puesta en escena firmada por Daniele Abbado no
es ni mala ni buena, y casi pasa inobservada. Tiene en principio acierto en el
prólogo, pero cuando a Strehler le bastaba con una vela blanca para evocar el
mar y la vida anterior del ‘doge’, toda una estructura de un barco al final del
mismo prólogo y en otros momentos parece exagerada e inútil. En una obra tan
‘oscura’ y ‘nocturna’ abusar del gris es peligroso, y si las luces son buenas,
el error en las mismas durante el aria de Amelia (típica de los primeros usos
del tecnicolor), así como el árbol de Navidad de plástico propios de los
negocios de todo a 10 o 20 euros que evoca (o pretende hacerlo) el jardín del
palacio de los Grimaldi, casi causan gracia. No hay mucha dirección de actores
visible.
Mucho público presente y mucho aplauso al final para
todos, salvo alguna débil protesta y retaceo de aplauso para Anger.
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