Francia
De amplificaciones, arreglistas y otros tormentos para el melómano
Francisco Leonarte
La cosa empieza con la llegada a La Seine
Musicale, la bonita sala en el extrarradio caro de París. Ubicada en una isla
del Sena, l'Ìle Seguin, su forma exterior es inconfundible. Dentro de poco
podremos decir que es emblemática de Boulogne-Billancourt. Por dentro, La Seine
Musicale resulta, además de hermosa, acogedora. Y la acústica es notable, rica
pero no reverberante (como sí es el caso de la insufrible Philarmonie
parisina). Tiene, eso sí, el gran defecto de todos los auditorios modernos que
sitúan al espectador no ante los músicos sino en torno a los
músicos: visualmente agradables, los auditorios de este tipo son nefastos para
los instrumentos que proyectan hacia delante y no hacia arriba (como la voz,
por ejemplo), pues el sonido de dichos instrumentos se pierde para todo el
público que está detrás o a los lados.
En fin, cosas de nuestros días, más centrados
en el resultado visual que en el resultado sonoro, incluso cuando se trata de
auditorios...
Programa americano
Sobre el papel, el programa en torno a
América, tanto USA como Brasil y Argentina, parece interesante.
Alondra de la Parra ataca con brío la primera
obra, las Danzas sinfónicas que el propio Berstein extrajera de su
comedia musical West Side Story. Buen trabajo de la dirección, con
energía comunicativa, que da una lectura nerviosa y clara de la muy conocida
partitura. La orquesta suena bien, cuerdas que asumen plenamente el lirismo,
metales potentes, percusionistas que se lanzan sobre sus instrumentos con
ímpetu y precisión.
El público aplaude, que es lo que toca.
Sigue una partitura menos conocida, de Astor
Piazzola, el gran renovador del tango en la segunda mitad del siglo XX, que ya
forma parte de la Historia de la Música Popular (y por tanto de la Historia de
la Música, con el mismo derecho que Lanner o los Strauss, que Hervé y
Offenbach, o que Mateo Flecha el Viejo, dicho sea de paso). Como Gershwin (o
como el propio Berstein), Piazzola quiso también pasar a la Historia de la
Música Culta (ya saben, la que se escucha en las salas de concierto
clásico...), y, como Gershwin, intentó tomar lecciones de quien le diera
suficiente prestigio para entrar en el círculo de los «compositores vivos de
música clásica». Así que Piazzola tomó lecciones de Alberto Ginastera y de
Nadia Boulanger. Y como resultado creó una serie de obras que, por ahora, no se
puede decir que hayan tenido un auténtico y unánime reconocimiento ni entre los
críticos de musica culta ni entre los aficionados a la música popular:
demasiado «complicada» para éstos, demasiado «blanda» para aquellos...
El caso es que este Concierto para
bandoneón y guitarra cuenta con … una guitarra, es decir, un instrumento
que en volumen no puede competir con una orquesta (y eso que Piazzola piensa en
una orquesta de cuerdas) y que además proyecta hacia adelante (y estamos en una
sala, como decíamos, en que un buen tercio de los espectadores se hallan a los
lados y detrás del instrumento). Así que, para subsanar el problema,
para que todo el público pueda escuchar al guitarrista, los responsables de La
Seine Musicale, de acuerdo sin duda con Alondra de la Parra, tienen la buena
idea de sonorizar al intérprete: concierto para bandoneón y guitarra
sonorizada.
El resultado es pésimo. No sólo es la fealdad
del sonido artificial por culpa de la sonorización, es también la falta
de balance (¡la guitarra tapa a la orquesta y al bandoneón!), la falta de
armonía de conjunto.
Así que uno no sabe si es por culpa de una
partitura que no acaba de cuajar, o si es por culpa de una sonorización
infame de uno de los dos instrumentos solistas, o si es por culpa de la
directora, Alondra de la Parra, que va a lo suyo, sin apenas mirar a los
solistas ni a los profesores de la orquesta, atenta sobre todo a la partitura y
a moverse y bailar como si hubiésemos venido más a verla a ella que a escuchar
las obras, pero el caso es que aquello resulta aburrido en grado sumo.
El público aplaude, toque o no toque.
Tanto es así que De la Parra, Costa y Sued nos
asestan un bis. Con lo que no hay más remedio que aguantarse, escucharlo y sólo
después ir al entreacto.
Nos faltaban los arreglistas
Como Piazzola, Tom Jobim es también uno de los
grandes nombres de la Música Popular, el primer nombre que asociamos a la Bossa
Nova brasileña, autor de la Chica de Ipanema, Aguas de Marzo,
etc... Sólo que lo aquí nos sirven es el arreglo que Paulo Aragão
hizo de la música que para el cine compusieran Jobim, Vinicius de Moraes (más
conocido como letrista) y Luiz Bonfá.
Lo que aquí escuchamos son pues las melodías
de Jobim, de Moraes y Bonfá, ahogadas en el almíbar del arreglista, con de
cuando en cuando unas percusiones que entran a saco no se sabe por qué. No
parece que la dirección, siempre nerviosa, diríase por momentos hasta
precipitada, arregle la cosa. Todo suena confuso. Y para más inri, la guitarra
amplificada sigue haciendo de las suyas. Y uno queda entre irritado y perplejo:
«¿Qué ha sido eso?»
El público aplaude - ¿ ?
Así que guitarrista y directora retoman sus
puestos y perpetran otro bis. No me pregunten ustedes qué se tocó. Ninguno de
los intérpretes tuvo el gusto de anunciárnoslo, y como a servidor de ustedes
aquello le pareció un jarabe francamente ininteresante, tampoco se ha tomado la
molestia de preguntar.
Y con eso pasamos a la última obra del
programa, la suite que Robert Russell Bennett pergeñó a partir de temas de Porgy
and Bess de George Gershwin. Y de nuevo el arreglo desvirtúa la creación de
Gershwin. Se suceden las melodías del original a modo de catálogo de
hipermercado: ahí acaba la fantasía del arreglista. En cualquier caso, a
quien escribe estas líneas hace rato que se le han acabado las ganas de
escuchar...
El público aplaude – servidor de ustedes huye
durante los aplausos, no vaya a ser que se cometa otro bis.
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