Francia

De amplificaciones, arreglistas y otros tormentos para el melómano

Francisco Leonarte
viernes, 23 de febrero de 2024
Alondra de la Parra © 2022 by Alondra de la Parra Alondra de la Parra © 2022 by Alondra de la Parra
Boulogne-Billancourt, domingo, 11 de febrero de 2024. La Seine Musicale. Leonard Berstein: West Side Story, danzas sinfónicas. Astor Piazzola: Doble concierto para guitarra y bandoneón. Tom Jobim, Luiz Bonfá, Vinicius de Moraes (arr de Paulo Aragão): La guitarra de Orfeo (arreglo para guitarra y orquesta sobre temas de Orfeu Negro). George Gershwin (arreglo de Robert Russell Bennett): Porgy and Bess, a symphonic picture. Con Yamandú Costa (guitarra) y Martín Sued (bandoneón). Orchestre Philarmonique de Monte-Carlo. Dirección musical, Alondra de la Parra.
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La cosa empieza con la llegada a La Seine Musicale, la bonita sala en el extrarradio caro de París. Ubicada en una isla del Sena, l'Ìle Seguin, su forma exterior es inconfundible. Dentro de poco podremos decir que es emblemática de Boulogne-Billancourt. Por dentro, La Seine Musicale resulta, además de hermosa, acogedora. Y la acústica es notable, rica pero no reverberante (como sí es el caso de la insufrible Philarmonie parisina). Tiene, eso sí, el gran defecto de todos los auditorios modernos que sitúan al espectador no ante los músicos sino en torno a los músicos: visualmente agradables, los auditorios de este tipo son nefastos para los instrumentos que proyectan hacia delante y no hacia arriba (como la voz, por ejemplo), pues el sonido de dichos instrumentos se pierde para todo el público que está detrás o a los lados.

En fin, cosas de nuestros días, más centrados en el resultado visual que en el resultado sonoro, incluso cuando se trata de auditorios...

Programa americano

Sobre el papel, el programa en torno a América, tanto USA como Brasil y Argentina, parece interesante.

Alondra de la Parra ataca con brío la primera obra, las Danzas sinfónicas que el propio Berstein extrajera de su comedia musical West Side Story. Buen trabajo de la dirección, con energía comunicativa, que da una lectura nerviosa y clara de la muy conocida partitura. La orquesta suena bien, cuerdas que asumen plenamente el lirismo, metales potentes, percusionistas que se lanzan sobre sus instrumentos con ímpetu y precisión.

El público aplaude, que es lo que toca.

Sigue una partitura menos conocida, de Astor Piazzola, el gran renovador del tango en la segunda mitad del siglo XX, que ya forma parte de la Historia de la Música Popular (y por tanto de la Historia de la Música, con el mismo derecho que Lanner o los Strauss, que Hervé y Offenbach, o que Mateo Flecha el Viejo, dicho sea de paso). Como Gershwin (o como el propio Berstein), Piazzola quiso también pasar a la Historia de la Música Culta (ya saben, la que se escucha en las salas de concierto clásico...), y, como Gershwin, intentó tomar lecciones de quien le diera suficiente prestigio para entrar en el círculo de los «compositores vivos de música clásica». Así que Piazzola tomó lecciones de Alberto Ginastera y de Nadia Boulanger. Y como resultado creó una serie de obras que, por ahora, no se puede decir que hayan tenido un auténtico y unánime reconocimiento ni entre los críticos de musica culta ni entre los aficionados a la música popular: demasiado «complicada» para éstos, demasiado «blanda» para aquellos...

El caso es que este Concierto para bandoneón y guitarra cuenta con … una guitarra, es decir, un instrumento que en volumen no puede competir con una orquesta (y eso que Piazzola piensa en una orquesta de cuerdas) y que además proyecta hacia adelante (y estamos en una sala, como decíamos, en que un buen tercio de los espectadores se hallan a los lados y detrás del instrumento). Así que, para subsanar el problema, para que todo el público pueda escuchar al guitarrista, los responsables de La Seine Musicale, de acuerdo sin duda con Alondra de la Parra, tienen la buena idea de sonorizar al intérprete: concierto para bandoneón y guitarra sonorizada.

El resultado es pésimo. No sólo es la fealdad del sonido artificial por culpa de la sonorización, es también la falta de balance (¡la guitarra tapa a la orquesta y al bandoneón!), la falta de armonía de conjunto.

Así que uno no sabe si es por culpa de una partitura que no acaba de cuajar, o si es por culpa de una sonorización infame de uno de los dos instrumentos solistas, o si es por culpa de la directora, Alondra de la Parra, que va a lo suyo, sin apenas mirar a los solistas ni a los profesores de la orquesta, atenta sobre todo a la partitura y a moverse y bailar como si hubiésemos venido más a verla a ella que a escuchar las obras, pero el caso es que aquello resulta aburrido en grado sumo.

El público aplaude, toque o no toque.

Tanto es así que De la Parra, Costa y Sued nos asestan un bis. Con lo que no hay más remedio que aguantarse, escucharlo y sólo después ir al entreacto.

Nos faltaban los arreglistas

Como Piazzola, Tom Jobim es también uno de los grandes nombres de la Música Popular, el primer nombre que asociamos a la Bossa Nova brasileña, autor de la Chica de Ipanema, Aguas de Marzo, etc... Sólo que lo aquí nos sirven es el arreglo que Paulo Aragão hizo de la música que para el cine compusieran Jobim, Vinicius de Moraes (más conocido como letrista) y Luiz Bonfá.

Lo que aquí escuchamos son pues las melodías de Jobim, de Moraes y Bonfá, ahogadas en el almíbar del arreglista, con de cuando en cuando unas percusiones que entran a saco no se sabe por qué. No parece que la dirección, siempre nerviosa, diríase por momentos hasta precipitada, arregle la cosa. Todo suena confuso. Y para más inri, la guitarra amplificada sigue haciendo de las suyas. Y uno queda entre irritado y perplejo: «¿Qué ha sido eso?»

El público aplaude - ¿ ?

Así que guitarrista y directora retoman sus puestos y perpetran otro bis. No me pregunten ustedes qué se tocó. Ninguno de los intérpretes tuvo el gusto de anunciárnoslo, y como a servidor de ustedes aquello le pareció un jarabe francamente ininteresante, tampoco se ha tomado la molestia de preguntar.

Y con eso pasamos a la última obra del programa, la suite que Robert Russell Bennett pergeñó a partir de temas de Porgy and Bess de George Gershwin. Y de nuevo el arreglo desvirtúa la creación de Gershwin. Se suceden las melodías del original a modo de catálogo de hipermercado: ahí acaba la fantasía del arreglista. En cualquier caso, a quien escribe estas líneas hace rato que se le han acabado las ganas de escuchar...

El público aplaude – servidor de ustedes huye durante los aplausos, no vaya a ser que se cometa otro bis. 

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