Italia
Resurrección de obra maestra: Nerone de Boito
Francisco Leonarte
Hay obras que siempre serán problemáticas.
Y creo que éste Nerone es un caso paradigmático. Para empezar, su propio
autor, Arrigo Boito, tardó más de cincuenta años en gestarla y sin embargo la
dejó inconclusa -aunque otros expertos dicen que (como en el caso de Boris
Godunov de Mussorgski) Boito la dejó conclusa en 1916 y Toscanini se
encargó de «desconcluirla» en 1924...
Por una parte, en ciertos momentos se nota que
es obra de alguien que nació todavía en la primera mitad del XIX (1842), que
con Mefistofele se puso a la cabeza de la vanguardia operística
italiana, que alentó el genio creativo de Verdi en sus también en su día
vanguardistas Otello y Falstaff… Por otra parte, en ciertos
momentos se escucha a un genio creativo que adelanta soluciones que sólo los
más osados presentaban en 1916.
Por un lado, se escucha la obra de un hombre
culto que se inspira en (y a veces hasta literalmente cita a) Verdi y sobre
todo Wagner, un hombre al tanto de la vanguardia operística del 1900 encarnada
sobre todo por Catalani (La Wally, Loreley) y Mascagni (Iris,
Isabeau...). Por otro, se escuchan armonías, melodías, trazas, que a
nadie deben, surgidas no se sabe de dónde si no es de la imaginación del propio
Boito.
Obra a la vez de compendio (Verdi, Wagner, canto
gregoriano, Mascagni...) y a la vez de indudable inventiva. Obra a la vez
monumental por su argumento, por sus personajes, por sus situaciones (con ese
final del primer acto o ese incendio de Roma, absolutamente espectaculares), y
a la vez intimista (con silencios, con dulzuras, con la muerte tan hermosamente
patética de Rubria). Obra a la vez beaturra (con todas esas referencias
al primer cristianismo a lo Quo vadis?, la exitosa novela de Sienkiewicz)
y a la vez sulfurosa (con el personaje masoquista de Asteria, con sus críticas
apenas veladas al rito católico).
Todo lo que se diga sobre Nerone de
Boito es a la vez absolutamente cierto y absolutamente falso.
En suma, obra inaprensible. Obra maestra.
Los arrestos de Cagliari
Montar Nerone es empresa ardua. Desde
el punto de vista musical requiere una orquesta y un coro refinados y potentes,
numerosos coprimarios y cinco cantantes principales de primerísimo nivel que
acepten estudiarse una obra que quizá no vuelvan nunca a interpretar y que está
plagada de dificultades vocales para cada cuerda.
A nivel escénico, la última obra de Boito, con
sus movimientos de masas, sus incendios, sus techos que se desmoronan, sus
milagros y sus muertes en la arena, pide además una ingente labor de decorados,
figurantes, efectos especiales...
Si a eso añadimos que la obra es denostada por
algunos críticos (como sucedía hasta hace bien poco con su otra ópera, Mefistofele,
cuya importancia sin embargo hoy en día nadie parece ya poner en tela de
juicio), que es desconocida para el gran público, que tal vez sea árida para el
melómano de base que puede echar a faltar las melodías inmediatas que
surgen en otras obras más populares, se entiende que, a pesar de tratarse, como
decíamos, de una obra maestra, Nerone se represente bien poco (dos
producciones en todo el mundo desde 1998).
Pues bien, el Teatro Lírico de Cagliari ha
tenido los... arrestos de montarla, y de montarla en buenas condiciones.
Que una ciudad de menos de 200.000 habitantes (y menos de 500.000 para la
totalidad de su área metropolitana) monte tal obra, dando ocho representaciones
-además de representaciones para público escolar- es digno de elogio, de
admiración ... y de envidia. Espero que los habitantes de Cagliari sean
conscientes de la suerte que tienen, porque un teatro así es motivo de legítimo
orgullo para todos ellos.
Intérpretes con cuajo
Para abordar Nerone hay que ser muy
bueno y muy valiente. Son menester, para cada uno de los intérpretes, una voz
potente que pase el foso orquestal, una dicción intachable que permita entender
el riquísimo libreto de Boito, teatralidad para asumir las dramáticas situaciones
que el mismo lilbeto propone, y sobre todo musicalidad para que se entienda el
complejo entramado musical y el personalísimo sentido de la melodía de Boito.
En el primer reparto, Valentina Boi hizo una
notabilísima Asteria, soprano dramática apasionada, que pide una tesitura
amplia y facilidad en los saltos. Un punto apurada en los graves, Boi asumió
con notable volumen, ímpetu y valentía su papel, además de un bonito color de
voz, sensibilidad en el canto y agudos lanzados como dardos. Habrá que seguir
la carrera de la joven Boi. En el segundo reparto, Rachele Stanisci tiene un
color muy bonito, pero menos volumen, viéndose así apurada por momentos ante el
volumen de la orquesta (no fue la única tampoco). Supo sin embargo componer un
personaje complejo, quizá con más matices.
El papel de Rubria, pensado para una mezzo, es
el más dulce, y no es fácil dar dulzura cuando se está ante la orquesta de
Boito, heredera de las de Wagner y del último Verdi... Deniz Uzun lo consiguió:
no es ya el notabilísimo volumen de esta mezzo, es también su estupenda
técnica, su buen fraseo, su sentido del personaje. Otra cantante que esperamos
volver a escuchar pronto. En el segundo reparto, Mariangela Marini, con menor
volumen, cantó con inteligencia y sensibilidad, haciendo también una bonita
Rubria.
Siguiendo en el segundo reparto, hay que
resaltar el buen gusto y el sentido del personaje de Leon Kim, cuyo canto
elegiaco hizo de Fanuel una suerte de Parsifal, el hombre puro reconcomido por
su debilidad humana. Roberto Frontali, en el primer reparto, asumió el mismo
personaje con más volumen y también más virulencia. Dos composiciones distintas
y ambas válidas.
El papel de Simon Mago, el malo malísimo
(porque Boito centró buena parte de su obra en la dicotomía entre Bien y Mal,
no tienen ustedes más que echar un vistazo al libreto de Otello que
escribió para Verdi) también se las trae. Se necesita un bajo cantante con
alguna nota oscurísima, agudos peliagudos y volumen a prueba de timbales,
trombones, y trompetas. Algo apurados en esto del volumen (¡y qué cantante no
lo estaría!), Abramo Rosalen (segundo reparto) y Franco Vassallo (primero)
cumplieron sin embargo, tal vez con una ligera ventaja a favor de Vassallo, más
factotum, a la vez más simpático y más siniestro, y con mayor volumen.
En cuanto a los dos encargados de asumir el
papel mata-tenores de Nerón, tanto Mikheil Sheshaberidze (primer
reparto) como Konsntanin Kipiani (segundo) lanzan agudos como cañonazos. Ambos
se ven algo apurados en alguna frase grave, pero ambos son valientes.
Shesahberidze con más volumen, Kipiani con más sentido teatral.
Notables Dongho Kim y Allessandro Abis (como
Tigellino), Antonino Giacobbe y Natalia Gavrilan. Mención aparte merece Vassily
Solodky como Gobrias, un papel difícil que Solodky supo solventar en todas las
representaciones con volumen y seguridad.
Cuerpos estables de los que dan envidia
Ópera en muchos aspectos cercana al Boris
Godunov, también en Nerone tiene el coro un especial protagonismo.
El pueblo romano comenta, critica, ensalza, resuelve situaciones (fin acto I),
crea ambientes sonoros, es verdugo y víctima, en escenas particularmente
elaboradas que beben de las grandes escenas corales de Les hugonots o
del Prophète de Meyerbeer.
El Coro del Teatro Lírico de Cagliari se
muestra perfectamente a la altura del desafío. Sonido compacto, buenos agudos,
capacidad de asumir los distintos sentimientos (a veces encontrados), buen
volumen. Bravo pues a sus integrantes y al maestro Andreolli que los prepara.
Otro tanto se puede decir de la Orquesta del
Teatro Lirico de Cagliari, que responde con mucha solvencia y sensibilidad a
las variadas exigencias de la partitura. Relativamente reducida (cuatro
contrabajos, por dar una indicación), su volumen es más que suficiente: más
hubiera sido realmente catastrófico para la representación, destruyendo todo
posible equilibrio entre foso y escena.
Cilluffo la dirige con primor, dando entradas,
atento a la labor de orfebrería que pide Boito. Es sobre todo consciente del
valor de los silencios, dando profundidad a la acción y al discurso musical. En
ocasiones sacrifica, es cierto, a los cantantes en aras de la brillantez
orquestal. Y es que es difícil pedir por momentos contención cuando la
partitura parece pedir furia. Tal vez en un futuro llegue Cilluffo a conseguir
la difícil cuadratura del círculo (que sin embargo algunos grandes
directores alcanzan) de combinar expresividad orquestal con moderación del
volumen y equilibrio entre cantantes y orquesta.
Resaltemos también que Cilluffo entiende muy
bien la melodía boitiana, sabe ordenar los efectos para que dicha melodía
surja, y sabe dar teatralidad a su discurso.
Puesta en escena: querer no es poder.
Poner en escena Nerone es empresa casi
imposible, a la altura de los grandes desafíos escénicos tipo el Anillo del
Nibelungo. Fabio Ceresa opta por ... no sé sabe muy bien por qué opta Fabio
Ceresa. Por un lado recurre a la Antigüedad, con grandes columnas, referencias
al Panteón romano, trajes y peinados inspirados en los de los primeros siglos d.C.
Y por otro lado hace referencias a la arquitectura mussoliniana, al fútbol, a
los trajes de gala del ejército.
Por un lado dice que va a respetar todas las
(numerosas) indicaciones escénicas, y por otro deja sin correspondencia
escénica acciones que están en el texto y en la música (véase el incendio del
templo, difícil de escenificar, cierto, pero sin el cual no se entiende qué
está pasando ni musicalmente ni en la acción).
Utiliza -como viene siendo habitual-
figurantes que no sirven a la acción sino al «concepto» del director de escena
(como, al inicio de la ópera, esas molestas máscaras que Boito no indica por
ningún sitio y que transforman en pequeño carnaval lo que habría de ser una
escena solitaria y tétrica). Otrosí los bailarines que evocan las carreras de
cuádrigas o los que remedan a los gladiadores-futbolistas, recursos manidos y
sin interés que más molestan que ilustran. La poco imaginativa coreografía de
Mattia Agatiello tampoco arregla nada.
En fin.
Más interesante hubiera sido que Ceresa se
concentrara en la dirección de actores, más bien pobre. Tal vez no sea tarea
fácil dirigir escénicamente a los dos tenores, pero un poco más de intención y
de teatralidad no les hubiera venido mal. La forma en que Sheshaberidze
haciendo de Nerón supuestamente agrede a Simón Mago en el segundo acto (una
suerte de simpática palmada en las nalgas) es francamente ridícula. Por poner
un ejemplo.
Se le puede perdonar que ciertos efectos
especiales no se vean o queden simplemente bocetados (el falso «vuelo» de Simón
Mago en el segundo acto, el desmoronamiento del templo en el último acto, etc.)
pero es lástima que otros no sean ni siquiera sugeridos (volvemos al incendio
del templo).
O sea, lo de siempre, que no se trata de que
una puesta en escena sea «a la antigua o a la moderna» sino de que sea
inteligente y respetuosa con la obra.
En favor de Ceresa, el desarrollo general de
la acción es respetado, así como los caracteres, y el público que no conoce la
obra puede entender (casi siempre) lo que está sucediendo: por los tiempos que
corren ya es bastante.
Lo más importante es que estas
representaciones han permitido a un público curioso volver a ver una obra
maestra, que así vuelve a cobrar interés. Una puesta en escena suficiente y una
puesta en música brillante, recogidas en el DVD que sin duda será comercializado
dentro de unos meses, permitirán a quien no tuvo la suerte de verlo en directo
hacerse una idea digna de la obra maestra póstuma de Boito.
Gracias Cagliari.
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