España - Castilla y León
Y la canción reinó
Samuel González Casado
Un concierto dedicado a la
canción es, desgraciadamente, un evento extraño en el ámbito musical de
Valladolid, y más protagonizado por dos artistas que lo han estudiado en
profundidad durante años, en su caso con un experto que es capaz de extraer en
sus clases todas las claves estructurales y armónicas de grandes ejemplos de
este género: Javier San Miguel.
Estos profundos conocimientos
adquiridos se notan, años después, en todos los aspectos, desde la
configuración del programa hasta el impecable estilo y personalizado enfoque
que se da a cada una de las canciones. Las amenas explicaciones de la soprano
sobre lo que se iba a escuchar y la propia plasmación de los tres repertorios
aquí representados denotaron un minucioso trabajo de análisis en múltiples
niveles que, como digo, es raro de encontrar en una ciudad cuyos responsables
culturales, en las distintas administraciones, contemplan el canto clásico en
general y el lied en particular como una especie de complemento con el que hay
que cumplir de vez en cuando o con el que cabe experimentar. Por eso debe
agradecerse a Juventudes Musicales de Valladolid el tino de reunir a estas dos rigurosas
intérpretes.
Un asunto que no menor dentro del
programa es la oportunidad de escuchar interesantísimas obras tempranas de
algunos autores, como Johannes Brahms, Clara Schumann y Francis Poulenc. De
este último es cierto que Toréador es bastante conocida; y fue
precisamente una de las cumbres del recital: María Martín alcanzó una
creatividad, siempre en evolución a lo largo de esta desenfadada y extensa chanson,
que me dejó entusiasmado; y es que lo cómico solo funciona si se toma muy en
serio. Técnicamente, sonó muy bien la unión entre registros, y el discreto pero
suficientemente apoyado grave se unió al centro con prestancia, gracias a un
primer paso que cohesionó la tesitura de tal manera que todo sonó fluido y
fácil (aunque no lo fuera).
Realmente, el repertorio francés al
completo alcanzó unas cotas sublimes: Les chemins de l’amour, una
preciosidad que nunca me canso de escuchar, sonó repleto de inflexiones
melancólicas que jamás abandonaron el gusto más exquisito. La conexión entre el
piano y la cantante fue perfecta en cuanto estilo y con todo se logró que en la
pequeña Sala Delibes del Teatro Calderón de la Barca resonara una obra maestra
de la interpretación. No anduvieron a la zaga las canciones de Cécile
Chaminade, especialmente la difícil (y graciosísima) Sombrero, un
portento articulatorio y expresivo de Martín, fantásticamente apoyado por
Alfageme pese a una pequeña “retención” al pasar la hoja de la partitura, dada
la rapidez con la que transcurría el asunto.
Al repertorio alemán se le había
dado otro enfoque, como es normal. Martín estuvo algo incómoda en el primer
lied de Brahms y del recital (que además daba nombre a este), Wir wandelten,
ya que los ataques, y todo el lied en general, están ubicados en una zona problemática,
pues los alrededores del segundo paso se encuentran actualmente ligeramente faltos
de flexibilidad por culpa de algunas características de su emisión, lo que a
veces le obliga a tomar decisiones que, sin fastidiar nada, podrían ser
mejores. Todo esto desapareció en gran medida en la selección de Sechs
Gesänge de Brahms y los dos lieder de Clara Schumann, maravillosamente
planificados desde un texto que casi podía masticarse en la interpretación de
Martín y Alfageme (ahí se nota su escuela).
El repertorio español se ubicó
estratégicamente para que supusiera un perfecto fin de fiesta, y también para
realzar más si cabe la presencia del piano, deliciosamente tratado por
Obradors. Y es que Irene Alfageme es un lujo, y además un lujo necesario: lo
que hizo con las Canciones clásicas españolas fue un portento de
sensibilidad y de control de sonido (pocas veces he escuchado efectos tan
exquisitos con el pedal, excepto por ella misma). Ambas artistas, como es
lógico, lo dieron todo en la brillantísima Chiquita la novia, y además
me gustó cierto aire operístico en Martín, presente de alguna manera en todo el
concierto pero más en este expansivo final, lo que no sorprende, dada su
dilatada experiencia escénica en la Ópera de Bremen.
Un clásico de las
propinas, El majo discreto, de Granados, y el entusiasmo del público cerraron
perfectamente un recital donde, lejos de contextos culturales deprimentes, la canción
reinó.
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