España - Castilla y León

Y la canción reinó

Samuel González Casado
viernes, 8 de marzo de 2024
I. Alfageme y M. Martín  © 2024 by Juventudes Musicales de Valladolid I. Alfageme y M. Martín © 2024 by Juventudes Musicales de Valladolid
Valladolid, sábado, 2 de marzo de 2024. Teatro Calderón de la Barca. Sala Delibes. María Martín (soprano). Irene Alfageme (piano). Brahms: Wir wandelten, op. 96 n.º 1. Sechs gesänge, op. 7: n.º 1, Treue liebe; n.º 2, Parole; n.º 4, Volkslied, n.º 6, Heimker. Schumann, C.: Der Wanderer; Der Wanderer in der Sägemühle. Chaminade: La finacée du soldat; Sombrero; Sérénade Sévillane. Poulenc: Les chemins de l’amour; Toreador. Obradors: Canciones clásicas españolas, vol. 1. Ocupación: 90 %.
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Un concierto dedicado a la canción es, desgraciadamente, un evento extraño en el ámbito musical de Valladolid, y más protagonizado por dos artistas que lo han estudiado en profundidad durante años, en su caso con un experto que es capaz de extraer en sus clases todas las claves estructurales y armónicas de grandes ejemplos de este género: Javier San Miguel.

Estos profundos conocimientos adquiridos se notan, años después, en todos los aspectos, desde la configuración del programa hasta el impecable estilo y personalizado enfoque que se da a cada una de las canciones. Las amenas explicaciones de la soprano sobre lo que se iba a escuchar y la propia plasmación de los tres repertorios aquí representados denotaron un minucioso trabajo de análisis en múltiples niveles que, como digo, es raro de encontrar en una ciudad cuyos responsables culturales, en las distintas administraciones, contemplan el canto clásico en general y el lied en particular como una especie de complemento con el que hay que cumplir de vez en cuando o con el que cabe experimentar. Por eso debe agradecerse a Juventudes Musicales de Valladolid el tino de reunir a estas dos rigurosas intérpretes.

Un asunto que no menor dentro del programa es la oportunidad de escuchar interesantísimas obras tempranas de algunos autores, como Johannes Brahms, Clara Schumann y Francis Poulenc. De este último es cierto que Toréador es bastante conocida; y fue precisamente una de las cumbres del recital: María Martín alcanzó una creatividad, siempre en evolución a lo largo de esta desenfadada y extensa chanson, que me dejó entusiasmado; y es que lo cómico solo funciona si se toma muy en serio. Técnicamente, sonó muy bien la unión entre registros, y el discreto pero suficientemente apoyado grave se unió al centro con prestancia, gracias a un primer paso que cohesionó la tesitura de tal manera que todo sonó fluido y fácil (aunque no lo fuera).

Realmente, el repertorio francés al completo alcanzó unas cotas sublimes: Les chemins de l’amour, una preciosidad que nunca me canso de escuchar, sonó repleto de inflexiones melancólicas que jamás abandonaron el gusto más exquisito. La conexión entre el piano y la cantante fue perfecta en cuanto estilo y con todo se logró que en la pequeña Sala Delibes del Teatro Calderón de la Barca resonara una obra maestra de la interpretación. No anduvieron a la zaga las canciones de Cécile Chaminade, especialmente la difícil (y graciosísima) Sombrero, un portento articulatorio y expresivo de Martín, fantásticamente apoyado por Alfageme pese a una pequeña “retención” al pasar la hoja de la partitura, dada la rapidez con la que transcurría el asunto.

Al repertorio alemán se le había dado otro enfoque, como es normal. Martín estuvo algo incómoda en el primer lied de Brahms y del recital (que además daba nombre a este), Wir wandelten, ya que los ataques, y todo el lied en general, están ubicados en una zona problemática, pues los alrededores del segundo paso se encuentran actualmente ligeramente faltos de flexibilidad por culpa de algunas características de su emisión, lo que a veces le obliga a tomar decisiones que, sin fastidiar nada, podrían ser mejores. Todo esto desapareció en gran medida en la selección de Sechs Gesänge de Brahms y los dos lieder de Clara Schumann, maravillosamente planificados desde un texto que casi podía masticarse en la interpretación de Martín y Alfageme (ahí se nota su escuela).

El repertorio español se ubicó estratégicamente para que supusiera un perfecto fin de fiesta, y también para realzar más si cabe la presencia del piano, deliciosamente tratado por Obradors. Y es que Irene Alfageme es un lujo, y además un lujo necesario: lo que hizo con las Canciones clásicas españolas fue un portento de sensibilidad y de control de sonido (pocas veces he escuchado efectos tan exquisitos con el pedal, excepto por ella misma). Ambas artistas, como es lógico, lo dieron todo en la brillantísima Chiquita la novia, y además me gustó cierto aire operístico en Martín, presente de alguna manera en todo el concierto pero más en este expansivo final, lo que no sorprende, dada su dilatada experiencia escénica en la Ópera de Bremen. 

Un clásico de las propinas, El majo discreto, de Granados, y el entusiasmo del público cerraron perfectamente un recital donde, lejos de contextos culturales deprimentes, la canción reinó.

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