Suiza
La OSR tiene futuro
Maruxa Baliñas
Jugando a lo largo de todo el concierto con palabras relacionadas con los vientos, el soplo y la locura -o el arrebato- el narrador Geoffroy Perruchoud nos tuvo más de una hora embobados, tanto a niños como a adultos, aprendiendo cosas sobre los instrumentos aerófonos y sobre algunos -pocos- de percusión. Según el programa 'oficial' se escucharon obras de Klaus Badelt, Georg Friedrich Haendel, Chris Hazell, Wolfgang Amadè Mozart, Alfred Reed, Philip Sparke, y Zequinha de Abreu, pero no estoy segura de haberlas oído todas, porque algunas fueron simples fragmentos para explicar algún concepto, y no siempre el locutor nos anunciaba lo que estaba sonando.
En teoría se trataba de un concierto infantil, de esos que casi todas las buenas orquestas incluyen en su programación, de esos que desaparecen con facilidad cuando el presupuesto cultural se reduce, y de unos años a esta parte son muchos los países donde eso está ocurriendo, donde la cultura está siendo uno de los primeros recortes que se plantean los gobiernos, ayuntamientos y variadas instituciones culturales cuando toca 'apretarse el cinturón'.
No parece ser el problema de la Orquesta de la (OSR), que nos ofreció a las 11 de la mañana un animado concierto didáctico donde predominó la diversión, pero también una seriedad y una organización 'suizas' muy apreciables. Buena muestra de ello fue el comportamiento del director de la orquesta, Adam , tan preocupado por el rendimiento de la orquesta, por la calidad de la música, como si en la sala tuviera a los críticos más exigentes. Es un director joven, pero me gustó su estilo, muy suelto, con gestos y movimientos de todo el cuerpo muy expresivos, incluso sinuosos cuando lo consideraba necesario. Su único defecto, habitual en directores jóvenes, es que marcaba demasiado, como si la orquesta no fuera capaz de hacer muchas cosas por sí misma ... aunque eso se suele corregir con la experiencia.
Como profesora que soy en España me fijé en el comportamiento de los niños en la sala de conciertos (muy respetuoso pero en absoluto tímidos o inseguros), en el comportamiento de los padres / abuelos con los niños (pocas veces les llaman la atención pero cuando lo hacen esperan que su comportamiento cambie inmediatamente), y sobre todo en el comportamiento del locutor y los músicos -en general de toda la organización de la OSR- con los niños. Y me gustó, porque parecen tener claro que son un público tan respetable como el nocturno y que la OSR también es para ellos, cosa que a veces falla en España, donde parecen pensar que los 'conciertos sociales' o 'familiares' son de segunda o incluso de tercera clase.
Vive les vents! estaba recomendado para niños de 7-9 años, pero, como suele ocurrir, algunos de los oyentes apenas podían andar y otros estaban ya entrando en la adolescencia. Sin embargo el locutor lo tenía perfectamente controlado y estudiado, y al tiempo que era ágil, se movía por todo el escenario, hablaba deprisa y animadamente y era un buen showman (atrayendo así a los más pequeños, que son muy visuales), introdujo contenidos muy específicos que incluso muchos adultos, buenos aficionados a la música, ignoramos o no tenemos muy claros.
Por ejemplo, nada más empezar, después de enseñarnos las maderas y los vientos en general, empezó a mostrar el modo concreto en que cada grupo emite el sonido (con los músicos haciendo sonar y 'pitar' sus boquillas, lenguetas, etc.) y con toda naturalidad nos enseñó a diferenciar las trompetas y los bigles o cornetas. En otros momentos de la sesión explicó por qué las trompas se incluyen a veces en medio de las maderas, o por qué las flautas tienen tantas cosas en común con el viento-metal y no precisamente el material del que están hechas (un concepto que nunca había escuchado pero me sonó muy convincente, teniendo en cuenta que mi conocimiento del francés es limitado). Y en un momento u otro del concierto desfilaron no sólo los instrumentos habituales, sino también la trompeta piccolo, el contrafagot, el clarinete bajo, el corno inglés, y el figle (o quizá fuera el bombardino, porque soy miope y no sé bien los nombres en francés).
También hubo explicaciones en cuestión de ritmos: contratiempos y ritmos kletzmer. Y no fue una cuestión teórica porque todos en el público tuvimos que ponernos a marcar un 4/4 chasqueando los dedos a contratiempo, por más que fuera sencillo, un 0-1-1-1, y luego hacer nuestra percusión junto a la orquesta cuando tocaba. Más tarde, con la música de Piratas del Caribe, nos tocó marcar negra-negra-tresillo de corcheas. Nuevamente me asombró la disciplina de los críos, que no tuvieron errores tampoco con este ritmo y además les parecía natural hacerlo obedeciendo no al director -que les daba la espalda- sino al locutor.
Pero insisto, más que los detalles concretos, lo que más disfruté de este concierto fue la naturalidad de los niños en la sala, con la música y con las explicaciones, cuando tenían que participar ellos mismos y lo hacían sin dudar. Hubo por supuesto niños revoltosos, y el concierto se le hizo largo a muchos, pero no se oyeron apenas voces ni ruidos (ningún móvil, por cierto) y apenas hubo que retirar a ningún niño de la sala. Y al final del concierto los críos volvieron a mostrar su familiaridad con los rituales del concierto aplaudiendo y pidiendo rítmicamente el bis -un Tico-tico- como si fueran unos oyentes habituales. La OSR tiene futuro y eso es lo más importante.
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