España - Valencia
Ya te vale, Amor
Rafael Díaz Gómez
Me cuesta escribir. Miro lo que ocurre, por ejemplo, en Gaza y patino sin poder avanzar sobre una pregunta. Tópica, se me dirá, descontextualizada, se me reprochará, pero es mi pregunta, al fin y al cabo. La pregunta de a quién puñetas le puede interesar lo que un tipo cualquiera opine acerca de un acto cultural en un rincón de esta Europa más mezquina que vieja.
Mi opinión sobre una ópera en la que a su
protagonista femenina no le basta con resucitar una vez, que necesita dos.
Tanta muerte real alrededor, insoslayable, como siempre, pero especialmente
cruel, tanta historia de amor (a tu pareja, a tus hijas, a tus hijos, a tu
familia, a tus amistades, a tu vida, a la vida) destrozada.
¿Dónde estás, Amor, que no es que ya no resucites, es que ni siquiera logras posponer la muerte? ¿Qué me ofrece ahora este
Por
lo demás, nunca me ha caído simpática esta obra de Calzabigi y en su
versión vienesa. Supongo que para no salirme del guion académicamente aceptado
y socialmente normativizado debería colocar en algún lugar de estas líneas a L’Encyclopédie
y a Winckelmann, y, por supuesto, valorar su espiritualidad, elegancia,
refinamiento, condensación e incluso arreglármelas para usar el adjetivo
“alquitarado”, recurso que quizás podría hacerme entrar en la meta con una
cabeza de ventaja sobre quienes han vertido sus juicios sobre esta ópera en los
últimos tiempos. Pero voy a resistirme.
Y
no es que no reconozca sus méritos, simplemente resulta que la encuentro aburrida. He intentado buscar en ella algún
guiño humorístico que me la rescate (como los que se postula que existen en el Orfeo
de Striggio y Monteverdi), en especial en lo que atiende a la doble
resurrección de Eurídice. Y no lo encuentro. Lo malo de cuando a un supuesto
ilustrado le da por la seriedad es que se suele poner sacerdotalmente plasta.
En
cambio, me interesa más el proceso político (las relaciones de aproximación
entre las cortes vienesa y parisina a través de la ópera), de ambición y
oportunidad de los artistas (el “manifiesto” reformista firmado por Gluck, pero
al parecer redactado por con ocasión del Alceste de ambos
autores) y de instalación en el canon como ejemplo principal del deseo de
reforma y superación de la ópera seria metastasiana en estilo barroco, cuando
no fue ni mucho menos el único. Es este, de todas formas, un interés necesitado
de respuestas. Por lo que parece, hoy las preguntas me sobran.
Y,
no obstante, de lo que toca hablar ya es de esta representación en concreto.
Pocos peros se le puede poner. Hasta la ausencia canora, que no física, del
contratenor Carlo fue bien resuelta. Una afección vocal impidió al
italiano cantar las dos últimas de las cuatro funciones que ofrecía Les Arts,
pero no evitó que pudiera desenvolverse en el escenario encarnando, quizás un
punto exagerado, el papel escénico de Orfeo mientras que, desde el foso, a la
altura del director, Christophe abordaba, partitura en mano, la parte
correspondiente. La proyección de su voz por delante de la orquesta y su fija
situación, alejada del Orfeo que se movía en el escenario, no dejaban de
chocar, pero a Dumaux, a quien ya conocimos en esta sala en un pasado Ariodante,
no cabe sino reconocerle precisión y exquisitez expresiva, largamente
compensadoras del timbre algo retraído y nasal emitido en algún pasaje.
Pese
a la distancia, la compenetración con la Euridice de Francesca
fue buena. La soprano rindió también a un excelente nivel, sosteniendo una
tersa línea de canto efectiva y comunicativa. Mientras, Elena Galitskaya fue un
Amore ligero, que se adaptaba perfectamente al deseo de la dirección escénica de
construir una divinidad caprichosamente bulliciosa.
Este último aspecto es
bastante llamativo en una puesta de Robert sobria y bien medida, térrea
y etérea, ardiente y líquida, en elementos reducidos a lo esencial y en los que
juega un papel determinante una muy ponderada iluminación. Sin bailes, mueve
con justeza a solistas y coros en la escena.
El Cor de la Generalitat Valenciana acostumbra a resolver con nota tales desafíos. También en esta ocasión. Sin embargo, se pudo apreciar alguna leve fisura en la densidad del empaste. Nada que no pasara por alto la ovación cerrada de un público que acabó ocupando buena parte de las butacas.
Una vez más, la
formación coral y la orquestal, reducida y adaptada a criterios historicistas,
fueron muy reconocidas por el respetable. También la inteligente labor de
Gianluca
Algunos, además, le
agradecimos como merece la rapidez con la que sirvió el Che
farò senza Euridice? Hizo bien. ¡Total, para que la rerresuciten!
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