Francia
Así no
Francisco Leonarte
A medida que vamos llegando a la Seine
Musicale, vamos viendo una inmensa cola, mayoritariamente de jóvenes. «¿Es para
el concierto de coros de ópera? / No, es para el concierto de un DJ,
Thielacyne, con orquesta sinfónica». Dos entradas distintas para dos conciertos
distintos en dos espacios distintos del mismo complejo. Evidentemente es
política de la Seine Musicale eso de que «se mezclen los públicos, que la sala
resulte familiar al público no-clásico, etc.» No puedo evitar preguntarme si se
mezclarán también los ecos de uno y otro concierto en cada sala.
En la sala del concierto coral el público es
notablemente menos joven que en el de la cola para el DJ, pero ya se sabe, a la
llamada «música clásica» se suele llegar más tardíamente. En todo caso los
dos tipos de público son claramente distintos, y ni siquiera creo que los
jóvenes sepan que hay otro concierto que no sea el del DJ ...
Centrándonos en el concierto dedicado a Coros
de Ópera, cuando nos indican nuestros asientos nos distribuyen también dos
hojitas. Una está impresa a todo color con el título del concierto bien
grande en el anverso, y el programa muy pequeñito en el reverso -dudo que buena
parte de los espectadores (los que ya no vuelven a cumplir los 65) puedan leer
con soltura esa letra tan pequeña-. Lo que me hace sospechar que, para los
programadores, el programa del concierto «es lo de menos».
La otra hojita contiene la letra de La Mer, la famosa canción de Charles Trenet. Lo que me hace sospechar que quieren hacernos cantar. No es cosa de buen augurio para mí, yo no había venido ni a cantar ni a escuchar cantar al público. Tampoco había venido a escuchar canciones de Trenet. En fin.
El concierto empieza con una transcripción
para coro de la muy hermosa canción de Duparc, L'invitation au voyage,
sobre texto de Baudelaire. Se trata de una auténtica joya … para escucharla de
forma intimista por un solista. A mis oídos, la transcripción para coro la
banaliza. Porque un coro, por principio, no puede alcanzar la sutileza ni la
intimidad de una simple voz solista. Y este coro en particular no parece que
pueda hacer los pianísimos que la obra maestra de Duparc hubiera necesitado.
A renglón seguido, el director del coro agarra un micrófono y nos atiza una serie de banalidades a modo de presentación de las obras (que «vamos a hacer un viaje», que «hay muchos tipos de viaje», etc...). Yo no había venido a escuchar las explicaciones de nadie sobre las obras. Y menos cuando se trata de puro marketing, sin ninguna información seria.
Sigue pues el concierto con algún momento
brillante (en particular el coro de peregrinos de Tannhaüser, la fuga
del Sabbath de Mefistofele, o la escena de la coronación de Boris
Godunov), porque el coro, cuando se trata de brillantez, está muy bien.
Agudos seguros, empaste, bonito color, musicalidad... Las dos secciones
masculinas en particular tienen un bonito color y buena inteligibilidad. Aunque
también algo menos de volumen. Pero en general hay un buen equilibrio entre las
distintas cuerdas.
Eso sí, cuando se trata de obras más delicadas
como el inicio de Suor Angelica, falta eso, delicadeza.
La cosa es flagrante en Mozart. Especialmente
en «Soave sia il vento». Alguien (supongo que el propio director del coro) ha
tenido la nefasta idea de transcribir para coro el maravilloso terceto de Così
fan tutte. El resultado es tan nefasto como la idea, y uno tiene ganas de
que pasen pronto a lo siguiente ¿No hay obras corales que hubieran funcionado
mucho mejor? ¿No hay suficientes coros de ópera en el repertorio?
A modo de entreacto, mientras el coro reposa,
el director se empeña en hacernos cantar. He de reconocer que, aunque a mi no
me interesa en absoluto, la mayor parte del público está encantada. Así que me
armo de paciencia y escucho («seamos felices de que los otros sean felices», me
digo). Sólo que el director de coro quiere hacer virguerías (segundas voces,
canones...) con un coro improvisado de espectadores y la cosa no acaba de
funcionar. Temo que nos hallemos ante un callejón sin salida.
Finalmente el sentido común impera, y pasado
el tiempo de descanso del coro (y puede que un poco más) el director de coro
hace de tripas corazón, y termina diciendo que «muy bien, formidable» aunque
haya sido él mismo quien haya tenido que cantar al micrófono todas las segundas
voces y el canon ...
Sigue pues la cosa con Mozart (ay), como
decíamos, y con dos coros de Rautavaara y Villalobos, coros que nada tienen que
ver con la ópera, contrariamente a lo anunciado en el título del concierto, y
que a servidor de ustedes no acaban de interesarle.
Después del coro, que a mi juicio es el menos
interesante de toda la producción de Bizet (el inicio de Los pescadores de
perlas), termina el concierto con el coro de viajeros de La vida
parisina. Simpático.
Ante los aplausos, nos vuelven a atizar el
coro de Los pescadores de perlas.
Los pianistas que acompañan, sólidos.
El coro es prestigioso (el del Capitole de
Toulouse que estaba a la sazón realizando una magnífica prestación en el Boris
Godunov en el Teatro de los Campos Eliseos), el programa anunciado en la
programación anual (poco se decía, pero se citaba a Boito, etc.) podía ser
interesante. Por eso en su día compré la entrada...
Intento disculpar a quienes pergeñaron el
concierto diciéndome que tal vez fuera yo quien no estaba en su sitio. Es
indudable que el concierto ha sido placentero para mucha gente (aquellos a
quienes les estaba destinado), de forma que lo que a mí me ha resultado vacuo o
cargante, a buena parte del público le ha parecido simpático. Tal vez lo que yo
considero «rigor» a ellos les puede parecer «envaramiento».
Cierto, no quisiera que el modelo propuesto
por La Seine Musicale fuera el que se extendiera, pero he de entender que
también tiene su sitio, también tiene su público.
Aunque tal vez el concierto del que se trata
hubiera podido satisfacer a todos (a mí también) si las transcripciones
innecesarias (de Duparc, de Mozart) hubieran sido sustituidas por coros de
ópera de verdad (que los hay), si los comentarios del director (Gabriel
Bourgoin) hubieran sido menos vacuos y un punto más informativos, si el coro
hubiera sido mejor preparado para abordar los fragmentos delicados, si el
programa de mano hubiera sido pensado para quienes quieren leerlo y no
sólo para quienes van únicamente a mirarlo...
Tengo la sensación de haber sido víctima de
algún experto en marketing capaz de todas las torpezas con la excusa de «atraer
a nuevos públicos», e insisto, no, no quiero que tal sea el modelo que
prevalezca en el mundo de los conciertos. Directores que mezclan churras con
merinas, hablan a tontas y a locas, y hacen demostraciones más demagógicas que
simpáticas. Todo con la excusa de «desempolvar la música clásica». Puede haber
conciertos que aúnen calidad, rigor y simpatía. No son conceptos reñidos.
Costará mucho que servidor de ustedes vuelva a
La Seine Musicale. Y bien que lo siento.
NB – Quien esto escribe ha asistido ya a sesiones participativas en que el público canta dirigido por un jefe de coro. Y disfruté mucho. Pero sabía que asistía a una sesión participativa, y el director tenía una horita para hacernos trabajar. ¡Menuda diferencia con el mejunje sobre la canción de Trenet del otro día en La Seine Musicale !
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