España - Andalucía
Currentzis fascina con un inolvidable Requiem de Mozart
José Amador Morales
Programada
en colaboración con el Festival de Música Antigua de Sevilla (FeMAS), la visita
de Teodor Currentzis al frente de “su” MusicAeterna al Teatro de la Maestranza
era a priori uno de los grandes atractivos de la temporada, máxime cuando el
programa seleccionado incluía obras de Mozart y, muy especialmente su Requiem. Así pues, un teatro
prácticamente completo asistió al evento con las mejores expectativas, hasta el
extremo de querer -y poder- participar como un protagonista más, si no el que
más: tal fue la vorágine de toses, ruidos, estornudos, llamadas y caídas de
móviles, etc, con la que irrumpió durante toda la velada a excepción tal vez de
parte del propio Requiem, cuya
presentación tuvo el impagable acierto de aplacar la oleada de ruidosas
manifestaciones de la audiencia.
Un hecho lamentable que nos hizo
recordar aquel concierto de enero de 2015 en este mismo escenario en el que un
Daniel Barenboim enfadadísimo cerró visiblemente enojado la tapa de su piano
antes de retirarse, dando a entender con claridad que no daría ningún bis; tal
había sido la perorata de toses con la que el público sevillano le había
obsequiado a lo largo de su interpretación (hay que decir que,
significativamente, esto no le había sucedido el día anterior en Córdoba).
Sobre el papel la primera parte se presentaba como un
trámite o “calentamiento” previo al Requiem,
pero aquí adquirió un inesperado realce en torno al protagonismo de Olga
Pashchenko que, no solo en el mozartiano Concierto
para piano y orquesta núm. 24 -muy bello el lírico segundo movimiento- sino
con las obras que regaló fuera de programa (el Concierto para clave en Re mayor de Dmitro Nortniansky, compositor
ucraniano coetáneo de Mozart y unas contundentes variaciones de Beethoven), se
reveló como una pianista sutil, convenientemente sobria en el fraseo y de
técnica impecable.
La actuación de la pianista moscovita entusiasmó al frente
de un instrumento que, según comentó ella misma al público, era reproducción
del pianoforte Walter del compositor de Salzburgo, cuyo bello sonido y demás
características ilustró incluso con ejemplos; eso sí, el pianoforte precisaba
de una acertada y leve amplificación que a la postre tuvo que competir con los
ruidos de la sala ya comentados.
Teodor
Currentzis, que en la primera parte había arropado a la pianista mostrando una
extraordinaria complicidad, comenzó la segunda con la Música fúnebre masónica K.477 de Mozart como introducción a un Requiem que, a su vez, fue precedido de
la equivalente cantilena gregoriana (Requiem aeternam dona eis) previa
reducción de la luz a una tenue lumbre que apenas iluminaba a los tenores
encargados de su canto. El impacto de esta puesta en escena generó
indiscutiblemente un clima propicio (¡de silencio al fin!) del que surgieron de
forma natural los primeros compases del Requiem
en re menor de Mozart.
El director grecorruso, de
gestualidad expresiva y movimientos un tanto teatrales, ofreció una versión
inolvidable y arrebatadora en su intensidad dramática, cristalina y preciosista
en rigor tímbrico, bellísima en su desbordante musicalidad. Provisto de una
orquesta y coro que parecen funcionar como una extensión de su cuerpo,
Currentzis eligió tempi en general ligeros, a excepción tal vez del repentino
freno en un “Confutatis” que por sí solo parecería algo efectista pero que en
el marco de toda la obra y en la experiencia musical en directo adquiere plena
carta de naturaleza. Máxime cuando a continuación emergió un sublime
“Lacrimosa”, acaso lo mejor de toda la noche, al que Currentzis añadió los
dieciséis compases de la fuga que, sobre la palabra "Amén", escribió Mozart y que
fueron hallados en los años sesenta.
En
el cuarteto solista destacó el fraseo cálido del bajo Alexey Tikhomirov, de voz
timbrada, rotunda y firmemente proyectada, quien remató una actuación impecable
y muy aplaudida en los saludos finales. También Elizaveta Sveshnikova aportó su
hermoso timbre y musical línea de canto pese a algún contratiempo puntual, como
al inicio del “Recordare”, mientras que Egor Semenkov lució un recio caudal
canoro de más fuste de lo acostumbrado en su parte y de latín algo tosco (ese
ingrato énfasis consonántico en los “naturra”, “creaturra” o “responsurra”);
por su parte Andrey Nemzer logró propiciar un atinado contraste con una
inusitada presencia vocal.
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