Italia
“Se amar no puoi, rispettami”
Jorge Binaghi

Esta frase de la protagonista fue la que su primera
intérprete y valedora principal, Giuditta Pasta, dirigió en la accidentada
primera representación al mal dispuesto público en vez de a su antagonista en
la acción. Sigue siendo el caso. Al parecer la penúltima fatiga lírica de
Bellini conoce un momento bueno (hace poco en París en forma escénica, el año
pasado en Nápoles en concierto, ahora en Génova y en el futuro justamente en
Venecia en un espectáculo en coproducción), pero será, como siempre, una
ilusión.
Volverá después al olvido, y es lástima. No porque se
trate de una obra de grandes méritos dramáticos (la culpa seguramente fue de la
mala relación que acabó con la colaboración de Romani y Bellini -nunca he visto
versos tan mal acabados en el canto o incluso en los difíciles recitativos en
un texto de Romani como aquí-), y el venenoso prólogo del libretista no deja de
tener razón cuando habla de un ‘fragmento’.
Lo que no es óbice para una inventiva y soluciones
musicales más que notables, que en parte continúan con los intentos
experimentales de su obra más ‘revolucionaria’, La Straniera, y en parte hacen caso de las críticas que había
recibido el magistral final del primer acto de Norma -un trío con coro- y vuelve al gran concertante final de la
primera parte (como será el caso también en I
Puritani).
Es verdad que la obra palidece ante la Bolena donizettiana, que presenta cuatro
personajes interesantes contrastados (hasta un quinto), mientras aquí los
únicos con ‘carne’ son la protagonista (un tanto monótona en sus eternos
lamentos) y sobre todo su segundo esposo y verdugo, el papel más extenso y
notable de Bellini para un barítono (o bajo en aquella época -en efecto en los
concertantes y recitativos la escritura insiste en el registro grave-). El
presunto amante y la vengativa dama de corte son apenas esbozos.
Verdad es que Bellini escribió un aria para el tenor
luego de la primera representación, pero que no tuvo fortuna, y él mismo
sacrificó un dúo de las dos señoras (se ha recuperado, pero que yo sepa no se
ha ejecutado nunca en una representación completa por la inoportuna situación -en
el final justo antes de la gran escena de la protagonista, algo que alargaría
innecesariamente la acción dramática-).
La defensa que han hecho biógrafos y críticos como Orrey
o Brunel, un especialista y gran maestro como Gui, y la del propio compositor
no ha bastado, como tampoco la anécdota de que ‘Se un’ urna è a me concessa’ -el
comienzo de la mencionada escena final- acompañó los últimos instantes de
Chopin. Y es lástima, pero tal vez si esta vez Bellini deseaba un hecho
realmente acontecido habría hecho mejor en mantener la proyectada obra sobre la
reina Cristina de Suecia antes que ceder a los deseos de la Pasta, responsable
principal del cambio de planes que indirectamente terminó por estropear la
amistad de Romani y Bellini.
Me disculpo por ser extenso en un aspecto que no suele
interesar demasiado, pero creo que he llegado a la última vez de un título que
había visto sólo en Barcelona en 1987 en una versión escénica bastante
olvidable y en 2000 en una versión de concierto más interesante, donde los
principales eran la Gruberova y sobre todo un soberbio Bruson.
Si debo esperar otros veinticuatro años no me salen las
cuentas. Y de cualquier modo dudo de que haya hoy un reparto tan equilibrado
como el de la presente ocasión.
Y por eso he ido dos veces.
Sobre el espectáculo diré que no molesta ni convence
particularmente, lo que ya es algo. Hay algunos telones y paneles que se
mueven, alguno con reminiscencia medieval o renacentista, como los trajes de
las señoras mientras los caballeros se presentan vestidos como en la época de
composición de la obra. No parece haber habido mayor interés en los movimientos
de los solistas (sí en los del coro) y la escena única -al parecer hoy
inevitable- obliga a algunas soluciones forzadas como que los coristas se giren
para permitir una escena entre dos personajes.
La parte musical fue de gran importancia. Bien o muy bien
los cuerpos estables. Un coro con una parte muy importante que salvo alguna
imprecisión en los ataques en un par de escenas tuvo una labor descollante. La
orquesta no sólo fue muy presente, sino que el director musical del Teatro,
Minasi, se demostró profundo conocedor del estilo y de la edición crítica de la
obra debida a Franco Piperno. Tal vez en algún momento el volumen resultó un
tanto excesivo (pienso en las escenas de conjunto), pero la labor fue muy
buena.
De los dos papeles comprimarios, quien tuvo más
oportunidad de demostrar un nivel algo más que discreto fue el Annichino de
Manuel Pierattelli, mientras que la parte de Ricciardo es demasiado breve como
para permitir un juicio sobre Giuliano Petouchoff.
De los dos roles ‘coprotagonistas’ pero poco
desarrollados se puede hablar bien. La Agnese de Remigio tuvo la suerte de ser
una soprano (y no una mezzo como suele) por lo que las notas agudas le
permitieron brillar. Centros y graves fueron menos interesantes como suele
suceder con estas escrituras ambiguas.
Demuro, que hasta ahora nunca me había convencido
totalmente, fuera por los papeles interpretados o por la poca seguridad de su
emisión en agudo, no sólo ha mejorado esta última al punto de poder permitirse
interpolar agudos y sobreagudos que dieran más lustre a sus intervenciones,
sino que pareció muy seguro en técnica y estilo como Orombello. Ambos frasearon
bien.
El rol de Filippo Maria Visconti dio oportunidad, ya
desde su escena inicial, al magnífico Olivieri de construir un personaje por
demás impetuoso, de notable extensión vocal y homogeneidad en todos sus
registros, bellísimo timbre, afinación impecable y sobre todo un sentido de la
expresividad sin renunciar al más puro belcanto.
Si su gran escena del segundo acto (12 minutos de una
intensidad abrumadora) resultó por su intensidad quizás el momento más
electrizante desde el punto de vista teatral, su dominio de los recitativos: ejemplares
el que comienza la escena ‘Rimorso in lei?’ y la frase convencional (‘ah, mi si
solleva il crine’) que da pie al aria elegíaca ‘Qui mi accolse, oppresso,
errante’ y luego el imperioso ‘Si eseguisca la sentenza’ a la que sigue la
cabaletta doble ‘Non son io che la condanna’.
Una proeza que en mi opinión supera la prueba de Bruson
por la belleza del color y lo muestra preparado ya para otra gran escena de
‘delirio y maldad’ como la de Francesco en I
Masnadieri de Verdi. Su gallardía escénica no es novedad y, aunque colabora
a realzar la impresión general, no es ni de lejos lo más importante.
Por suerte tuvo frente a él a una Meade de los grandes
días, que sólo le cedió en el aspecto interpretativo, y en parte porque el rol
es casi todo el tiempo pasivo y nunca emprendedor. Esa es la razón de que su
más que buen fraseo no haya tenido más variedad, pero lo compensó con ese
dominio absoluto que tiene de las notas filadas y las impresionantes messe di
voce en una voz de sus dimensiones, lozana, también ella de una homogeneidad y
una calidad poco frecuente en este repertorio, con capacidad no sólo de
fulminantes agudos y precisas agilidades (nunca fines en sí mismas) sino
también de graves naturales y timbradísimos que fuerzan la admiración.
Si su aria de salida ‘Ma la sola, oimè, son io!’ demostró
que su única interpretación anterior del personaje en un concierto la había
preparado perfectamente, el subsiguiente dúo con Filippo, la escena con
Orombello, el concertante final del primer acto, la escena del juicio del
segundo, y el gran final que sigue al terceto ‘Angiol di pace’ (con Agnese y
Orombello) con la ya citada cantilena de ‘Se un’urna è a me concessa’ seguida
de la temible cabaletta ‘Ah!la norte a cui m’appresso’ (con variaciones) constituyeron
una prueba si cabe ‘in crescendo’ de su capacidad para este repertorio (basta
recordar aquí mismo su Bolena de la temporada anterior) y la necesidad de
contar con ella para una reposición digna del título de que se trate.
No hubo prácticamente diferencias en las dos ocasiones en
que vi la obra (la segunda dos días después) si no tal vez que Remigio se mostró
aun más segura en esta nueva ocasión. El público festejó los números
individuales y aplaudió con fuerza en los saludos finales. Es lástima que en la
función semanal no hubiera más presencia como habría sido de desear. Creo que
no se ha cobrado idea del significado de esta reposición para la ‘causa’ de
Bellini y su obra de la que debería absolutamente quedar huella en un soporte
video o al menos audio… Pero estamos en manos de quienes estamos.
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