España - Madrid
Teatro RealUna ‘casualidad’ para un 24 de marzo
Jorge Binaghi
Para muchos el 24 de marzo no quiere decir nada. Para
quien esto firma -y para muchos más (además de treinta mil que no pueden
hablar)- hace 48 años se convirtió en una fecha clave en su vida y la de su
país. No es lugar para decir más, pero me resultó simbólicamente ‘no casual’
elegir semejante día para presenciar por primera vez semejante ópera. Si habéis
leído la reseña de la misma obra en Múnich aparecida hace un par de días y
firmada por Esteban Hernández no tengo necesidad de explicar el
‘descubrimiento’ tardío de esta ópera, las vicisitudes de su autor (y eso que
contaba con la protección de todo un Rostropovich, que de todos modos tenía él
también sus problemas), y su estreno póstumo con el consiguiente asombro de
público y crítica.
Una obra fundamental de lenguaje ecléctico pero bien
propio, que explora todos los recursos y formas musicales sin desdeñar ni el
canto lírico ‘normal’ (la canción de la protagonista en el segundo acto) ni lo
‘popular’ (la canción de la rusa Katja poco antes de ser llevada a alimentar la
chimenea de Auschwitz).
Es notable la forma en que la acción va y viene de la
cubierta del barco donde la ex guardiana de las SS cree ver a su ex prisionera
preferida (y odiada al mismo tiempo) mientras su marido se preocupa por el
futuro de su carrera diplomática en la República Federal Alemana. El ambiente
sofisticado e inmaculadamente blanco de la cubierta y el camarote y salón de
baile del transatlántico que se dirige a Brasil contrasta con el mundo oscuro,
ferruginoso, de mujeres harapientas (y ocasionalmente algún preso en las mismas
situaciones, como el prometido de Marta, Tadeusz), deshumanizado por los
administradores del campo, pero mucho más humano que el de arriba (en especial
la solidaridad de las mujeres entre sí, con sus diversas angustias, fobias, y
limitaciones): de allí que aunque la obra sea en alemán -el lenguaje de los
opresores, como ha pasado muchas veces- presente frases en polaco, ruso,
francés, inglés, castellano y supongo que más.
El trabajo de Pountney ha sido extraordinario y se ha ‘limitado’ a exponer con claridad el libreto y a trabajar notablemente con los cantantes/actores (al punto de que el excelente Tadeusz del conocido barítono Orendt cuando tiene que tocar ante el comandante del campo un vals verdaderamente infernal que se repite varias veces en la partitura es sustituido por un verdadero violinista, un magnífico Stephen Waarts no sólo como músico sino también como actor, que toca en cambio ese Bach que es su condena de muerte).
Destacan la dignidad, los diversos ‘no’, la impotencia de
los guardianes que no entienden por qué todos los detestan, las mezquindades,
los castigos inútiles, los intentos de comprar fidelidades. Y las
superficialidades y corrupciones de la vida ‘normal’ después de la guerra.
Esta era la última función y todo parecía estar rodado
hasta el último detalle, buen desquite para un estreno que tuvo que ser
aplazado, y mucho, por la dichosa pandemia (la mala suerte parece perseguir al
autor incluso tras su muerte). El Teatro estaba rebosante aunque muy cerca de
mí algunas personas -maduras, pero más jóvenes que yo- abandonaron tras la
pausa con algún comentario digno de la Alemania de los 40 (¿o debo decir de la
España de los 40 en adelante?).
Pero la inmensa mayoría aplaudió convencida y al final
decretó un gran éxito para todos, desde la excelente responsable musical, Mirga Grazinytè-Tyla, a quien yo no conocía pero
que exhibió una energía y conocimiento notables para compaginar tanto elemento
complejo y no perder de vista a los cantantes, a ese coro que murmura y sólo
pocas veces se anima a cantar fuerte (otro soberbio trabajo de Basso), pasando
por los papeles ‘secundarios’ (sobre todo porque son episódicos) hasta los
principales, que no son nada fáciles y no porque los cantantes deban gritar
(sólo en algún que otro momento, y siempre justificadamente).
Majeski estuvo soberbia y su voz de lírica plena pareció
ideal para esa pasajera que no sabemos si es o no es la temida prisionera, pero
no se quedó atrás la Lise de la notable mezzosoprano Karanas (un ejemplo
perfecto de la ‘banalidad del mal’ que acuñó Hannah Arendt durante su
seguimiento del juicio a Eichmann en Israel) ni tampoco ese Walter untuoso,
superficial e interesado que presentó Schukoff convertido casi en un tenor característico.
Del grupo de mujeres no voy a citar a todas pero
destacaron la ya mencionada Katja de Gorbachyova-Ogilvie (justamente
ovacionada), la Yvette de Doray y la vieja aterrada y enloquecida de Fields.
No he podido encontrar el libreto, pero entre otras
frases memorables quedó flotando en mi mente la del diálogo entre Tadeusz y
Lisa cuando ésta le ofrece la posibilidad de volver a verse con Marta y él se
niega. Le dice, no para explicarle nada porque ella no puede entenderlo, que en
ese otro mundo en el que se conocieron cuando eran libres el amor sí era
posible. Y sin duda alguna eso es la verdadera libertad que avanza (para usar
un slogan que desvirtúa lo mismo que dice). Sin agregar luego ninguna palabra
más malsonante como hace cierto patético presidente de un país latinoamericano
de cuyo nombre no quiero acordarme.
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