Francia
Haumer y Heine: contar y cantar
Francisco Leonarte
Günter Haumer no basa su carrera en una voz
impresionante, máxime en la acústica ingratísima, seca como el desierto, del
Théâtre de la Ville. Lo que impresiona en Haumer es el arte del cantante. Y lo
demostró en el recital en torno a poemas de Heine el pasado 16 de marzo en el
Teatro de la Ciudad.
Arte de contar.
Haumer mpieza el recital dirigiéndose a
nosotros como quien se dirige a un amigo, y nos cuenta-canta Baltasar.
Basta conocer de lejos la anécdota bíblica para entenderle, aún sin tener ni
papa de alemán. No sólo es su dicción (mucho más clara que la del actor que con
dejes de viejo teatro un punto cursi se encarga después de la traducción, dicho
sea de paso), es también ese arte sutil del cuentista que sabe cómo hacer que
el auditorio siga la historia, paso a paso. No será Baltasar de
Schumann, a lo largo del recital, el único ejemplo de tal talento de contador
de Haumer.
Arte de variar
Una teatralidad sincera -que muchos actores
para sí quisieran- permite a Haumer variar sus acentos en el interior de cada
canción. Le permite también crear ambientes sonoros distintos. De suerte que el
recital, dada la variedad de la poesía de Heine, es también un recorrido por
distintos mundos. Y así pasamos por la ya citada anecdota un punto terrorífica
en la antigua sala de banquetes, por el salón de las élites burlonamente
evocado, por los sueños típicamente románticos, por los idilios y por los
desamores, y hasta por el diálogo bastante patriotero (no sé por qué a Heine se
le ocurrió escribir Los dos granaderos, sin duda para congraciarse con
algún amigo fan de Napo, pero bueno)
Arte de la emoción
Todo eso no sería nada si no tuviera también
Haumer el dominio de la emoción, porque al fin y a la postre, en un
espectáculo, en una obra de arte, todos buscamos eso, «emoción». Y no siempre
es fácil darla. Cierto, el material era excelente (qué bonitos los Mendelssohn,
qué interesantes los Clara Schumann y los Pfitzner, y qué fineza y qué
inventividad en la escritura las de Liszt, qué impresionante Schubert...).
Haumer sabe dar silencios cuando hace falta, cargar el dramatismo, subir o
bajar volúmenes, sin jamás perder la musicalidad, con el fin de dar en la diana
y tocarnos allí donde la emoción nace.
Arte de la compenetración
Pero hemos hecho mal hablando sólo del
barítono. Deberíamos haber hablado desde el principio de un animal mítico, como
el centauro o la sirena, el baripiano, medio voz medio piano, tanta es
la compenetración entre Barbara Moser y Günter Haumer. Los dedos de Moser
corretean por el piano como gamos, juguetean como lobeznos, se imponen como
dueños, o lo acarician con ternuras de amante -perdonen ustedes, me he dejado
embarcar por el lirismo- siempre dando sentido, siempre en acorde con el texto
y con la música. Una auténtica lección. E intento pensar en una y otro
separadamente y me doy cuenta de que, si las imágenes de barítono y pianista
son distintas, en mi oído el recuerdo musical es conjunto.
Lo dicho, un baripiano.
Comentarios