Francia
Excelencia a la francesa
Francisco Leonarte
Henri Christiné y Maurice Yvain (autor de la
famosa canción Es mi hombre) son los dos compositores que más claramente
encarnan la renovación de la opereta francesa a finales de los años diez y
principios de los veinte del pasado siglo XX. Son ellos los primeros que
incorporarán por ejemplo ritmos sincopados de influencia estadounidense al
teatro musical francés. Y a su vez su éxito inspirará a los compositores
estadounidenses (recordemos que si Phi-phi de Christiné es de 1918, Show
Boat de Kern es de 1927). Una serie de libretistas, entre los que destaca
André Willemetz, proporcionarán a Yvain y Christiné historias, diálogos y
letras maliciosos en grado sumo. Al igual que la zarzuela, se trata de obras
que en general no son de fácil traducción, con muchas referencias a la cultura
que las ha hecho nacer, tanto en el espacio como en el tiempo. Eso sí, cuando
el público conoce las referencias en cuestión, a poco que los intérpretes
confíen en la obra, la representación se convierte en una fiesta.
Una fiesta
Y así fue el pasado sábado 16 de marzo en el
teatro de l'Athénée. El público no paró de reír y disfrutar durante las dos
horas que duró el espectáculo (se suprimió todo entreacto por motivos que quien
esto escribe desconoce).
El libreto de Jacques Bousquet y Henri Falk,
además de retratar a personajes universales (el nuevo rico, la aristócrata
venida a menos cínica, el ingenuo que quiere complacer a todo el mundo... ),
es, como toda buena comedia de situación, un auténtico mecanismo de relojería.
El director de escena ha sabido engrasarlo para que funcione a la perfección.
Entradas, salidas, reacciones, todas en el momento justo. Los diálogos
chispeantes de los libretistas son asumidos con naturalidad por todos y cada
uno de los actores-cantantes gracias a sus respectivos talentos y gracias a una
buena dirección de actores que da sentido y coherencia.
Los decorados son sencillos pero vistosos, así
como los trajes que, desbordantes de imaginación, no salen del contexto ni
dejan de servir el propósito de la obra. Único «pero», el no haber respetado el
contexto del primer número musical, de suerte que vemos a André Sartène pintar
mientras canta que está cocinando, evocando un desayuno después de una noche de
sexo. Será el primer y el último fallo en esta puesta en escena por lo demás
sin tacha.
La orquesta ha sido reducida a lo que
probablemente fue la orquesta en el teatro del estreno en 1924. Es también el
sonido que corresponde a las dimensiones del Teatro del Ateneo. Puntualmente
sin embargo hubiéramos agradecido una disminución del volumen. Único «pero» en
lo que, por lo demás, es una prestación orquestal llena de frescura y de buen
hacer.
Los cantantes parecen ideales, tanto desde el
punto de vista musical como desde el punto de vista teatral.
Destaquemos la sensibilidad y la
inteligibilidad impecable de Aurélien Gasse, el volumen y la comodidad de
emisión de Amélie Tatti, la fuerza cómica de Lara Neumann (que se marca una
canción de tradición bretona), la eficacia de Charles Mesrine y Julie Mossay.
Se llevan particularmente el gato al agua Philippe Brocard, con una voz tan
potente y segura como de impecable fraseo, y Marie Lenormand como una hilarante
baronesa, dibujada con trazo maestro tanto vocalmente como actoralmente.
En todos ellos, el espíritu de la opereta, que tan difícil es de captar: impostaciones claras, prioridad del personaje, pronunciaciones perfectas, musicalidad al servicio de la situación teatral... Por supuesto sin las odiosas amplificaciones que han terminado por invadir actualmente el género de la comedia musical.
La deliciosa música de Maurice Yvain en todo su esplendor. Un auténtico disfrute.
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