España - Galicia
Bruckner 200Cómo desaprovechar un auditorio
Alfredo López-Vivié Palencia

Salvo sorpresas poco probables, el de esta noche será el único sinfónico que se escuche en Santiago en este año de su bicentenario. No me quejo: la Orquesta Sinfónica de Galicia lleva muchos años tocando sus sinfonías, y además hoy viene con el que fue su director titular durante las anteriores diez temporadas, dejando el puesto tras una labor excelente en ese tiempo.
Dima
El caso es que me apetecía
mucho ver qué hace con Bruckner (si tocó alguna de las sinfonías con la OSG no
tuve ocasión de asistir). En mi opinión, los directores rusos nunca han
demostrado especial afinidad con el compositor de Ansfelden (Gennadi
Vaya por delante que la
sinfonía estuvo bien tocada (y en la versión correctamente elegida: la última
firmada por Bruckner, sin alusiones expresas a los dramas wagnerianos, como
sucedía en las primeras encarnaciones del Adagio). Se nota enseguida que
Slobodeniouk y la OSG se compenetran estupendamente, y la claridad es ejemplar
(por ejemplo en el arranque del Finale, con los violines haciendo oír su
“polka” frente al coral de los metales). La concentración del maestro es
imperturbable, su gesto claro e inequívoco en tiempo y expresión; por su parte,
la orquesta –por cierto, hoy al mando del concertino invitado Daniel
Sin embargo faltó fluidez.
Los tiempos fueron poco contrastados: precisamente por ser la música de
Bruckner como es, la falta de flexibilidad en los bloques temáticos ayuda a una
impresión de pesadez; no tanto en sí mismos como en las transiciones y en las
pausas que los unen (que en esta sinfonía hay muchas). Así lo percibí sobre
todo en el primer movimiento (hacía falta un poco más de lirismo en el segundo
tema, y algo más de aire para entrar y salir de él) y en el Finale (los cortes
que al final hizo Bruckner se notaron demasiado). En el Adagio, en cambio, creo
que Slobodeniouk acertó (Bruckner dice “movido, casi Andante”), y estuvo
cantado con respiración natural; aunque hubiera preferido algo más de emoción
en la subida al clímax. El Scherzo salió impecable: fuerza en los extremos y
baile en el Trio (precioso el modo en que Slobodeniouk destacó las voces
internas de los segundos violines y los violonchelos).
Aunque lo que verdaderamente
me resultó pesado fue el sonido. He dicho antes que elogio el poderío de la
orquesta; y ciertamente Slobodeniouk no escatimó ni un solo decibelio en todos
los tutti que hay en la obra. El
problema fue que, como con los tiempos, tampoco flexibilizó las dinámicas en las
“terrazas sonoras” -sean en cuesta o en descenso- (vuelvo al primer y al último movimiento, donde más evidentes han
de ser esos efectos). Creo que la clave del asunto residió en la sala: los
ensayos tuvieron lugar en el Palacio de la Ópera de Coruña –donde tocarían al
día siguiente-, pero este concierto se dio en el Auditorio de Galicia; y todo
el mundo sabe que la sala coruñesa tiene una acústica manifiestamente
mejorable, mientras que la sala compostelana goza de una acústica estupenda.
Traducido: el sonido duro y
seco al que está –por necesidad- acostumbrada la OSG se trasladó a un lugar
donde no había ninguna necesidad de producirlo de ese modo (mucho me temo que
no hicieron apenas pruebas de acústica en el Auditorio de Galicia); y
Slobodeniouk también puso de su parte al cortar a cuchillo casi todas las
explosiones sonoras (por ejemplo, el clímax que culmina el desarrollo del
primer movimiento). De manera que se intensificó la sensación de pesadez. La
buena noticia es que Bruckner ya no asusta al público –muy buena entrada- y que
éste aplaudió con ganas lo que sin duda fue una más que digna interpretación,
marrada por falta de estrategia en el aprovechamiento de la cálida reverberación
de esta casa.
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