España - Galicia

Bruckner 200

Cómo desaprovechar un auditorio

Alfredo López-Vivié Palencia
martes, 9 de abril de 2024
Dima Slobodeniouk dirigiendo la OSG © 2023 by Ovidio Aldegunde Dima Slobodeniouk dirigiendo la OSG © 2023 by Ovidio Aldegunde
Santiago de Compostela, jueves, 4 de abril de 2024. Auditorio de Galicia. Orquesta Sinfónica de Galicia. Dima Slobodeniouk, director. Anton Bruckner: Sinfonía nº 3 en Re menor (versión de 1899, ed. Nowak). Ocupación: 80%
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Salvo sorpresas poco probables, el de esta noche será el único Bruckner sinfónico que se escuche en Santiago en este año de su bicentenario. No me quejo: la Orquesta Sinfónica de Galicia lleva muchos años tocando sus sinfonías, y además hoy viene con el que fue su director titular durante las anteriores diez temporadas, dejando el puesto tras una labor excelente en ese tiempo. 

Dima Slobodeniouk (ruso de nacimiento –Moscú, 1975-, finlandés de adopción) debe andar en una etapa de transición, pues –hasta donde yo sé- no ocupa ningún cargo en ninguna orquesta; lo que sí sé es que en los últimos tiempos ha cosechado éxitos con las mejores agrupaciones europeas y norteamericanas.

El caso es que me apetecía mucho ver qué hace con Bruckner (si tocó alguna de las sinfonías con la OSG no tuve ocasión de asistir). En mi opinión, los directores rusos nunca han demostrado especial afinidad con el compositor de Ansfelden (Gennadi Rozhdestvenski fue un pionero, pero el resultado se quedó en esa exploración), y los maestros nórdicos muy poca, con las excepciones de Herbert Blomstedt, Leif Segerstam y Paavo Järvi. Por algún motivo Bruckner se le da bien a los directores de lengua alemana (incluyo aquí a Daniel Barenboim, quien afirma que en su casa siempre se habló en ese idioma), y curiosamente también a los maestros italianos (baste citar a Carlo Maria Giulini, Claudio Abbado o Riccardo Muti).

Vaya por delante que la sinfonía estuvo bien tocada (y en la versión correctamente elegida: la última firmada por Bruckner, sin alusiones expresas a los dramas wagnerianos, como sucedía en las primeras encarnaciones del Adagio). Se nota enseguida que Slobodeniouk y la OSG se compenetran estupendamente, y la claridad es ejemplar (por ejemplo en el arranque del Finale, con los violines haciendo oír su “polka” frente al coral de los metales). La concentración del maestro es imperturbable, su gesto claro e inequívoco en tiempo y expresión; por su parte, la orquesta –por cierto, hoy al mando del concertino invitado Daniel Vlashi- se entregó como en la mejor de sus noches y la máquina sinfónica sonó con el poderío que requiere la obra. Además, Slobodeniouk acertó con los tiempos, ni morosos ni apresurados (55 minutos duró la cosa).

Sin embargo faltó fluidez. Los tiempos fueron poco contrastados: precisamente por ser la música de Bruckner como es, la falta de flexibilidad en los bloques temáticos ayuda a una impresión de pesadez; no tanto en sí mismos como en las transiciones y en las pausas que los unen (que en esta sinfonía hay muchas). Así lo percibí sobre todo en el primer movimiento (hacía falta un poco más de lirismo en el segundo tema, y algo más de aire para entrar y salir de él) y en el Finale (los cortes que al final hizo Bruckner se notaron demasiado). En el Adagio, en cambio, creo que Slobodeniouk acertó (Bruckner dice “movido, casi Andante”), y estuvo cantado con respiración natural; aunque hubiera preferido algo más de emoción en la subida al clímax. El Scherzo salió impecable: fuerza en los extremos y baile en el Trio (precioso el modo en que Slobodeniouk destacó las voces internas de los segundos violines y los violonchelos).

Aunque lo que verdaderamente me resultó pesado fue el sonido. He dicho antes que elogio el poderío de la orquesta; y ciertamente Slobodeniouk no escatimó ni un solo decibelio en todos los tutti que hay en la obra. El problema fue que, como con los tiempos, tampoco flexibilizó las dinámicas en las “terrazas sonoras” -sean en cuesta o en descenso- (vuelvo al primer y al último movimiento, donde más evidentes han de ser esos efectos). Creo que la clave del asunto residió en la sala: los ensayos tuvieron lugar en el Palacio de la Ópera de Coruña –donde tocarían al día siguiente-, pero este concierto se dio en el Auditorio de Galicia; y todo el mundo sabe que la sala coruñesa tiene una acústica manifiestamente mejorable, mientras que la sala compostelana goza de una acústica estupenda.

Traducido: el sonido duro y seco al que está –por necesidad- acostumbrada la OSG se trasladó a un lugar donde no había ninguna necesidad de producirlo de ese modo (mucho me temo que no hicieron apenas pruebas de acústica en el Auditorio de Galicia); y Slobodeniouk también puso de su parte al cortar a cuchillo casi todas las explosiones sonoras (por ejemplo, el clímax que culmina el desarrollo del primer movimiento). De manera que se intensificó la sensación de pesadez. La buena noticia es que Bruckner ya no asusta al público –muy buena entrada- y que éste aplaudió con ganas lo que sin duda fue una más que digna interpretación, marrada por falta de estrategia en el aprovechamiento de la cálida reverberación de esta casa. 

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