España - Madrid
La tristeza del payaso solitario
Xoán M. Carreira
En 2016 la Fundación Juan March inició el proyecto de programar anualmente un 'melodrama', una etiqueta que no se adapta demasiado bien al contenido de este Cabaré Pierrot. Pero lo importante no son las etiquetas, sino los resultados, que en esta octava edición han sido espléndidos, tanto en lo teatral como en lo musical.
Al igual que en ediciones anteriores, se ofreció un espectáculo cuidadosamente diseñado, ensayado e interpretado en el que se atendió al más mínimo detalle y se logró que no hubiera elementos discordantes.
Utilizando como pretexto que Schoenberg y Zemlinsky eran cuñados, y que ambos matrimonios pasaron por episodios de infidelidad conyugal, Tomás Muñoz diseñó un espectáculo que relaciona hábilmente el casi desconocido mimodrama Ein Lichtstrahl (1901, estreno en Viena en 1992) de Zemlinsky con el popular Pierrot lunaire (1912) de Schoenberg.
Además, desde el punto de vista musical ambas obras no son muy lejanas, pues el material de base es la música popular urbana de Viena, explícito en el caso de Zemlinsky y velado por el uso de la atonalidad en el caso de Schoenberg.
El universo estético de Pierrot lunaire es obviamente modernista, al igual que el de Goyescas o La canción de la tierra: tres obras que se alimentan del simbolismo, la moda japonista y otros exotismos, el revival de la commedia dell'arte, y la fascinación por los paraísos artificiales.
Es por ello un error considerar el Pierrot lunaire como un antecedente de la música que hará Schoenberg posteriormente y enfocar sólo su carácter innovador. Ciertamente la Primera Guerra Mundial rompió un montón de valores victorianos y el hecho de que durante ella las mujeres trabajaran cambió profundamente las cuestiones morales, pero las dos piezas de esta velada fueron compuestas antes de la guerra y están construidas en torno a los valores éticos y estéticos de la Belle Époque.
No por ser audaz y moderna, Pierrot lunaire deja de ser una obra decimonónica, exactamente igual que lo son El castillo de Barbazul, Goyescas, Le Sacre du printemps o Rosenkavalier, igualmente audaces y modernas.
Eran tiempos nuevos y también en las costumbres sociales existía una ambición de superar el pasado y crear unas relaciones más libres, menos ancladas en la convención. Pero las costumbres no cambian tan fácilmente como el arte y las nuevas relaciones de pareja se convirtieron a menudo en una fuente de angustia para sus protagonistas. El mimodrama de Zemlinsky lo cuenta de una forma satírica, el Pierrot lunaire como un desgarrado sufrimiento interior a veces poco comprensible, pero ambas dejan un sabor amargo que Tomás Muñoz no aprovechó suficientemente pero tampoco obvió.
Muñoz presenta Ein Lichtstrahl como un corto de cine 'sonorizado externamente' por un piano, como era habitual en las salas de cine y de variedades, aunque el cabaret vienés o berlinés tengan algunas características propias. La película asume los tópicos del cine cómico de la época, tanto desde el punto de vista de la cámara como del histrionismo en la actuación, con el valor añadido -o la trampa- de que aquí es la película la que se adapta a la partitura y no a la inversa.
Esto fue posible gracias a la labor del pianista, Eduardo Fernández, que estaba muy pendiente de la pantalla, y la extraordinaria interpretación de José Luis Montiel y sobre todo de Pepe Viyuela, que no en vano es un excelente payaso, capaz de convencernos de que se está comiendo su sombrero al modo de Chaplin. Por su parte, Sonia de Munck muestra una capacidad actoral que no desmerece de sus compañeros actores en su doble papel de Ella y Alma Schindler. Incluso Fernández, quien tiene que ser Zemlinsky en algunos momentos, fue convincente dramaturgicamente, lo cual es una demostración más de la inteligente dirección escénica y los ensayos cuidadosos de Tomás Muñoz.
La puesta en escena de Pierrot lunaire se atuvo a las convenciones del cabaret en su estética clásica, con iluminación variable y momentos de interacción de Sonia de Munck con los clientes del cabaret, entre los que se encontraba Schoenberg (un Pepe Viyuela maravillosamente caracterizado): un guiño a las primeras interpretaciones de Pierrot lunaire en las que Schoenberg estaba en un lateral del escenario y daba indicaciones a los músicos, a los que un biombo les impedía ver a la cantante. Además Schoenberg instrumenta para la orquestina típica del cabaret, o sea, el sexteto: piano, violín (y viola), violonchelo, flauta (y piccolo), clarinete y voz.
Sonia de Munck, que había estado soberbia como actriz en Ein Lichtstrahl, alcanzó en Pierrot la excelencia performativa como actriz / cantante. Su interpretación atenta al detalle y al conjunto de cada una de las canciones, y al equilibrio de estas en cada una de las tres secciones, es fruto del análisis, reflexión, ensayos y, obviamente, exigente autocrítica. No me cabe la menor duda de que ha ofrecido una de las versiones más lúcidas e intensas de las muchas que he escuchado a lo largo de mi vida.
No menos espléndida fue la intervención del quinteto intrumental, coordinado alternativamente por Eduardo Fernández y Cecilia Bercovich (más visible para sus compañeros). Todos ellos demostraron que la ejecución de Pierrot lunaire no precisa director, el cual incluso puede arruinar la presentación como sucedió recientemente en el Teatro de la Abadía de Madrid. En la música de cámara los resultados óptimos se obtienen cuando cada instrumentista se responsabiliza de su propia ejecución y tiene plena confianza en sus compañeros. A lo que se suman, obviamente, abundantes ensayos, una coincidencia de criterios y el libre intercambio de opiniones.
El absoluto silencio en la sala durante la interpretación y ese mágico silencio antes de las ovaciones, fueron la mejor muestra de la aceptación del público, cuyas caras de satisfacción se mantenían en los corrillos a la salida y en la explanada exterior del edificio. No en vano Pierrot fue la obra más exitosa en vida de Schoenberg, tuvo una enorme difusión internacional y fue admirada por compositores de las más diversas tendencias.
La Fundación Juan March, según su inveterada costumbre, publicó un grueso programa con los textos traducidos, tablas cronológicas, curriculums de los intérpretes y una valiosa documentación gráfica, además de dos textos interesantes del director escénico, Tomás Muñoz, y de la musicóloga Paloma Ortiz de Urbino, responsable de la edición crítica del epistolario entre Arnold Schoenberg y Robert Gerhard. Dada la calidad de este programa, sorprende la inclusión en el mismo del artículo Verklärtes Kabarett del locutor y divulgador musical José Luis Téllez, un texto confuso, desordenado, mal redactado, y salpicado de redundancias y tópicos insulsos, cuando no errados, entre los que destaca su incomprensión del concepto 'dodecafonismo' (páginas 39-40 del programa), que vincula sin argumentos con Pierrot lunaire.
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