Alemania
Poco Aida, mucho Verdi
Esteban Hernández
Hace escasamente un año del estreno de esta nueva producción
de uno de los títulos verdianos por antonomasia, y a ella me remito para todas
aquellas apreciaciones en torno a una puesta en escena que, con toda
honestidad, me sigue transmitiendo, amén de lo que señalé, una falta de
estímulos preocupante, tanto para el reparto que la tenga que sostener
(Kaufmann incluido) como para el público que la tenga que soportar.
Aprovecho en todo caso la ocasión para añadir una apreciación
más, como el que a pesar de desaparecer las manidas referencias monumentales a
Egipto en escena, o de enmascararse en demasía el fulgor de la guerra, el odio que
destila entre bambalinas parece en contraposición más vivo y destructor que en
otras lecturas del título, aunque el sentimiento antibelicista que embadurna la
entera lectura de Michieletto hace que los momentos álgidos del título se
difuminen en una planicie ciertamente soporífera, adjetivo que utilizo
escrupulosamente en mis textos en cuanto me percato de que he consultado más de
cuatro veces la hora en una representación.
De Brian Jagde a Jonas Kaufmann el salto es notorio, en
calidez (aunque puntual), calidad y en el precio de las entradas, todo sea
dicho. No es un Radamés a todo gas, está lejos de poder afrontar toda la
representación con la intensidad que requeriría, pero no es menos cierto que
sigue metiendo balones por la cruceta cuando se requiere, incluso en los
primeros minutos del encuentro, con un 'Celeste Aida' para enmarcar por la
precisa gestión del pasaje, con una atención a las indicaciones de Verdi dignas
de cualquier filólogo musical. La inversión, si pensamos en momentos muy
específicos, sigue mereciendo la pena, y en su casa, aunque siga racaneando,
tendrá siempre las puertas abiertas y el aplauso preparado.
En esta última representación Hubeaux tuvo que ser
sustituida, saltando un par de días antes la mezzo americana Raehann
Bryce-Davis, dramática y vocalmente eficiente, sin más, a la que la parquedad
de la escena le dio seguramente una mano para poderse concentrar en la
vocalidad, que aun así resultó bastante poco expresiva.
La Aida de Elene Guseva no termina de convencer, la guerra la desestabiliza pero no termina de evidenciarse ni en la parte vocal ni en la escénica.
En los registros bajos Kowaljow seguramente sea el más completo de
todos, hecho al que le ayuda que las notorias cualidades vocales de Petean se
sigan acompañando de una gestualidad cercana a las de un playmobil manco.
Si bien la temporada pasada la dirección orquestal de
Rustioni optó por un enfoque sonoro casi camerístico, la lectura de Armiliato
roza la contraposición a las renuncias escénicas, hecho sobre todo evidente en
el acto triunfal, bastante alejado del tedio que provocó la lectura de su
predecesor.
Una Aida en definitiva con algún paso al frente, pero
que siempre se verá lastrada por su dirección escénica y a la que se le
auspicia un futuro basado precisamente en esto, en alguna estrella, algún punto
de luz en el que fijarse y esperanzarse para que le dé la vuelta al menos a la
mitad de la tortilla, la de los huevos de Verdi.
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