España - Madrid
Una fiesta sonora
Juan Krakenberger
Madrid, sábado, 23 de noviembre de 2002.
Sala de Cámara, Auditorio Nacional. Mullova Ensemble: Viktoria Mullova y Massimo Spadano, violines, Anja Kreynacke y Ana Lewis, violas, Manuel Fischer-Dieskau y Matthew Barley, violonchelos y Heinrich Braun, contrabajo. Richard Strauss: 'Metamorfosis' (versión 1945, para septeto de cuerdas). Franz Schubert: 'Quinteto para cuerda en do mayor' op 163 D 956. Asistencia: 100 % del aforo
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Para decirlo de entrada: Desde hace tiempo soy un admirador de Viktoria Mullova, por su enorme versatilidad: Toca Bach con ricos ingredientes historicistas, toca Beethoven más como clásico que como romántico, toca country y jazz, está dispuesta a toda clase de experimentos con música contemporánea, y ahora se dedica a la música de cámara. No creo que el público en general pueda entender todo el trabajo que esto implica. Porque, por supuesto, lo que hace, lo hace bien, como una de las profesionales más destacadas en el momento actual.El hecho de que se siente a hacer música con buenos profesionales, cada uno con un curriculum excelente, pero sin haber alcanzado la fama, demuestra que ella está hecha de un material muy especial, poco frecuente hasta ahora. Ojalá cunda su ejemplo: Yo, por de pronto, estoy un poco cansado de recitales de virtuosos, con música que les conviene a ellos. Parece, por fortuna, que los tiempos están cambiando, y que el ejemplo de ella será imitado.Cuando sonaron los primeros compases de la Metamorfosis de Richard Strauss, tocados por quinteto bajo (sin violines), ya nos dimos cuenta del minucioso trabajo preparatorio del grupo: Esto sonó gloriosamente bien. A pesar del cromatismo armónico que Strauss emplea, tanto la línea melódica como el empaste sonoro fueron cuidadas de forma extrema, casi sin vibrato, con una afinación perfecta – y el resultado fue prístina transparencia, una orgía sonora, puro deleite. Y así continuó esta obra tan madura del compositor, que expresaba su estado de ánimo tras la pérdida de la guerra –era 1945– lamentando que esto afectaba a todo su entorno, donde había pocos recursos y tranquilidad de ánimo para el arte, en general, y la música, en particular.Strauss usa varios temas, que utiliza a guisa de leitmotiv a lo largo de toda la evolución de esta composición. El segundo es una escala descendiente, con apoyaturas, y parece que solamente más adelante se dio cuenta que este recurso ya lo había utilizado Beethoven en la segunda parte del tema en el movimiento lento de su 7ª Sinfonía. Por eso decidió incluir la cita completa, hacia el final y en los bajos, de todo el tema de esa “marcha fúnebre” –un giro sorprendente que fue muy bien tocado por el contrabajo del conjunto.El equilibrio sonoro, los efectos dinámicos – desde finos pianíssimos hasta robustos fortes -, los tempi, ora acelerando, ora frenando, muy bien pensados y capitaneados con maestría desde el primer atril por Mullova. Entendimiento completo y total entre los siete músicos. Así se hace buena música de cámara.Luego el monumental Quinteto (con dos violonchelos) de Schubert. Se trata de una de las obras más importantes del género camerístico de todos los tiempos. 50 minutos de gran música, y un movimiento lento de trascendental belleza, como hay pocos. Desde un punto de vista del conjunto, la ejecución fue de enorme calidad. Mullova jamás abusa de su puesto de 1º violín, y se subordina al conjunto cuando hace falta. Las notas largas del Adagio, que deben tocar 2º violín, viola y 1º cello, para dar fundamento a la letanía cantada por el 1º violín y subrayado por el 2º cello (primero con los pizzicati posiblemente más expresivos jamás escritos, y luego con unos murmullos que te cortan el aliento) sonaron con una serenidad impresionante. Lo que faltó fue más expresividad del 1º violín. Mullova toca esto también como si fuese un clásico, y a mi juicio esto debe ser romántico, muy romántico, expresando una infinita añoranza. Dicen muchos críticos que esta violinista es fría. Yo no voy tan lejos. Ella es muy intelectual, y toca así por íntima convicción, negándose a que profundos sentimientos sean expuestos. Prefiere la sencillez, el candor. En éste Adagio, y sobre todo hacia el final, esto resta profundidad, porque esta música termina en llanto y desolación.En el último movimiento, donde Schubert recurre a temas populares, pequeños rubatos hicieron que esto sonara a Viena castiza, y así debe ser. Después de tanta seriedad, el compositor seguramente quería terminar con una nota más optimista, y no dudó de imitar un acordeón, de citar un Gassenhauer (un aire popular, en traducción literal "machacón de callejuela") para divertir al respetable, pero – en los últimos compases – fatalmente resulta ganando nuevamente la tragedia, el pathos, el dolor.Este quinteto fue interpretado por Mullova y Spadano en los violines, Ana Lewis en la viola, y los dos violonchelistas precitados. Matthew Barley, 2º cello, se lució en sus solos en el Adagio, donde le toca literalmente “el bocado del cardenal”. Es la única particela en quintetos de dos cellos donde todo el mundo aspira a tocar 2º cello. Manuel Fischer-Dieskau lució su bello sonido, cantando – junto con la viola Lewis – las cantinelas más líricas que conozco en todo el repertorio de cámara.Un concierto con solamente dos obras, pero ambas de peso y gloriosa inspiración. El público aplaudió largamente. Una propina estaba -evidentemente– fuera de lugar.
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