Francia
Confirmación de dos estrellas: Bernheim y Oropesa
Francisco Leonarte
Cada uno en su cuerda, Benjamin Bernheim y Lisette Oropesa tienen hoy pocos rivales. En uno y otro caso la frescura de la voz, la belleza del timbre, la facilidad en los agudos y la musicalidad -además del encanto personal, no lo olvidemos- han hecho de ambos intérpretes dos estrellas. Y este recital, con el Teatro de los Campos Elíseos de bote en bote, confirmaba su estatuto de divos.
En efecto, de nuevo Bernheim y Oropesa
exhibieron preciosos colores de voz, magníficos legato, y mucha inteligencia
para dar sentido y nueva interpretación a ciertas frases de un repertorio sin
embargo bastante conocido por los aficionados.
¿Hubo emoción? Bueno, no mucha. En un recital
de este tipo no es la emoción lo que prima, un recital siempre es más frío,
porque no es la ocasión para construir un personaje, contrariamente a la
representación de una obra entera... Bernheim y Oropesa ya han demostrado en
representación que son capaces de transmitir emoción, así que esta noche
tocaba, eso, mostrar las depuradísimas técnicas y los respectivos encantos.
En cuanto a la inteligibilidad, la de Bernheim
es siempre absolutamente sobresaliente. La de Oropesa va a ratos, desde lo
incomprensible (por ejemplo en el muy bonito dúo del encuentro en Romeo y
Julieta: y es una lástima, porque el dúo recoge las preciosas
imágenes shakespearianas) hasta lo honorable (en el dúo de San Sulpicio de Manon).
Es posible sospechar también que los
sobreagudos de Oropesa son más cortitos y un punto más secos que antes
(esperemos que las Traviatas que está cantando habitualmente no le estén
pasando factura), pero con una voz tan fresca y burbujeante como el champán,
lo de menos es la perfección del sobreagudo.
Y luego, que una y otro se empeñen en cantar
Puccini parece un desperdicio. Máxime cuando las voces no han ganado todavía la
suficiente amplitud para sentirse cómodas con una orquesta que, si no es
grande, tampoco cuida en exceso a los cantantes.
En efecto, la orquesta de la Academia de la
Scala no es una gran orquesta. Cumple, porque sus integrantes están bien
preparados, pero no alcanza niveles de excelencia ni se le puede pedir lo que
se le puede pedir a una gran orquesta. Por ejemplo les cuesta apianar en
el «Je crois entendre encore» de Los pescadores de perlas que, por su
parte, Bernheim ejecuta con una media voz magistral y unos agudos mixtos
sensacionales. O aún el ejemplo de la Obertura de La forza del destino,
en que la orquesta cumple pero que no sorprende ni impresiona. Además Armiliato
parece encontrarse más cómodo dirigiendo los «tachanes» que haciendo sutilezas.
Bueno, pecata minuta en un recital en que los
dos divos exhibían un saber-hacer tan jubilatorio, un recital en el que había
que estar, con una sala de bote en bote, para poder decir «Ha sido
formidable», confirmando el estatuto de estrellas al que los dos magníficos
cantantes han accedido ya. De hecho, en las notas al programa, se habla (hablar
sin decir mucho, bien es verdad) sobre los intérpretes, pero no hay ni una sola
línea sobre los fragmentos, las obras o los compositores. Cosas del star-system.
Y por supuesto, enorme éxito de público.
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