Discos
Bruckner 200Bruckner, Sinfonías 1-9 Gewandhausorchester Leipzig, dirigida por Herbert Blomstedt
Juan Carlos Tellechea

La Sinfonía nº 7 de Anton Bruckner, interpretada por la Gewandhausorchester, bajo la égida de Herbert Blomstedt, ha escrito y escribe aún historia, tanto en esta caja de 10 discos compactos (sello Accentus music, en una producción de la Radiodifusión del centro de Alemania, MDR), como en los conciertos que ofrece este legendario director, uno de los mejores del mundo, en la Gewandhaus de Leipzig.
El próximo 27 de septiembre está previsto que el maestro Blomstedt, de 97 años, celebre en esa prestigiosa sala el 200º aniversario del nacimiento de Anton Bruckner, dirigiendo la Sinfonía nº 8 en do menor WAB 108 (versión de 1887, de la Nueva edición completa/Neue Bruckner Gesamtausgabe, editada por Paul Hawkshaw) al frente de la referida orquesta.
La familiaridad de Kurt Masur; desde entonces es su director honorario. A Blomstedt le sucedió Riccardo en el puesto y a éste Andris Nelsons, su actual director.
Sentado
El equilibrio es perfecto. Blomstedt capta la mezcla de serenidad espiritual y épica específica de la Séptima de Bruckner en un himno a la música con acentos triunfales. Todo concluye con una apoteosis que provoca un silencio de asombro y recogimiento.
Tras su marcha como Gewandhauskapellmeister en 2005, Herbert Blomstedt inició un ciclo de las sinfonías de Anton Bruckner, que ahora se ha completado y está disponible en esta integral de gran calidad e impresionante.
Desde que sufrió una caída accidental hace un tiempo atrás, Blomstedt dirige sentado. De ahí que sus conciertos parezcan animadas conversaciones de sobremesa. El 7 de mayo pasado, el canal de televisión cultural europeo ARTE difundió un extraordinario filme (también sello Accentus music, en cooperación con la cadena de radio y televisión WDR de Colonia) con motivo del 200º aniversario del estreno de la Sinfonía nº 9 de Ludwig van Beethoven, con este longevo director al frente de la Gewandhausorchester.
Disección
Cuando Bruckner utiliza los periodos vocales para crear, por así decirlo, islas de calma que no se ven afectadas por el frenesí sinfónico, Blomstedt recuerda al oyente que se está refiriendo al compositor que introdujo en la música categorías como la emoción y el individuo. Para comprender la música de Bruckner, a menudo es necesario diseccionarla cuidadosamente desde el final. El ideal de una sinfonía monumental se alcanza sobre todo a través de la categoría del avance final.
Mientras que tal momento apoteósico se encuentra ya en el movimiento de apertura de la Cuarta (que es en realidad una bisagra para el final de la Tercera, cuyo avance está diseñado según los mismos principios), la Sinfonía nº 5 en si bemol mayor es la primera sinfonía independiente de Bruckner sin ninguna referencia a lo que la ha precedido.
Realmente todo en esta obra, que el compositor llamó su "obra maestra contrapuntística", conduce a la grandiosa coda del final. El tema principal final triunfa sobre las perseguidoras figuras de cuerda y se le une un tema coral previamente presentado en el radiante coro de metales y, como tercer elemento, el pegadizo tema principal del primer movimiento: una acumulación a lo largo de varios minutos que no tiene rival y que puede ser casi abrumadora.
Complejidad del mundo
Herbert Blomstedt comentó una vez en una entrevista de prensa:
Fugas, dobles fugas, fugas, junto con una melodía coral: es como equilibrar tres huevos en un tablón al mismo tiempo. ¿Qué intenta decirnos Bruckner con esta complejidad? ¿Es una parábola de la "complejidad del mundo"?
El director de orquesta responde a esta pregunta cuidadosamente planteada en su interpretación: para Blomstedt, no hay ningún concepto metafísico detrás de las monumentales simetrías. Más bien, presenta el juego malabar como el arte por el arte, como el gozo de la habilidad bien ejecutada.
Hubo crisis vitales de Bruckner que se hicieron patentes durante la creación de la Quinta. Bruckner había perdido su trabajo en el Instituto de Formación del Profesorado, se le había cancelado una beca estatal y sus tareas docentes en la Universidad de Viena se convirtieron en un puesto de profesor no remunerado.
Para Blomstedt ello no representó un enorme dolor para Bruckner y se remite a los investigadores que analizan escrupulosamente la sinfonía antes de aventurarse a interpretarla. Para Bruckner, componer durante las crisis vitales fue siempre una huida del mundo y una valla protectora.
Maestro
Los directores de novísima generación pueden aprender de él cómo desaparecer completamente en la música que interpreta, dejando aparentemente que ella hable por sí misma. Blomstedt, quien deja la partitura sin abrir sobre el atril delante suyo, mantiene firme las riendas en todo momento.
El secreto de una gran dirección reside en esta contradicción, crear sin que la voluntad de hacerlo se reconozca nunca como una pretensión. No solo guía a los músicos con la mirada y sus elocuentes expresiones faciales, sino incluso respirando conscientemente junto con ellos. Cuando hace un gesto más amplio, el efecto es enorme. El resultado es una creación musical en perfecta armonía natural, tan orgánica como pocas veces se logra alcanzar.
Dirigir esta música es un reto físico que no debe subestimarse: Bajo ninguna circunstancia debe un director de orquesta disparar su pólvora en los primeros minutos. Más bien, es importante centrarse en los escollos de la arquitectura y organizar los procesos dinámicos con mano diáfana.
Las grabaciones de los conciertos, magníficamente producidos por la MDR, reflejan el alto nivel técnico alcanzado por la Gewandhausorchester. Todo es de un grado impecable, a saber la interacción entre las distintas secciones orquestales, la entonación (particularmente exigente en los numerosos pasajes cromático de Bruckner), el equilibrio tonal y, en particular, la integración de los metales, siempre fuertemente marcados, en el sonido global.
Tempo
La amplia experiencia vital de Blomstedt con la música de Bruckner se advierte además en las claras proporciones del tempo, que dividen las progresiones en grandes secciones, y en las transiciones, tan naturales como cuidadosamente elaboradas.
Esta circunstancia beneficia asimismo al movimiento de apertura de la Novena Sinfonía en re menor (I. Feierlich, misterioso), que se convierte de forma muy plausible en un gran todo; pero también al amplio Adagio (tercer movimiento) de la Octava, en cuyos interminables desarrollos llevados por la tubas no puede extraviarse nadie. El Finale: Adagio – Allegro moderato contrapuntístico de la Quinta Sinfonía no tiene nada que envidiar.
La grandiosa pero inacabada Sinfonía nº 9, composición monumental que Bruckner consideraba la coronación de su obra, fue dedicada a la más alta majestad del universo, “el querido Dios”, y no a un rey (como la Séptima) o a un emperador (como la Octava), según la tradición oral. En fin, una devoción con la que exigía lo máximo de sí mismo, del mismo modo que luchó con el número sinfónico nueve a causa del ejemplo de Ludwig van Beethoven.
No exagerar
Para Herbert Blomstedt, esta obra tampoco tiene un trasfondo religioso directo, pese a la dedicatoria. Al contrario, Blomstedt, él mismo un cristiano de viva fe, advierte contra la exageración en su ejecución. Una vez cruzado el arco, no aguardan las proverbiales puertas del cielo, como en interpretaciones más excéntricas. En su lugar, Blomstedt presenta la Novena como un compendio y una síntesis de la obra sinfónica de Bruckner en el espíritu de Beethoven.
Ni que decir tiene que esta Novena remite por su tonalidad a la Novena más famosa de la historia de la música, que acaba de cumplir también 200 años. Pero lo sorprendente es que el compositor no solo tenía en mente la tonalidad del modelo, sino que también se inspiró en el clásico en cuanto a estilo y estructura, como demuestra audiblemente Blomstedt. Beethoven es la inspiración de los compases iniciales, cuando los trémolos y los intervalos de cuarta y quinta en picado preceden al primer complejo temático.
Al principio de su opus ultimum, el compositor clásico formó un universo a partir de la nada y de la sucesión de intervalos descendentes. Bruckner adoptó esta idea y la moldeó en un enfoque tonal radical. El comienzo de su Novena no es una repetición trémula de notas, sino que presenta el intervalo más pequeño posible: el primo (lo que solo queda claro cuando se considera el comienzo contrastante del Adagio).
Cincelar
Al principio, la música hace aguas y se adentra paso a paso en lo desconocido: A la tercera menor le sigue la quinta; como en Beethoven, solo se introduce un marco armónico a través de material triádico que se consolida más tarde. En el sobrio plano largo con el que Blomstedt ilumina la obra, crece la constatación: esta Novena es un trabajo en curso.
El oyente observa un proceso creativo incesante, como si estuviera viendo a un escultor cincelar el bloque de mármol para crear una figura monumental. Y esto, a más tardar, acaba por desmentir la acusación de que Bruckner escribió nueve veces la misma sinfonía, porque solo aquí se completa el largo viaje, que desde el principio tenía en mente la eternidad.
Al final, sin embargo, no está el paraíso, sino la sabiduría de un compositor que luchó indescriptiblemente con cada compás. Cuando esto es analizado por un director de orquesta como Herbert Blomstedt, capaz de situarse en un segundo plano adecuado a su edad, el oyente queda menos abrumado que asombrado por el resultado. Luego, tras el Adagio redentor de la Novena, dan ganas de alargar eternamente los segundos que transcurren entre la embelesada nota final y las eufóricas ovaciones en un concierto.
Distorsiones
Cierto es también que hay pasajes incidentales, verbigracia el principio de la Séptima (Allegro moderato), en los que las características especiales del tema principal ascendente se realizan cuidadosamente, aunque se quedan atrás en término de expresión.
Un director que interprete la Sinfonía nº 7 en mi mayor con la Orquesta de la Gewandhaus debe tener presente la historia de la obra, porque no se puede sobrevalorar que sin el éxito del estreno de Arthur Nikisch en Leipzig el 30 de diciembre de 1884, Bruckner no se habría convertido en un sinfonista reconocido. Antes de esto, sus más fieles seguidores, Franz Schalk y Ferdinand Löwe, habían distorsionado las obras de Bruckner con gran regularidad.
Éstos habían introducido sin escrúpulos cambios en la instrumentación, la dinámica y la dirección de las voces, e impuesto cortes que a menudo interferían considerablemente en el conjunto de la composición. El compositor, que dependía de sus aportaciones, dijo claramente lo que pensaba al respecto:
¡Basta ya con estos dos tipos! Si tocan mis sinfonías, no las volveré a conocer.
Nikisch
Además, Bruckner nunca había olvidado la humillación del estreno de la Tercera, que dirigió en diciembre de 1877. El público había abandonado la sala durante el movimiento final y los músicos habían huído tras la última nota. Bruckner se había quedado solo ante una pequeña multitud de estudiantes que aplaudían.
Este fracaso total fue la razón por la que se abstuvo de realizar más obras durante años. El hecho hirió la sensibilidad de Arthur Nikisch, quien una vez se sentó en medio de la orquesta durante el estreno de la Segunda de Bruckner. Así que prometió al compositor que estrenaría su Séptima en Leipzig. Tras el estreno, que arrancó quince minutos de aplausos, rompió el hechizo, Bruckner fue reconocido al instante en el mundo de la música y se sucedieron las representaciones.
La diferencia entre Nikisch y los directores que le precedieron radica en que se consideraba a sí mismo un “defensor de la música”, no solo por programar un número sorprendentemente elevado de ensayos, sino porque también organizó varias presentaciones para interesados. Es necesario tener esta historia en mente para comprender por qué para Blomstedt ser un “defensor de la música” no es un concepto vacío.
Compromiso
Cuando era estudiante, Blomstedt se dio cuenta de que el público sueco no entendía nada de Bruckner en la década de 1950 y se comprometió a acercar esta música a los oyentes de su país. Cumplió su palabra: Si se escucha su interpretación de la Séptima, se experimenta de nuevo a Nikisch, sentado al piano y señalando cada detalle. La forma en que Blomstedt subraya las formas más pequeñas no es en absoluto atrevida. Más bien está animado por una ética pedagógica que ahora se salta un buen centenar de años como en una máquina del tiempo.
La interpretación de Blomstedt es como si siguiera a Nikisch de la cabeza a los pies. Después de todas las ingeniosas exageraciones con las que a las deslumbrantes estrellas de los conciertos les gusta todavía hoy abrumar a su público, he aquí a alguien en el espíritu de la lectura estructural de Eugen Jochum, quien evoca lo que Bruckner realmente quiere mostrar: estas sinfonías representan el anhelo de lo eterno.
Esto no debe entenderse como catolicismo ni siquiera tiene connotaciones religiosas en sentido amplio, como subrayó Blomstedt en una entrevista:
Aquí te encuentras con su alma. Encontró este mundo a través de la música, no de la religión. Por muy religioso que fuera, su profesión de fe es la música.
Los fanáticos de Bruckner puede que tengan objeciones a este aserto, pero las dos interpretaciones de Blomstedt son capaces de refutarlas. El Adagio de la Séptima cita un motivo del Te Deum paralelo, mas la cita representa una idea no litúrgica: Bruckner escribió el movimiento consciente de la inminente muerte de Richard Wagner y condujo el Adagio a un gran clímax transfigurado, que Blomstedt interpreta también con agudeza historicista. Allí, literalmente, se oye llorar al compositor por la pérdida del gran maestro.
Tempo
El tempo por sí solo no es la vara de medir más estricta, como demuestra un vistazo a la labor de Herbert Blomstedt. A menudo es apenas más lento en los detalles que sus jóvenes colegas, a quienes les gusta utilizar Bruckner como tarjeta de presentación de sus habilidades y, al hacerlo, hablan más de sí mismos que de la música.
Pero la calma no es una cuestión de reloj, sino de visión de conjunto. Las sinfonías de Bruckner son extenuantes excursiones por la montaña y Blomstedt es un guía de montaña, que no solo tiene el ojo puesto en la próxima bifurcación del camino, sino que conoce la piedra del sendero antes incluso de que el grupo haya empezado.
Este veterano director tiene una visión eidética de la partitura, pero al mismo tiempo lo subordina todo a la voluntad del compositor, las grandes orquestas del mundo le invitan una y otra vez a dirigir a Bruckner, porque no se le puede ignorar. Sus interpretaciones son serenas, a veces incluso de un frío desapego, evita a toda costa los efectos llamativos.
Antirromántico
A veces, por ejemplo, en el Scherzo (segundo movimiento) de la Novena, el sonido de los metales es muy rítmico, celebrando una vez más la imagen de la arquitectura historicista de la Ringstrasse de Viena (donde se encuentra, por ejemplo la Ópera Estatal de la capital austríaca) traducida en música. Esto se ve mitigado por el oscuro sonido de la Gewandhausorchester, que se apoya firmemente en la base de los bajos y que enfatiza la entrega de las cuerdas.
La imagen que Blomstedt da a Bruckner no apunta a la grandiosidad. Esto se expresa en la Cuarta Sinfonía, donde el cantabile florece maravillosamente, pero al mismo tiempo permanece comprometido con la simplicidad en todo momento.
"Antirromántico" es como se le podría llamar a Bruckner si el prefijo no hiciera hincapié en el reflejo de distanciarse conscientemente de una idea central e interpretar desafiantemente su opuesta. El efecto que esto tiene en la Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, que Bruckner calificó de "romántica", es fascinante.
En primer lugar, hay que analizar el título, lo que significaba ser "romántico" en 1874, el año de la composición. Seguramente no es el mundo oscuro de las historias de E.T.A. Hoffmann o la búsqueda de la unidad entre la naturaleza y el espíritu. No. El romanticismo de Bruckner es el del castillo de Neuschwanstein y de Richard Wagner.
Florecimiento
Hay algunas notas sobre el contenido de la sinfonía que dan contorno al vago concepto. Sin embargo, éstas no se recogen en una nota programática, sino que están repartidas en cartas o tradiciones orales. El movimiento de apertura (Bewegt, nicht zu schnell) es la "imagen romántica de una ciudad medieval", en la que la trompa proclama "el comienzo del día desde el ayuntamiento".
El canto del carbonero común (parus major) se escucha en el tema secundario. El compositor describió el Andante, quasi Allegretto como una "marcha nocturna de peregrinos", pero también lo calificó de "canción, plegaria y serenata". En el Scherzo: Bewegt – Trio: Nicht zu schnell, keinesfalls schleppend habló de un "tema de caza", mientras que el Trio "forma una danza". Todas estas son imágenes que caracterizan el romanticismo de Lohengrin. Hay que saber esto para entender por qué Blomstedt permite aquí a la orquesta florecer en muchos colores.
En los conciertos, a Blomstedt le gusta combinar el Romanticismo con la Inacabada de Franz Schubert, lo que crea sorpresas. De este modo, saca a Bruckner de la sombra de Wagner y comprueba si se pueden reconocer otras estrellas fijas. Y en efecto: de repente queda claro que los temas líricos, que el compositor denomina periodos vocales y que están separados del resto de la obra, tienen un modelo a seguir. Franz Schubert ya utilizaba este principio: Sus temas secundarios también detienen los movimientos exteriores, separados por pausas o fermatas.
Desconcierto
La grabación de la Tercera depara asombro, porque Blomstedt, contra la práctica habitual, ha optado por la primera versión de 1873 (Edition Leopold Nowak, 1977) y en contra de la revisión de 1877, así como de la tercera versión de 1889, habitualmente interpretada, aunque significativamente más breve.
Es apropiado que utilice la versión temprana de Linz para la Primera Sinfonía y no la atrevida versión vienesa tardía de 1891. Seguramente hay buenas razones para todas estas decisiones. No cabe aquí, como se verá de inmediato, hablar de correcto o incorrecto en tal sentido.
Camino a la segunda versión
La experiencia de Blomstedt con Bruckner es rica y fructífera. Su alejamiento de lo arquitectónico y el acercamiento al cuerpo que respira es la especialidad propia de este gran maestro. En esta grabación permaneció fiel a la versión mixta de Robert Haas de la Octava Sinfonía, tan común desde hace tiempo, con la que un editor desoyó los deseos del compositor.
No obstante, cuando a Bruckner se lo interpreta con Bernard Haitink al término de su carrera, el camino hacia la segunda versión, como está previsto para el 27 de septiembre próximo en el gran concierto de homenaje a Bruckner en la Gewandhaus de Leipzig.
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