España - Castilla y León
Magia esquiva
Samuel González Casado
El concierto de temporada n.º 17 de la OSCYL ofreció un menú muy cambiado respecto a lo previsto en el libro de temporada: Hugh Wolff fue sustituido por Concierto para piano , y, lo que en mi caso supuso una decepción mayúscula, el de cayó y en su lugar se tocó el de .
Ya es tradicional que la temporada
parezca más interesante de lo que en realidad termina siendo, y que obras menos
frecuentadas acaben eliminándose a favor de otras más conocidas. En este caso,
para mí fue realmente doloroso, porque la obra de Dvořák me encanta y se ha tocado
muy poco en este entorno (lo he escuchado una vez, creo recordar).
Las interpretaciones me dejaron sensaciones encontradas. La obra inicial de Grażyna (1909-1969) no me dijo gran cosa, y además me dio la impresión de que pertenecía a un estilo que había envejecido con cierta dificultad, aunque para nada pensé que fuera aburrida. La interpretación me pareció rutinaria, con una cuerda que parecía estar calentándose y falta de intencionalidad en la dirección: creo que los acentos podrían haber sido más abundantes y variados.
El pianista Stephen forti, es
capaz de crear lo más exquisito al lado de decisiones inexplicables que rompen
el discurso. El énfasis poco sutil de muchos unidos a la falta de
calibración de los clímax y las ralentizaciones algo rústicas, convivieron con
maravillas sonoras en los piani: la parte lenta de la coda del primer
movimiento, por ejemplo, fue un ejemplo de cómo combinar sonidos de la forma
más sensible y poética posible, y el segundo movimiento siguió por ese camino.
Pero en el resto hubo de todo, lo que no me permitió una excesiva concentración
a la espera de que podría hacer Hough en cualquier momento.
La conexión con la directora fue,
asimismo, curiosa: las entradas fueron impecables, pero cada cual pareció tener
una idea propia de lo que se debía hacer: ella comenzaba ligera y Hough
respondía mucho más pesado y meditativo. Aparte, algunas decisiones de New
fueron discutibles, como la forma de exponer el segundo tema del primer
movimiento, con una aceleración en el centro, lo cual no sonó ni lírico ni
moderno. New se centró aquí en detalles un poco a la manera de la música
antigua y calibró intensidades en periodos cortos, sin mucha atención al legato
o a una visión más general.
La versión de la directora
neozelandesa de la Sinfonía Escocesa de Mendelssohn me pareció
interesante, sobre todo por lo que implica de trabajo con la orquesta. New es
capaz de mostrar mucha personalidad y tiene ideas muy definidas de qué quiere
transmitir con esta sinfonía, especialmente intensidad. Otra cosa es que sea
efectiva en todo momento, y en su caso no siempre consigue lo que quiere por
dos razones.
La primera parte de la falta de refinamiento tímbrico y de juego y diálogo entre familias orquestales. Hay mucho trabajo dinámico y, como se ha dicho antes, queda siempre muy claro lo que quiere hacer con tal o cual frase; pero de una forma unidimensional, porque todo parece subir y bajar de volumen a la vez y en el fondo le falta ir un poco más allá de lo meramente formal en su discurso. La intensidad se come el color de las melodías principales (segundo movimiento), y la cuerda suena muy raspada.
El sonido conjunto a veces puede resultar desmañado, con poca redondez,
como si no se cerrara en sí mismo. En los clímax jamás hay regalos inesperados,
porque las cartas del juego están boca arriba desde el minuto uno. Tuve esa
sensación de interés sin sorpresas y de un poquitín de agobio por ejemplo en el
tercer movimiento del Concierto para piano, donde el solo de flauta de
Ignacio de Nicolás me permitió entrar en una especie de balneario.
La segunda, relacionada con la anterior, es que para ser efectivo hay que dar más variedad al discurso desde una visión más amplia, y conseguir intencionalidad y contrastes no solo en el vuelo bajo, sino entre bloques. Eso en el fondo permite clarificar la idea de lo que se transmite.
Mendelssohn regala muchos momentos de un encanto muy especial que son algo así como su marca personal, y eso debe ser entendido y explotado. A veces New sí lo consigue, por ejemplo en el himno del final, donde fue capaz de combinar perfectamente énfasis y equilibrio. Pero en el Adagio, con ofrecer, como siempre en ella, ideas inteligentes, hubo ciertos momentos en que se le escapó esa magia; claramente en el primer tema, que siempre discurrió bastante plano. Todo ello parece obedecer a cierta falta de experiencia sobre todas las posibilidades que pueden ofrecer obras y orquestas, y, aunque siempre hay que decidirse por unas y sacrificar otras, desde una base muy apreciable hay margen de mejora.
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