Alemania
La primadonna se equivoca de papel
J.G. Messerschmidt
La aparición de una soprano tan famosa como
Sonya Yoncheva en una ópera como Norma,
en un teatro donde nunca antes había interpretado tal papel y junto a un tenor
como Joseph Calleja, es un acontecimiento que necesariamente despierta una
cierta expectación. El que la puesta en escena sea la de Jürgen Rose, estrenada
en 2007 con Edita Gruberova en el papel protagonista (uno de sus últimos debuts
escénicos, sino el último de todos) hace inevitable recordar a la gran diva
eslovaca y también, aunque no queramos, casi obliga a hacer comparaciones, que
aquí, sin embargo, omitiremos.
En su estreno la puesta en escena de Jürgen Rose resultó más bien decepcionante. Hoy, tras casi dos décadas teniendo que soportar un adefesio escénico tras otro, nos parece bastante aceptable. La escenografía es ascética, abstracta y tenebrista. Ciertamente esa oscura y aséptica monotonía llega a resultar algo aburrida, pero tiene la virtud de no contradecir el libreto ni ofender a nadie.
La acción se sitúa en algo así como una contemporaneidad intemporal. Los guerreros celtas son más o menos guerrilleros islámicos y las sacerdotisas van ataviadas con “chador” al estilo iraní. Oroveso podría ser un imán. Los romanos son evidentemente militares occidentales de uniforme vagamente colonial y algo anticuado. La incongruencia de que Norma sea una especie de sacerdotisa musulmana es soterrada o esquivada con habilidad gracias a la vaguedad y abstracción del ambiente creado por Jürgen Rose.
El hecho de plantear el conflicto entre celtas y romanos en estos
términos no es errado. Es evidente que Bellini y Romani escriben Norma en clave, entre otras cosas para
burlar la censura austríaca (cuando Norma
se estrena en La Scala, Milán es parte del Imperio de Austria): los celtas
representan a los nacionalistas italianos del Risorgimento y los romanos a los austríacos. En 2007, cuando se
realizó esta puesta en escena, la OTAN, en plena guerra contra el “terrorismo
islámico”, hacía de las suyas en Irak y Afganistán, países invadidos y
ocupados por tropas de los Estados Unidos y sus satélites. La actualización no
es pues gratuita. En cuanto a la dirección de actores debe reconocerse que es
respetuosa, sobria y que, salvo en la disposición del coro en alguna escena, no
interfiere en la buena ejecución musical.
La Orquesta del Estado de Baviera bajo la
dirección del maestro Capuano suena magníficamente: oscura, compacta, precisa,
con perfecto empaste y muy alto nivel técnico. La obertura es tratada como un
poema sinfónico en miniatura. El acompañamiento de los solistas es impecable. A
lo largo de toda la obra la orquesta se convierte en un personaje protagonista,
subrayando con estupenda habilidad narrativa la tensión dramática y los
movimientos afectivos de las figuras. En esta excelente interpretación Gianluca
Capuano y la Orquesta del Estado de Baviera desmienten plenamente el reproche
que suele hacérsele a Bellini de haber sido un mal orquestador. Por el
contrario, se advierte cuánto aprendieron de él muchos compositores posteriores
no sólo italianos.
Y así llegamos a la esperada protagonista de
la velada, la soprano búlgara Sonya Yoncheva. Es sorprendente que una cantante
que ha alcanzado tanta fama sea incapaz de advertir qué papeles puede
interpretar satisfactoriamente y cuáles no, pero desde luego no es la única que
elige mal su repertorio. Mucha más perplejidad aún causa el hecho de que los
responsables de un teatro como la Ópera de Baviera (o el Metropolitan de Nueva
York o muchos otros) ofrezcan a Yoncheva el papel de Norma y lo hagan con el
beneplácito y hasta el elogio de parte de la crítica. La Norma de Sonya Yoncheva
es áspera y todo menos belcanto. La
emisión vocal y la articulación de las frases resultan inadecuadas, el color es
demasiado oscuro y el vibrato excesivo. Los recitativos suenan equívocamente
veristas. Sólo de modo intermitente logra establecer una línea melódica aproximadamente
belliniana, mientras que las agilidades evidentemente no son lo suyo... A falta
de mejores medios, en momentos especialmente “dramáticos” recurre a la
estridencia y se acerca peligrosamente al grito. Su exagerado patetismo y su
continuo cargar las tintas no solamente están fuera de lugar, sino que también
acaban por aburrir y fatigar. En medio de un reparto altamente competente, la
figura protagonista (en esta obra de inmenso peso) es un cuerpo extraño que
desfigura toda la ópera. El afán de remedar a Callas es patente, pero Sonya
Yoncheva no es María Callas y su empeño se queda en intento penosamente
fallido. La primera lección que quizá deberían aprender de la gran griega quienes
pretendan emularla es que no se la debe (¡ni puede!) imitar: María Callas jamás
imitó a nadie.
El papel de Pollione no es precisamente el
más agradecido que se puede encomendar a un tenor en una ópera “belcantista”.
La voz de Joseph Calleja se ha oscurecido con el paso de los años y no está en
su mejor momento, pero pese a ello y al poco lucimiento que ofrece su parte
sabe realizar una interpretación siempre convincente y por momentos muy loable.
En el curso de la función Calleja se involucra cada vez más y crece
artísticamente. Estamos ante un tenor que domina el estilo y sabe lo que hace.
Especialmente notable es su intervención en el terceto final del primer acto.
Tara Erraught es una mezzosoprano cuya
carrera, desde hace unos cuantos años, se desarrolla fundamentalmente en
Múnich, siempre de modo excepcionalmente serio y profesional. De los papeles en
los que la hemos oído, quizá sea Adalgisa aquel en el que más nos convence, el
que mejor sienta a su voz. La línea de canto es impecable, la calidad técnica y
la capacidad expresiva no dejan nada que desear, como tampoco la suave belleza
de su timbre. Su irreprochable fraseo pone de manifiesto un fiato perfectamente administrado. En
especial seduce por la exquisitez de su messa
di voce. Sin ninguna duda es la gran protagonista de la velada.
Tampoco el Oroveso de Roberto Tagliavini se
queda atrás. Es más, cuando se cuenta con un bajo como este en el reparto, uno
desearía que Bellini hubiera compuesto muchos más compases para esta figura.
También a Emily Sierra (Clotilde) nos gustaría oírla en un papel más extenso.
El Flavio de Granit Musliu es correcto. El coro se muestra compacto y en muy buena forma vocal.
Lástima que en uno de sus mejores números de lucimiento (el emblemático
“Nell’aura tua profetica”) la disposición escénica le reste buena parte de la
potencia musical que requiere.
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