Alemania
Luminosas partículas mágicas espolvoreadas por el Alfried Krupp
Juan Carlos Tellechea
Las obras del joven, así como del maduro y financieramente agobiado Wolfgang Amadé Mozart abrieron y cerraron, respectivamente, este extroardinario concierto de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, dirigida por Tarmo Peltokoski, enmarcando el reto del Concierto para piano y orquesta nº 2 de Serguei Prokofiev, asumido triunfalmente por el pianista Jan Lisiecki, en el Klavier-Festival Ruhr 2024. ofrecerá en este Festival más piezas para piano de en los próximos dos años
La velada comenzó con Mozart, quien escribió principalmente obras en tonalidades mayores. Las escasas composiciones menores de su pluma, como esta Sinfonía n.º 25 en sol menor -la primera de este género en esa tonalidad- interpretada esta tarde con una excelente acústica en el auditorio Alfried Krupp de la Filarmónica de Essen, tienen un efecto especialmente conmovedor por su dramatismo y melancolía.
Resulta sorprendente que esta Sinfonía sea obra de un joven de 17 años. Fue compuesta poco después del éxito de su ópera seria Lucio Sila y se supone que la terminó en Salzburgo el 5 de octubre de 1773, apenas dos días después de haber concluido su Sinfonía nº 24 en si bemol mayor. Llamativamente expresiva y salpicada de disonancias y síncopas, parece el producto de la fase Sturm und Drang del joven compositor, al tiempo que prefigura el lenguaje musical de obras posteriores como el inacabado Réquiem, rodeado de mitos y una impresionante aura de grandeza y misterio.
Interpretación
Tarmo
La Sinfonía 25 la creó Mozart tras regresar de su tercer viaje a Italia, que había emprendido junto con su padre Leopold y durante el cual había celebrado su 17º cumpleaños. En su Salzburgo natal, encontró una situación cambiada; de joven, tuvo que despedirse definitivamente de su nimbo de niño prodigio y se encontró con nuevas tareas como primer violinista asalariado al servicio del príncipe arzobispo.
Para que se le siguiera tomando en serio como compositor, en esta época se volcó cada vez más en obras orquestales de mayor envergadura. Ésta, su "pequeña" sinfonía en sol menor, de unos 20 minutos de duración (la "grande" le siguió en 1788), sigue el modelo de la 39ª Sinfonía de Joseph Haydn de 1768/1769, tanto en su tonalidad como en la inusual y entonces rara partitura con cuatro trompas.
Desarrollo
La apertura del Allegro con brio se caracteriza por ritmos sincopados, carreras agitadas, fuertes contrastes dinámicos y efectos de trémolo. El gesto enérgico y apasionado, el uso de disonancias y el hecho de que fuera compuesta durante la adolescencia de Mozart han llevado repetidamente a interpretar la Sinfonía con el telón de fondo del referido periodo de "tormenta e ímpetu". La constante alternancia de pasajes que avanzan y que se ralentizan invita a tal interpretación. Este primer movimiento fue el utilizado (y con razón) como música de apertura en la película biográfica Amadeus, de Miloš .
El Mi bemol mayor del Andante siguiente evoca una atmósfera oscura que recuerda la tradición de las escenas sombrías en la ópera: los fagotes tocan frases suplicantes por encima de los violines apagados, casi tenebrosos, a las que responden motivos bufonescos, posiblemente irónicos, que parecen extraños en este entorno.
El Menuetto que sigue es también de color melancólico y se aparta así de la estilización tradicional, más bien alegre, de la danza. Solo el ligero trío, interpretado únicamente por las maderas, desprende un ambiente apacible y pastoral. El amplio tema principal punteado del alla breve finale (Allegro), presentado al unísono por las cuerdas, retoma el ritmo inquieto del movimiento inicial. Mozart enlaza el principio y el final a través de la relación motívica con el primer movimiento.
“El Bach”
Cuando en la época de Mozart se hablaba de “der Bach” / “el Bach" (sic), no se referían en absoluto a Johann Sebastian. Mozart lo mencionaba entusiasmado en más de una ocasión:
Emanuel Bach es el maestro, nosotros somos sus alumnos; si uno de nosotros ha creado algo bueno, lo ha aprendido de él.
La Sinfonía en mi bemol mayor nº 39 KV 543, que puso un hermoso final a esta velada, se inicia con un esbelto estilo camerístico, con tempi naturales, una articulación que respira y una convincente visión de conjunto. Hay transparencia, pero no frialdad en esta Sinfonía, con una gran superficie sonora, una de las tres últimas de Mozart.
Incluso la lenta introducción a la Sinfonía, con sus implacables disonancias punteadas agudizadas por las trompas, barre todo lo que se ha acumulado a lo largo de décadas sobre este genial compositor. No se trata solo de efectos instrumentales como trompetas estruendosas o cuerdas que se precipitan dramáticamente.
Legado
Mozart puso de manifiesto en sus tres últimas y maravillosas sinfonías (la nº 39 en si bemol mayor, nº 40 en sol menor y nº 41 en do mayor, “Júpiter”) el legado que dejaba en el campo sinfónico a las posteriores generaciones de músicos. Escritas para su última gira de conciertos, por diversas cortes alemanas, junto a la n.º 38 en re mayor, K. 504, "Praga", estas tres últimas sinfonías fueron interpretadas varias veces bajo la dirección de su autor y, tras la muerte de Mozart, circularon varias copias por Londres y otras capitales europeas. Una cosa es cierta: Mozart creó tres obras individuales, inconfundibles, absolutamente únicas, que se complementan entre sí pese a su independencia.
Con la referida introducción, la Sinfonía en mi bemol mayor abre también todo el ciclo y da al oyente una idea de sus altibajos. Al igual que sus otras dos hermanas, esta Sinfonía nº 39 se revela de nuevo en cada interpretación.
Su adagio de apertura es un modelo de moderación, adhiriéndose a la estricta forma sonata allegro y abriéndose a un Allegro que recuerda la cadencia inacabada que se oye en la introducción, un efecto que hoy, con mucho acierto, podría ser calificado de cinematográfico.
Equilibrio
Tarmo Peltokoski la ejecuta con una gran apertura y un canto legato suave más próximo a una ópera belcantista romántica que a la retórica musical del siglo XVIII. El joven director no es alguien que busque rupturas o nuevas ideas sorprendentes en esta música. Le interesa mucho más la hermosa unidad de esta Sinfonía de Mozart.
El segundo movimiento, Andante con moto, también se ciñe a las convenciones, aunque destaca por su combinación de elegancia e intensa expresividad. Mozart no solo era un maestro de la invención melódica, sino también del diálogo sinfónico entre los grupos orquestales. Con la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen bajo la égida de Peltokoski el público escuchó sobre todo cuerdas y maderas suaves; los pasajes de metales e incluso timbales fueron puestos en su justa medida y sorprendentemente diferenciados.
El tercer movimiento, Menuett, está construido en torno a uno de los minuetos más admirados de Mozart, e incluye una de sus queridas danzas campesinas alemanas. Está lleno de ironía: pomposo al principio y representativo, tal como el compositor probablemente esperaba. Mozart, salzburgués de nacimiento, pero vienés por apasionada adopción, fue presentado aquí, con su monumental arquitectura, como el autor de partituras conmovedoras.
Excursiones
En el trío, el compositor evoca de pronto excursiones a los alrededores de Salzburgo. Podría haber escuchado allí algo parecido al zumbido de los clarinetes y las pausadas cuerdas en las excursiones al monte Gaisberg (1287 metros sobre el nivel del mar), una estribación de los Alpes al este de esa ciudad.
Por último, en el cuarto movimiento, Finale, Mozart regala al oyente un enérgico moto perpetuo ("movimiento perpetuo") en el que el segundo y fascinante tema es en realidad el primero disfrazado. Contrasta con su magnificente comienzo y lenta introducción. Hay que reconocer que una de las dificultades que se presentan al escribir una reseña sobre la música de Wolfgang Amadé Mozart es intentar (en vano) evitar la palabra "grandioso”. Cuesta creer que este músico genial haya fallecido a los 35 años de edad. Y mueve a pensar qué habría alcanzado, si hubiera vivido tres o cuatro décadas más.
En los dos últimos compases el movimiento parece tan inconcluso estilísticamente, tan brusco, que el espectador no atina realmente a comprender lo que está ocurriendo. Quizá sea éste el toque más atrevido de la Sinfonía, obra de un compositor de impresionante talento que, después de todo, nunca perdía ni una melodía.
Serguei Prokofiev
El gran Concierto para piano n.º 2 op 16 (1913, rev.1923) de Serguei Prokofiev, tiene un talante muy diferente. Fue la segunda obra interpretada en este recital, después de la Sinfonía nº 25 en sol menor y antes de la Sinfonía nº 39 en si bemol mayor de Mozart. Con su estructura inusual, construida en cuatro movimientos, este Concierto está lleno de los contrastes y provocaciones por los que es conocido Prokofiev, como en su Suite escita op 20, que parece ser una especie de respuesta a La consagración de la primavera de Igor
En este Concierto nº 2, Prokofiev no teme en absoluto dejar que algunas páginas francamente románticas coexistan con la dureza de movimientos mucho más contundentes. Es una obra que exige considerables recursos del solista y Jan
Coraje
El solista no minimiza ninguna de las dificultades, sino que las afronta con coraje, como en la larga cadencia del primer movimiento, "¡una cadencia complicada", según el mismo Prokofiev. Se trata de una pieza de rara impetuosidad, en la que el solista afronta una sucesión de estallidos y arpegios en todos los registros.
La obra supuso un serio reto para él y revela la formidable destreza técnica y la intensidad que afloran en cada uno de los cuatro movimientos. El Andantino – Allegretto se compone de varias partes: un tema lírico y misterioso con una progresión lenta, un crescendo en la orquesta mientras el piano lo borda, una marcha con piano motor, pausas rítmicas al estilo de Stravinski, una vasta cadencia marcial que explora todo el espectro del teclado y, por último, una coda grandiosa que Tarmo Peltokoski hace incandescente.
Espiral
El Scherzo:Vivace arde con el fuego tanto de la orquesta como del teclado, mientras la escritura para el solista se convierte en una espiral que parece imparable. Se desarrolla a un ritmo vertiginoso, más que rápido. Lo que es una tocata adopta la forma de una carrera frenética en la que el pianista, una vez más, parece no tener ninguna preocupación.
En el magistral Intermezzo: Allegro moderato, la alegría del tema no cambia la forma en que el piano se mueve ceremoniosamente por los registros medio y grave. Ofrece sarcasmo y humor de segundo grado de forma martilleante, tanto por parte del teclado como de la orquesta, con muy poca melodía. Poco a poco, el ritmo se desata, desembocando en fortissimos de una violencia desenfrenada, como una máquina infernal.
Motricidad
La fusión de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen y Jan Lisiecki es inaudita. El Finale: Allegro tempestoso ofrece un desenfreno de golpes disparados como saetas. La motricidad está en su apogeo, intercalada con momentos de respiro y dos cadencias. La interpretación de Lisiecki desafía los adjetivos de precisión milimétrica, digitación acerada y un don para organizar las distintas piezas de este rompecabezas.
Marcado como tempestuoso, este Finale lo es de veras: hiperpotente y propulsor. El piano de Lisiecki adquiere protagonismo, especialmente en la cadencia, que es diferente de la del movimiento de apertura, pero no menos demostrativa. Como el resto del movimiento, está tocado por Lisiecki en el registro mezzo forte-forte, con estallidos telúricos que hacen temblar la mecánica del Steinway D. El conjunto termina en un auténtico desenfreno sonoro.
Estentóreas y sísmicas ovaciones del público, puesto espontáneamente de pie en el auditorio Alfried Krupp de la Filarmónica de Essen, pusieron espléndido término a esta maravillosa velada del Klavier-Festival Ruhr.
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