Italia
Dottore! Don Pasquale!
Jorge Binaghi
Hace siete años había escrito una reseña de este mismo
espectáculo que, vaya uno a saber por qué, no encuentro. De modo que vamos de
nuevo con esta obra maestra, el punto final de una tradición cómica que se
transformaba con un viejo libreto en el que la intervención del autor exasperó
al pobre Ruffini y donde los ‘tipos’, sin dejar de serlo, cobran vida nueva. Se
entiende que aunque se siguieran escribiendo otros títulos no sería hasta el Falstaff verdiano cuando tendríamos una
mirada nueva sobre lo ‘cómico’.
En aquel momento los puntales de la obra habían sido un
cuarteto de buenos cantantes, la dirección de Riccardo Chailly y el nuevo
espectáculo de Livermore. Que hoy sigue vigente y satisfaciendo a conservadores
e innovadores y sobre todo al público. Esa madre omnipresente (homenaje a la
gran característica Tina Pica) y en general la evocación del mundo del cine
(magistral en la presentación de Norina y en el principio del segundo acto),
ese hijo que, liberado del yugo, va a caer bajo otro (aunque de mentira) dan
una agilidad y una frescura que son de buena ley, y seguramente han llevado a
decidir esta reposición.
Pero aunque Chailly sigue siendo director musical no ha
retomado la batuta, y por aquí han empezado los problemas. Pidò era un buen
maestro en los tiempos en que dirigía, por ejemplo, a Natalie Dessay en el
belcanto. Últimamente se ha tornado rígido, le ha dado por exagerar la dinámica
y en puntos como el peligroso final del segundo acto reina la confusión. Y
sobre todo no hay lirismo, ‘empatía’, sino una especie de distanciamiento (que
en algún punto puede ser correcto o interesante, pero no es la única nota, ni
la dominante).
El cuarteto vocal fue salomónicamente dividido en dos
partes: las voces graves y cómicas fueron las mismas que entonces (¡incluido el
notario!), pero cambiaron las agudas de los jóvenes enamorados. Estos últimos
se acomodaron de modo distinto en la producción: Norina se integró y Ernesto
permaneció indiferente. Ambos coincidieron en tener una voz más bien exigua y
si Brownlee -es o era sobre todo un buen intérprete de Rossini- cantó bien
(aunque no puede con ninguna de las ‘cabalette’ de su parte, en especial la del
segundo acto) y en especial su prestación canora subió unos puntos en la última
escena (en particular en la serenata ‘Com’è gentil’), Carroll fue apenas
discreta porque su hilo de voz -por otra parte poco atractiva- se hace metálico
en un agudo que no parece extenso, y las agilidades que a Norina le son
necesarias apenas pasaron (no escuché ni siquiera un intento de trino o de
‘messa di voce’). Y el equilibrio que debe existir entre los cuatro principales
desapareció.
Descontando que el coro se movió tan bien como cantó, que
Porta hizo un delicioso ‘cameo’ como el notario, que los actores mudos
estuvieron tan bien como entonces, la obra descansó en los hombros de Don
Pasquale y Malatesta. Maestri tiene sobradas tablas aunque su voz no es la
misma que entonces, y esta vez se inclinó más por lo ‘bufo’ y algunas partes
fueron más habladas o recitadas, pero el personaje existió.
Queda el intrigante factótum del doctor que Olivieri
volvió a defender incluso de modo más completo e impresionante que en la
ocasión anterior. No sólo fue más veloz que una ardilla con capacidad para
caídas perfectas al final de dos escenas, sino que cantó con voz bella, más
grande y oscura y un dominio del estilo y técnica soberanos (¡qué ejemplo de
canto ‘sillabato’ en el gran dúo del tercer acto, qué dominio de la respiración
en momentos complicados del primer y segundo acto, qué recitativos llenos de intención!).
Se entiende que el creador de la parte, Tamburini, fastidiara
a Donizetti para obtener otro solo más ‘vivaz’ que se ha encontrado aunque sin
lugar claro en la partitura y la acción, y si se cuenta con un intérprete
similar alguien tendría que tomarse el trabajo de insertarlo, pero sólo en ese
caso.
¿Y el público? Numeroso, mucho turista que parecía
encantado de estar en el Teatro y de ver algo allí, no mucho aplauso a telón
abierto (me temo que a veces por desconocimiento), y sostenido al final sin
excepciones (levemente más entusiasta para Maestri y Olivieri)
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