España - Madrid

La sacerdotisa del piano

Pelayo Jardón
lunes, 10 de junio de 2024
Elisabeth Leonskaja © Juan March Elisabeth Leonskaja © Juan March
Madrid, miércoles, 15 de mayo de 2024. Auditorio Nacional de Música, Elizabeth Leonskaja, piano. Programa: L. van Beethoven. Sonatas op. 109, op. 110 y op. 111.
0,0003419

Que Beethoven era un auténtico superviviente lo atestiguan los trabajos de sus últimos años. En vez de hundirse ante los sinsabores personales y familiares, arrostrándolos empero con tenacidad, se reinventó mediante creaciones que, a los ojos de muchos de sus coetáneos, fueron tenidas por los frutos abstrusos de la sordera, cuando no de la desesperación de un hombre desahuciado. Pero Beethoven necesitaba tomar distancia y se alejó de los hombres con el fin de acercarse a lo verdaderamente humano, de expresar, en la misma línea de Schopenhauer, valores abstractos y atemporales.

En este contexto se sitúan las Sonatas op. 109, 110 y 111, recientemente interpretadas por Elizabeth Leonskaja en Madrid, tres sonatas que, a diferencia de otras (Patética, Pastoral, Waldstein, Claro de luna, etc.), no se conocen por ningún sobrenombre. Datan de 1821 (las dos primeras) y de 1822 (la tercera). Son, pues, del tiempo en que Joseph Karl Stieler pintó el famoso retrato en el que el compositor sostiene su Missa Solemnis y fueron probablemente compuestas en el piano Broadwood que a la sazón regalaron a Beethoven.

Dicho lo cual, y frente a los referidos prejuicios de muchos de sus coetáneos, estas tres obras ejemplifican el periclitar de la forma clásica de sonata en tres movimientos y la particular evolución estilística del genio de Bonn. En los comienzos de las dos primeras, por ejemplo, no hay ya arranques poderosamente masculinos, sino temas sencillos, como surgidos de la improvisación, melodías que preludian esas piezas domésticas, puramente íntimas, que surgirán poco después, como las romanzas sin palabras de Mendelssohn. De otro lado, en las variaciones de la op. 109 y op. 111, primas hermanas de las Variaciones Diabelli, Beethoven da una nueva vuelta de tuerca a esta técnica apostando por soluciones más organicistas e impredecibles que los de su anterior maniera arquitectónica. Apenas han transcurrido unos lustros, pero para el explorador infatigable que se asoma a tierras ignotas, la realidad que vislumbra y los caminos que ahora traza son muy otros. Ha ensanchado los confines -estructura formal y colorido tonal- del mundo musicalmente conocido. Y no se arredra ante el abismo de haber sobrevivido al que fue: “aquellos los de entonces, ya no somos los mismos”, que diría Neruda.

Sentado lo cual, permítasenos adelantar que pocos como Leonskaja son capaces de expresar el carácter visionario de estas tres últimas sonatas, su sed de trascendencia lírica, ese sentido de la introspección subjetiva como espacio de íntima libertad. Expresivamente declamatoria, pero sin asomo de grandilocuencia, es la suya una ejecución sugerente, rica en matices. En cada gesto, en cada respiración, hay además algo metamusical que determina el contenido de su arte interpretativo: sobria, noble y serena, posee la religiosidad de una sacerdotisa. 

Lo primero que llama la atención al escuchar a la pianista georgiana es la extraordinaria calidad de su sonido; un timbre muy cuidado a través de un magistral uso tanto del peso como del tipo de toque. Posee una amplia gama dinámica que abarca desde los fortísimos, nunca secos ni excesivos, siempre bien timbrados, conseguidos a partir del peso del brazo y a veces del cuerpo entero; hasta una gama inaudita de pianísimos, que son sin duda una de sus virtudes más destacadas. En los pianísimos, un ataque superficial y un peso mínimo dan la impresión de que apenas rozara el piano, que simplemente lo soplara; sus arpegios, glissandos y trémolos no están hechos de frío cristal sino de cálidas fluctuaciones de luz en el aire.

Resulta asimismo notable su legato, muy aterciopelado, potenciado por un generoso uso del pedal, precisamente como predicaba el propio Beethoven, cual refería Czerny. Súmese a ello el enfoque contrapuntístico que lleva a Leonskaja a destacar la trama y la urdimbre de las texturas polifónicas subyacentes. Particularmente memorable, en fin, fue la interpretación de ciertos pasajes lentos, como el tema del tercer movimiento de la op. 109 o la vagarosa arietta de la op. 111, pasajes a los que la pianista confiere un sentido de la fugacidad que sólo puede experimentarse en directo y que, por ende, apenas traslucen las grabaciones, por excelentes que estas sean. En tales pasajes, tan distantes de ese lugar común de impetuosidad con el que el imaginario colectivo tiende a simplificar la imagen de Beethoven, ya no hay lugar para la coquetería de raigambre mozartiana o la ironía de un Haydn; tan solo queda la ensoñación desinhibida y errante, el alma puesta al desnudo, ese alma que sólo Polimnia, según Schiller, era capaz de expresar.

Los bises de Leonskaja fueron una auténtica sorpresa e igualmente inolvidables. Dos piezas de Debussy, el preludio n.º 12, Feux d’artifice, lleno de destellos lejanos e inquietantes; y La plus que lente, tocada sin prisa alguna, comme il faut, negligente, fatalmente sensual y suntuosa, como una cortesana sabia en el arte de hacerse desear. 

Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.