España - Galicia
Ferrández: la nostalgia de la escucha
Xoán M. Carreira
Por problemas de agenda Roberto González-Monjas, director titular de la Orquesta Sinfónica de Galicia, no pudo cerrar la temporada de abono 2023-24, labor que corresoinderá a su predecesor, Dima Slobodeniouk, precisamente en la tarde de hoy. Se anunciaba un brillante programa que incluía la Sinfonía de los Salmos, ahora sustituída por las Suites 1 y 2 de Peer Gynt.
González-Monjas ofreció una soberbia interpretación del Concierto para orquesta de Lutoslawski (1954), una obra juvenil que se mantiene en el repertorio sinfónico por pleno derecho, pues incluso aquellos elementos que a priori pudieran verse como 'ingenuidades de novato' han devenido en aciertos y se han convertido en los pasajes favoritos del público del Concierto para orquesta. La terrible acústica del Palacio de la Ópera es un obstáculo decepcionante para obras como esta, al igual que ha sucedido en bastantes ocasiones de triste memoria. En este caso, la nave de la OSG y su nuevo capitán triunfaron sobre los elementos y ofrecieron una interpretación memorable, consistente y equilibrada. No diáfana, cosa imposible en esta sala, pero los tutti y fortissimi carecían de la agresividad y acritud tan temidos por el público y por los propios instrumentistas. Fue uno de los grandes éxitos de la temporada e incluso el público más reluctante a lo 'moderno' se mostraba encantado a la salida. Este éxito es el fruto del buen trabajo en los ensayos y la unidad de acción en el concierto. ¡Felicidades!
El precio a pagar fue que la deliciosa Pavana para una infanta difunta de Ravel se quedó en una notable ejecución en la que los aspectos interpretativos se diluyeron. No es que la sala anulase la dulzura aromática de los timbres y armonías ravelianas, no faltaron ni la elegancia ni la prestancia, cada cosa estaba en su sitio y había un sitio para cada cosa, pero el plato salió del horno antes de estar en su punto justo, el cual -tratándose de Ravel- no es fácil de alcanzar.
Resulta difícil entender cómo se pudo alcanzar el grado de mediocridad soportado en la ejecución del Concierto para violonchelo en mi menor op 85 de Edward Elgar. La OSG está familiarizada con la música de Elgar y el Concierto para violonchelo es una obra de pleno repertorio. La escritura orquestal es primorosa y nada hay que represente dificultades salvo un par de pasajes del último movimiento en los que puede sorprender el comportamiento de los metales. No hubo fallos dignos de mención (la OSG tiene superado desde hace años eso) pero el discurso avanzó sin ligereza, González-Monjas subdividió algunas de las largas frases sobre las que pivotan el vuelo de la enorme sensibilidad de este Concierto. Buena parte del problema se debió a la falta de conexión entre Ferrández y González-Monjas, que parecían pasear por senderos divergentes sin que los espectadores llegásemos a contemplar ni entender el paisaje.
Ferrández es un gran virtuoso del violonchelo, parece tener un dominio ilimitado de su instrumento, no comete errores y lee la partitura con ejemplar exactitud. Pero que sea uno de los mejores ejecutantes de violonchelo de la actualidad comparece mal con sus limitadas capacidades interpretativas, que lindan con lo mecánico e incurren en lo tedioso. Ferrández -como muchos de las grandes estrellas actuales de Deutsche Grammophon, SONY Classical, y otros grandes sellos- es un producto artístico magníficamente manufacturado, dirigido a satisfacer la nostalgia de la escucha, porque reproduce con suma fidelidad los estilemas que convirtieron a grandes artistas del pasado en figuras míticas, prescindiendo -claro está- de sus errores mecánicos propios de su época. Son buenas copias digitales pero sin el encanto de los viejos vinilos.
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