Reino Unido
Bryn Terfel: de Rachmaninov a Puccini
Agustín Blanco Bazán
Primavera muy
fría en Inglaterra, ¿pero qué importa? Siempre hay
público para hacer picnics en los jardines alrededor de teatros de opera
construidos en el predio de casas de campo señoriales: este, a semejanza de
Glyndebourne, y con un siempre disponible pool
de buenos cantantes y orquestas. Dos festivales tienen un nombre parecido que
frecuentemente causa confusión. La Grange
Park Opera es la empresa iniciada en The
Grange, un solar principesco del cual se apartó por diversos problemas de
alquiler y organización, para mudarse con nombre y todo a otro predio. Y el Grange Festival es el rival de nomenclatura
fundada en el predio original, como respuesta a esta mudanza. A ambas va Mundo
Clásico todos los años, con su picnic y suficiente ropa de abrigo para
sobrevivir intervalos de 100 minutos con quince grados de temperatura.
La Grange Park Opera presentó este año un programa que publicitó como “Bryn Terfel Double Bill” (Bryn Terfel por dos), con el célebre bajo barítono galés protagonizando Aleko y Gianni Schicchi, dos óperas diametralmente extremas, la primera por su exacerbado dramatismo y la segunda por su humor irresistible.
Muy inteligentemente, el director de escena Stephen Medcalf respondió a este doblez del mismo cantante en dos alternativas opuestas con un cuadro escénico único. En caso de Aleko, la tribu de gitanos ambulantes en cuyo entorno un protagonista celoso asesina a su esposa Zelmira y a su amante es un grupo de hippies y punks que ha invadido un enorme salón con plano superior reservado para la gran cama del matrimonio. Y del adulterio.
Es el mismo lecho que, en la segunda obra, Schicchi utilizará para personificar a un falso Buoso Donati dictando su testamento in articulo mortis. En este caso, el dilapidado salón de los marginados de Aleko se ha transformado en un ambiente finolis decorado con luminosos posters de Florencia colgados de la pared.
Terfel deslumbró en ambas obras con su
histrionismo actoral y su voz cálida y penetrante. En Aleko, su famosa cavatina a la luna con su queja por el amor
perdido fue interpretada con solidez de legato y una articulación de
expresividad y contornos suficientemente intensos para que aún los que no
entendemos ruso lo comprendiéramos todo. Aleko, un hombre que ha abandonado la
ciudad para seguir su amante a la libertad de un campamento de gitanos, es en
esta puesta un burgués maduro perdido en medio de la amoral agresividad de una
comunidad alternativa.
Los excesos melodramáticos de esta obra del joven Rachmaninov fueron contrarrestados por Terfel en una explosión final de celos homicidas vertida con un dramatismo genuinamente verista, feroz pero contenido y no de torpe grand-guignol. Gianlucca Marciano apoyó los ricos contrastes de una orquestación frondosa con una interpretación sensiblemente expansiva, arrebatadora en los momentos culminantes y rica en la exploración cromática de los cautivantes momentos de lirismo. Aleko es una obra algo desbalanceada por la inclusión de un ballet de duración excesiva para una ópera en un acto, pero la intensidad de la coreografía y la orquesta para la disco dance en esta regie fue de irresistible efecto.
Y el resto del reparto estuvo también excelente, comenzando por la voces frescas y bien lubricadas de la soprano Ailish Tynan como Zelmira, y el tenor Luis Gomes como su amante, un disc-jockey desenfrenado en su pasión por la música y el sexo, con quién Aleko no puede competir. Robert Winslade Anderson interpretó al padre de Zelmira con un timbre de bajo equiparable a los mejores rusos de su cuerda y Sara Fulgoni cantó el rol de carácter de la vieja anarquista como una inquietante sibila de esta marginada comunidad.
Fulgoni volvió a presentarse en Gianni Schicchi como una genialmente ambiciosa y pacata Zita. Y también los demás intérpretes de Aleko doblaron junto a Terfel para la ópera de Puccini. Ailish Tynan cantó un bellísimamente impostado O mio babbino caro y Luis Gomes trompeteó un vibrante Firenze e come un albero fiorito. Bryn Terfel, un cantante particularmente dotado para roles humorísticos, convenció con una creación perceptivamente sardónica y libre de excesos bufos. Ante la sorprendida hilaridad del público comenzó presentándose como un motociclista con casco y todo, vestido en un cuero rojo tan insolente como sus miradas de reojo, sonrisas sobradoras, y una variada interacción con una parentela de cameos excelentemente definidos.
La superlativa dirección orquestal de Marciano se extendió a un Gianni Schicchi pleno de color, arrebatador lirismo en el apoyo a las arias de Rinuccio y Lauretta, y expresiva variación de contraste y tensión en su acompañamiento de la narrativa general. La BBC Concert Orchestra, una de esos excelentes conjuntos orquestales que aún sobreviven los disparatados cortes impuestos por el gobierno a esta legendaria institución radial y televisiva, acompañó con su habitual idoneidad esta exitosa ocurrencia de contrastar Rachmaninov con Puccini.
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