España - Cataluña
Barcelona: la Adriana de las sustituciones
Jorge Binaghi
No recuerdo una ocasión en que se hayan sumado,
escalonadas en el tiempo, tantas cancelaciones y consiguientes sustituciones.
Tras una docena de años de ausencia volvió este título amado y bastante
conocido por el público que ha tenido desde 1950 prestigiosas interpretaciones
(hablamos de Tebaldi, Caballé, Freni, Frittoli entre las señoras y Domingo,
Aragall, Carreras y Alagna entre los señores).
La última vez hubo tres repartos con algún tenor
indispuesto a mitad de su primera intervención y su consiguiente sustitución.
Ahora, con dos repartos, cancelaron, por orden cronológico, la mezzo Anita
Rachvelishvili (como viene sucediendo hace ya tiempo aunque al parecer aquí no
se habían enterado), el tenor Jonas Kaufmann (un asiduo de las cancelaciones
pero que parece que tenía cosas mejores que hacer; o no había contrato en firme
o si lo hubo se trata de papel mojado cuando hay un nombre famoso estampado en
él), la soprano Eleonora Burato (quien, con tiempo, prefirió dejar el papel
para más adelante, y se comprende su seriedad).
Pocas semanas antes se conoció lo que muchos habíamos
anticipado desde la publicación de que Sonia Yoncheva debutaría como la
protagonista: la diva decidió no venir, por lo que parece también por necesitar
mayor tiempo para preparar la parte (pero aparte de que eso te das cuenta
previamente al mes de ensayos, veremos si, como en el caso de de ensayos,
veremos si, como en el caso de La Gioconda de Milán, el título termina por
aparecer alguna vez en su carrera de ’assolutissima’).
Con lo cual volvió la pareja que en la temporada pasada
decidió renunciar a intervenir en Tosca
por desacuerdo con la producción. No digo que no tuvieran razón e hicieran bien
en no transigir, pero me extraña en un Teatro donde hasta hace relativamente poco
cuando un artista cancelaba por indisposición física o anímica entraba en la
lista negra. Como quiera que sea, fue una suerte poder contar con ellos. En el
caso del tenor porque con 61 años sigue con el esmalte y el ‘squillo de
siempre’ y la gallardía en la emisión. Cierto que casi todo lo canta en forte y
mezzoforte, pero a doce años de su intervención aquí mismo en el mismo papel si
hay desgaste no se nota. Y como es muy apasionado, y eso le va a Maurizio de
Sassonia (un personaje bastante infumable), bravo.
Kurzak tuvo que estudiarse la parte, que debutaba, en dos
semanas, pero por su profesionalidad y seriedad consiguió hacerlo y salir
airosa de la empresa. No diré yo que sea una Adriana para el recuerdo, pero sí
que estuvo bien. Ciertamente la dicción no fue clara y no sólo porque su
registro central y grave son más bien opacos y la audición es confusa sino
porque al final en las dos ocasiones agradeció vistosamente al apuntador, el
abnegado Jaume Tribò, que desde su debut se las ha visto y deseado con más de
un famoso y este no ha sido su peor caso.
Kurzak conserva de su pasado (o presente) de líricoligera
la capacidad para filar las notas y llega a los agudos con facilidad por lo que
estuvo mejor en el último acto que en los anteriores (aunque hizo un notable y
exitoso esfuerzo en el aria de salida, siendo su momento menos logrado el
monólogo de Fedra del tercer acto). Si hubo momentos de fraseo poco
convincentes por excesivo verismo fueron pocos. De sus cuatro funciones cantó
cuatro en cinco días con un solo día de descanso tras la segunda… Tengamos también
eso en cuenta en su haber.
Clémentine Margaine tiene una voz espléndida, pero como
otras veces su fraseo fue genérico lo mismo que su actuación. Cantó bien o muy
bien, pero la pérfida Bouillon no es sólo eso.
Luis Cansino tiene medios generosos, por lo general bien
usados (tal vez con algún engolamiento), pero decidió hacer de Michonnet un
personaje cómico al principio y en el último su aflicción resultó excesiva.
Los comprimarios estuvieron muy correctos, pero dentro de
los dos más importantes, el abate y el Príncipe, la labor de Pieri en el
primero resultó óptima (aprovechó cada una de sus frases) mientras que Bou no
logró convencer en el segundo.
En el otro reparto, siempre con Kurzak (no pude ver a la
italiana Valeria Sepe, que cantará las tres últimas), De Tommaso logró lo que
para mí fue su única actuación plenamente satisfactoria de todas las que le he
visto y escuchado. Es cierto que por timbre y estilo de canto parece seguir la
tradición de Del Monaco (en mi opinión no el más acertado de los Maurizio),
pero emitió por fin dos ‘piani’ magníficos (especialmente en la palabra final
de la ópera) y no hubo que reprochar ni oscilaciones ni monotonía en su canto y
su interpretación fue correcta.
Barcellona tiene menos volumen y hoy es más metálica
(también su carrera es mucho más larga) que Margaine y este tipo de personajes
le resulta más nuevo, pero su espléndida dicción y la voluntad de dotar de
sentido a su fraseo, aunque tampoco su figura fuese la ideal para la Princesa,
la caracterizaron mejor (los dos imperativos -‘sedete!’ del segundo acto, y
‘restate!’ , su última palabra con la que finaliza el tercero- tuvieron toda su
fuerza y sentido).
Fue ese el mismo caso de Maestri que, con un par de
agudos rígidos, pero sin usar nunca la brocha gorda (notable su relato del
encuentro a oscuras con la Princesa en el segundo acto), nos dio un humanísimo
Michonnet desde el vamos (su diálogo con Adriana al principio del último acto
fue un modelo, como lo fue todo su fraseo).
Bien los bailarines -al parecer no forman parte de una
compañía ya que sus nombres venían enumerados como los de los actores- y el
coro, que, tal vez por su corta intervención, fue preparado por el maestro
asistente.
La orquesta sonó bien en lo material, pero constantemente
enfática, en muchas ocasiones exagerada en volumen y también gruesa o pesada.
De Summers no me esperaba yo filigranas ni nada espectacular, pero esta es la
ocasión en que menos adecuado me ha parecido (al punto que el correcto pero
entonces poco más que eso Benini de la vez anterior me ha merecido un recuerdo
seguramente superior a aquella realidad).
Ah, claro, disculpen ustedes, falta la parte escénica.
Por una vez no se ha tirado la casa por la ventana en dislates (tipo aquella Tosca ya mencionada de infausta
memoria), sino que se ha vuelto a usar, como es correcto, y como se hace en
cada teatro en que se ha presentado, la famosa y conocida puesta de McVicar.
Volveré a repetirme:
“Un espectáculo bello (probablemente se arquearán muchas cejas ante un adjetivo tan poco de moda), aparentemente ‘tradicional’ (más disgustos) para los niveles normales de McVicar (lo que habla bien de su inteligencia aunque se juegue su reputación fuera de Inglaterra, particularmente en zonas germánicas [….]): el perfume de Adriana es muy parecido al de las violetas envenenadas que acaban con su protagonista, y su atmósfera se resiente fatalmente si se alteran época, vestidos (magníficos por cierto) y características generales de personajes y lugares (también excelentes los decorados). Es cierto que el busto de Molière en medio del escenario en el primer acto, homenaje al teatro y al teatro dentro del teatro, debe ser retirado de modo poco sutil en el breve intervalo entre los dos primeros actos. Probablemente Maurizio no debería resultar tan ambiguo en sus relaciones amorosas […..]. Extraordinaria resulta, en cambio, la ironía en los intercambios entre abad y princesa en el tercer acto […..]. E incluso en el ballet (sin cambiar una coma) todo resulta ‘nuevo’ y ‘desencantado’, sin ilusión alguna.”
En ambas ocasiones -17 y 19 de junio- se
registró una buena entrada, pero con localidades vacías en particular en los
pisos superiores, y el público respondió con entusiasmo durante el intervalo y
al final, pero en general con manifestaciones cortas.
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