Francia
Lully y Quinault en todo su esplendor
Francisco Leonarte
Introducción histórica
Los primeros años ochenta del siglo XVII son
clave en el reinado de Luis XIV y por tanto en la historia de Francia. La
personalidad del rey está cambiando influída por varios factores. Por un lado,
la edad, claro. Menos joven, menos dispuesto a los placeres (y se ha concedido
muchos, el buen rey, hasta esos años ochenta), el llamado Rey Sol está cada vez
más achacoso. Las malas lenguas dicen que ya no necesita una amante sino una
enfermera...
Por otro lado, desde un punto de vista
geopolítico, la decadencia de la monarquía española permite a la francesa
presentarse como la «nueva campeona del catolicismo»1, (ya saben ustedes que
España y Francia eran las dos grandes monarquías católicas, y situarse como
« campeona del catolicismo » era un poco situarse oficialmente como
primera potencia de su esfera geopolítica, un poco lo que pasa desde inicios del
siglo XXI entre Irán y Arabia Saudí tratándose del Islam).
Se dan, auspiciadas por estos dos factores,
una serie de circunstancias que van a concurrir para que el cambio de talante
tenga lugar definitivamente. Hasta entonces, Molière, y después Lully han
reinado sobre los festejos reales, y por ende sobre el ambiente cultural
francés. Molière murió en 1673 y Lully ha aprovechado para hacerse con el
monopolio en Francia de la ópera y en general de todos los espectáculos reales.
En 1681 incluso ha sido ennoblecido, para rabia de buena parte de la alta
nobleza francesa.
Pero en enero de 1685, una carta informa al
soberano de que Lully se acuesta todas las noches con el paje Brunet, de 13
años. Podemos suponer que no es tanto la edad lo que indigna a Luis XIV (los
matrimonios y amoríos con mujeres apenas adolescentes eran frecuentes), sino la
homosexualidad2 de alguien en quien había depositado su confianza. Recordemos
que si Luis XIV le pasaba todos los caprichos y extravagancias a su
evidentemente homosexual hermano, Philippe de Orleans, es posible que lo
hiciera sobre todo por cuestiones dinásticas. Por el contrario, el mismo Luis
XIV se mostrará terriblemente homófobo y cruel con su propio hijo, el conde de
Vermandois, cuya supuesta homosexualidad saldrá a la luz en 1682. Sea como
fuere, Lully caerá en desgracia; el rey no volverá a presenciar sus óperas.
Es el mismo momento en que el confesor del rey
empieza a tener cada vez más peso. Tal vez motivado por la debilidad y el temor
que las dolencias físicas crean3, Luis XIV empieza a caer en una
devoción que le hace rechazar teatro y ópera como distracciones pecaminosas,
prefiriendo incentivar la música religiosa con los Grandes Motetes a la
francesa.
Es también el momento en que, fallecida su
mujer, la reina María Teresa de Austria, en 1683, Luis XIV deja progresivamente
de lado a su favorita oficial, Madame de Montespan, y se casa morganáticamente
y en secreto con Madame de Maintenon, nieta de ilustre poeta protestante, mujer
que ha conocido la miseria, y que, poco a poco, se ha construido una reputación
de devota, intentando borrar o disimular su pasado, y poco a poco pasando de
gobernanta de los hijos del rey a amante y después esposa secreta del mismo (al
parecer la boda tuvo lugar el mismo año de 1683).
Luis XIV intenta mantener una cierta
apariencia de respeto hacia quien ha sido su favorita durante muchos años, la
citada Madame de Montespan, madre de cuatro de sus hijos ilegítimos, pero lo
cierto es que la reputación de la favorita se ha visto irremediablemente
manchada al ser relacionada con el escándalo de los venenos (l'affaire des
poisons).
Sin extendernos demasiado sobre dicho escándalo, digamos que es uno de esos asuntos sórdidos donde se mezclan supersticiones, bajas pasiones, alta nobleza y marginales de todo tipo en torno a la Voisin, una vendedora de venenos y pociones mágicas varias. Cuando surge l'affaire des poisons, el propio rey se escandaliza y proclama su voluntad de esclarecer el asunto instaurando un tribunal especial, la llamada Cámara Ardiente. Sólo que cuando el escándalo empieza a salpicar a su círculo más íntimo, temiendo en efecto que la favorita real, Madame de Montespan, se vea oficialmente acusada, Luis XIV echa marcha atrás. Y es que Catherine Malvoisin, llamada «La Voisin», vendedora de filtros y venenos amén de otros menesteres poco confesables, en sus declaraciones mencionaba al parecer a la Montespan entre sus clientes...
La voisin terminará en la hoguera (no será
la única), en 1682 la Cámara Ardiente será disuelta precipitadamente por orden
real antes de que haya terminado con su siniestro trabajo, y por orden real
también todos los papeles del asunto serán quemados en 1709... Pero aunque la
Montespan se salga de rositas, es lícito creer que el escándalo de los venenos
será la puntilla que termine definitivamente con la relación entre el rey y la
favorita. La Montespan perderá toda la confianza que Luis XIV le tenía,
quedando como una mujer capaz de recurrir a toda clase de filtros mágicos e
incluso a misas negras para conservar el afecto del rey.
Así van las cosas, cuando en mayo de 1685 el
poeta Quinault propone al rey tres argumentos distintos para su próxima ópera
con Lully. El monarca descarta los trágicos amores de Céphale et Procris
contrariados por los dioses, descarta Macaria hija de Hércules que se sacrifica
por su patria, y escoge Armida: a saber, la maga que con malas artes ha
seducido al gran héroe, aunque el gran héroe triunfará de sí mismo y de la
maga, apartándose de ella definitivamente... Es el mismo periodo en que Luis
XIV hace cada vez más patente su desapego hacia la Montespan...
El héroe que fue encadenado por los placeres
(representados por Armide-Montespan) consigue triunfar para volver a su deber
de gran defensor de la Cristiandad (Renaud-Luis XIV). La cosa parece evidente.
Pues bien, aún con tal trasfondo político-palaciego (o tal vez gracias a tal trasfondo), Armide será uno de los mayores éxitos de crítica y público del tándem Lully-Quinault, y no dejará de reponerse hasta bien entrado el siglo XVIII, quedando como modelo de lo que debe ser una tragédie lyrique. Sólo la nueva versión del mismo libreto por en 1777 logrará "arrinconar" la obra de .
La temporada pasada, la Opéra-Comique
presentaba Armide de Gluck-Quinault en una versión que nos pareció claramente
fallida, lastrada por una puesta en escena aburrida y pretenciosa. Esta
temporada se trataba de presentar Armida de Lully-Quinault con un equipo
esencialmente similar: misma orquesta, mismo director musical, misma directora
de escena, mismos decorados...
Musicalmente muy disfrutable
El foso se veía muy lleno, entre otras cosas
porque sólo estaba semienterrado, con lo cual no se podía utilizar la parte que
queda bajo la escena, pero también porque la orquesta, Les Talens Lyriques,
está al completo. Y resulta muy nutrida para una orquesta barroca. Sin embargo,
en general,
El bajo continuo, constituido por dos laúdes
(a veces guitarra), una viola de gamba, un violoncello y un clave (dos cuando
Rousset tocaba también), suena estupendamente, escuchándose los bonitos adornos
del clave o el hermoso trabajo de violoncello y viola-gambista.
En cuanto al coro, Les Éléments, es sin duda alguna uno de los mejores coros que servidor de ustedes ha jamás escuchado. Gran inteligibilidad, estupendo empaste, bonito color, diversidad en la expresión de sentimientos... y encima colaboran escénicamente en todo lo que se le pida. Magnífico
Ambroisine Bré se encarga del rol principal, Armide. Tal vez un poco pronto. A saber, nos encanta su color de voz, su facilidad para la coloratura, su impostación natural y su frescura. Pero para el rol titular de Armida, más que frescura hace falta hondura y hoy por hoy Bré no la tiene y ha de «inventarla» ensanchando artificialmente algún sonido aquí o allá o «pegando» sobre alguna que otra sílaba con aumentos de volumen intempestivos y que el texto no justifica. Y con todo ello la inteligibilidad se resiente dolorosamente. Soberbia en los momentos amorosos, el papel le queda grande cuando se trata de furia o de odio, quedándose hasta corta de fiato de volumen y de graves en el agitato poco antes de la conclusión. Esperemos que pueda dejar pasar el tiempo antes de volver a abordar papeles similares. Otrosí, el hecho de ser una chica guapa y de tener cualidades para el baile, le permite colaborar con el coreografo en dos o tres momentos muy conseguidos. Pero eso debiera ser algo puramente anecdótico.
En cuanto a
Frente a tanta autoridad, el Odio del barítono
Estupendas la distintas intervenciones del
bajo Lysandre
En cuanto a Flore
Destaquemos por último el buen hacer y el
bonito timbre del tenor
Es igual pero no es lo mismo
La temporada pasada poníamos a
El ballet se encarga sólo de los momentos de
ballet. De hecho esta vez sí hay una coreógrafa,
Los trajes de Alain
Así, los momentos de divertimento son
respetados, los momentos de declamación respetados también, con una dirección
de actores tal vez no sobresaliente pero sí aceptable, faltando tal vez el
sentido del humor que se agazapa en ciertos pasajes (especialmente el cuarto
acto con las sucesivas tentaciones en que caen los caballeros cristianos). Pero
nada entorpece el disfrute de la música y el texto, ambos magistrales.
Notas
1. En ese sentido debe entenderse también la revocación del Edicto de Nantes, en 1685, eliminando la libertad de culto que Enrique IV garantizara a los protestantes.
2. Por supuesto, el término «homosexualidad» era desconocido en la época. El término, pero no la realidad homosexual.
3. Concretamente a principios de 1686 el rey empieza a notar las molestias creadas por una fístula anal, molestias que le acaban por impedir montar a caballo. Terminará por someterse a una operación a finales del mismo año. Pero una operación de este tipo en aquella época comprendía riesgos mortales...
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