Italia
Magistral Requiem de Mozart
Jorge Binaghi
Dejando
de lado todas las historias contadas sobre el momento y la forma de composición
este Requiem ocupa no sólo por eso un
lugar particular en el catálogo de obras maestras del Maestro. No suelo ir a
escucharlo en vivo con frecuencia porque salgo casi siempre con un punto o
muchos de insatisfacción debido a la ejecución. Si no considero ideal la ejecución
‘romántica’ ni tampoco la ‘neoclásica’, los intentos de ‘purismo’ con
instrumentos barrocos me ponen de malhumor. Así de cavernícola es uno. No digo
ya si intentan convertirlo en acción teatral.
En esta
ocasión fui porque estaba en Milán para ver Turandot
(hablaré en otro momento), que debía dirigir Daniel
Fui
sabiendo que la orquesta de la Scala puede obrar milagros según el director y
su afinidad con el mismo. Sabía que el coro es una de las joyas de la corona
del Teatro, y el cuarteto solista (que aquí es lo menos decisivo) parecía
suficiente. Pero nunca había visto ni oído a
Ahora
que lo he visto y escuchado -no simplemente oído, que para eso tenemos en
castellano ambos verbos- no sé bien qué escribir. Tendría que decir simplemente
‘cuando puedan, vayan a un concierto, ópera o lo que sea que haga’ y poner
punto final. Pero parece que no se puede. Intentaré decir algo ‘racional’, pero
como creo que todos sabemos la música (en realidad cualquier arte) tiene su
punto de misterio o de magia (o ambas), y uno sabe que está frente a algo
importante, una experiencia que, como decía Gide de la literatura, le cambia a
uno la vida, que te hace salir (por un breve momento) mejor persona porque has
estado en contacto con una obra genial que te ha sido transmitida casi en
estado puro, que es lo que tienen las grandes versiones, que son eso.
Creo
conocer el Requiem, como bastantes
obras de su autor. Creo que sé su valor y lo difícil que es la aparente
naturalidad de una partitura mozartiana. Mucho más raro es que se lo pueda
‘experimentar’, ‘sentir’, con la ilusión (lo es) de que la mediación entre
oyente y compositor es mínima. De golpe adviertes que en la Scala hay uno de
esos silencios raros en cualquier sitio cuando se asiste a algo que tiene un
halo especial. Las luces están encendidas como en todo concierto que se precie,
ves el teatro lleno, casi nadie (pero siempre hay alguien y obviamente cerca de
uno) dice alguna idiotez a su vecino porque todos están absortos, pendientes de
ese sonido que viene del escenario y te envuelve sin anonadarte porque Mozart
es siempre lo bastante humano como para no querer avasallarte como algunos
otros grandes compositores (probablemente no tan grandes como personas: los
hay, no pocos).
Bueno,
Guggeis me transmitió todo eso y mucho más. Por empezar, que conoce y ama la
obra. Que no necesita batuta para hacerla presente a los músicos y a uno mismo:
en más de un momento creo que ‘vi’ la frase casi al mismo tiempo de oírla, pero
una fracción de segundo antes en la descripción que hacían sus manos. Un hombre
joven y dinámico, que sin embargo no es un espectáculo en sí mismo aunque cante
(en silencio) el texto, pero que tiene (como Gergiev en sus mejores momentos)
al autor en la punta de los dedos. Es increíble cómo con uno o dos gestos (en
este último caso por lo general cerrados) da las indicaciones al coro (que tal
vez sea el protagonista de la obra y, en todo caso, el elemento que recoge más
la gran tradición del canto coral germánico).
No quise
empezar a poner notas ridículas en el programa, pero por eso mismo quizá
recuerdo un ‘Sanctus’ en que la mano izquierda fraseaba con las cuerdas
mientras con la derecha uno o dos dedos iban para el coro y el resto para los
metales. Seguramente es una proeza técnica que ha requerido mucho trabajo y
estudio, pero consiguió que, sin dejar de advertirlo, lo trascendiéramos. No sé
si nadie levitó, pero seguro que él y algunos de los músicos también.
No tengo
palabras para la labor de una orquesta en la que estaba toda la ‘novedad’ de
Wolfgang A. ni del coro con toda la sabiduría y experiencia acumuladas. Los
solistas estuvieron bien. Quizás los más adecuados hayan sido
Después
de tanto silencio el Teatro, lleno, estalló en ovaciones merecidas.
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