Italia

Magistral Requiem de Mozart

Jorge Binaghi
viernes, 5 de julio de 2024
Guggeis en La Scala © 2024 by Brescia y Amisano Guggeis en La Scala © 2024 by Brescia y Amisano
Milán, sábado, 29 de junio de 2024. Teatro alla Scala. Requiem en re menor K.626 de W. A. Mozart (completado por F. X. Süssmayr). Intérpretes: Juliana Grygorian (soprano), Cecilia Molinari (mezzo), Giovanni Sala (tenor), y Adam Plachetka (bajo). Coro (preparado por Alberto Malazzi) y Orquesta del Teatro. Director: Thomas Guggeis
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Dejando de lado todas las historias contadas sobre el momento y la forma de composición este Requiem ocupa no sólo por eso un lugar particular en el catálogo de obras maestras del Maestro. No suelo ir a escucharlo en vivo con frecuencia porque salgo casi siempre con un punto o muchos de insatisfacción debido a la ejecución. Si no considero ideal la ejecución ‘romántica’ ni tampoco la ‘neoclásica’, los intentos de ‘purismo’ con instrumentos barrocos me ponen de malhumor. Así de cavernícola es uno. No digo ya si intentan convertirlo en acción teatral.

En esta ocasión fui porque estaba en Milán para ver Turandot (hablaré en otro momento), que debía dirigir Daniel Harding, pero tuvo que renunciar por un acontecimiento privado. Debía también dirigir este concierto de abono que se repite otras dos veces. He estado tentado de volver al menos una vez más.

Fui sabiendo que la orquesta de la Scala puede obrar milagros según el director y su afinidad con el mismo. Sabía que el coro es una de las joyas de la corona del Teatro, y el cuarteto solista (que aquí es lo menos decisivo) parecía suficiente. Pero nunca había visto ni oído a Guggeis (ya había dirigido aquí con muy buenas referencias -críticas y de público- El rapto en el Serrallo en esta misma temporada, pero no había podido asistir). Sabía -como tantos- que su nombre había alcanzado amplia difusión cuando a último momento tuvo que sustituir en Berlín en un ciclo del Ring wagneriano a Barenboim, de quien era asistente, y luego había pasado a ocupar la dirección musical de la Ópera de Frankfurt.

Ahora que lo he visto y escuchado -no simplemente oído, que para eso tenemos en castellano ambos verbos- no sé bien qué escribir. Tendría que decir simplemente ‘cuando puedan, vayan a un concierto, ópera o lo que sea que haga’ y poner punto final. Pero parece que no se puede. Intentaré decir algo ‘racional’, pero como creo que todos sabemos la música (en realidad cualquier arte) tiene su punto de misterio o de magia (o ambas), y uno sabe que está frente a algo importante, una experiencia que, como decía Gide de la literatura, le cambia a uno la vida, que te hace salir (por un breve momento) mejor persona porque has estado en contacto con una obra genial que te ha sido transmitida casi en estado puro, que es lo que tienen las grandes versiones, que son eso.

Creo conocer el Requiem, como bastantes obras de su autor. Creo que sé su valor y lo difícil que es la aparente naturalidad de una partitura mozartiana. Mucho más raro es que se lo pueda ‘experimentar’, ‘sentir’, con la ilusión (lo es) de que la mediación entre oyente y compositor es mínima. De golpe adviertes que en la Scala hay uno de esos silencios raros en cualquier sitio cuando se asiste a algo que tiene un halo especial. Las luces están encendidas como en todo concierto que se precie, ves el teatro lleno, casi nadie (pero siempre hay alguien y obviamente cerca de uno) dice alguna idiotez a su vecino porque todos están absortos, pendientes de ese sonido que viene del escenario y te envuelve sin anonadarte porque Mozart es siempre lo bastante humano como para no querer avasallarte como algunos otros grandes compositores (probablemente no tan grandes como personas: los hay, no pocos).

Bueno, Guggeis me transmitió todo eso y mucho más. Por empezar, que conoce y ama la obra. Que no necesita batuta para hacerla presente a los músicos y a uno mismo: en más de un momento creo que ‘vi’ la frase casi al mismo tiempo de oírla, pero una fracción de segundo antes en la descripción que hacían sus manos. Un hombre joven y dinámico, que sin embargo no es un espectáculo en sí mismo aunque cante (en silencio) el texto, pero que tiene (como Gergiev en sus mejores momentos) al autor en la punta de los dedos. Es increíble cómo con uno o dos gestos (en este último caso por lo general cerrados) da las indicaciones al coro (que tal vez sea el protagonista de la obra y, en todo caso, el elemento que recoge más la gran tradición del canto coral germánico).

No quise empezar a poner notas ridículas en el programa, pero por eso mismo quizá recuerdo un ‘Sanctus’ en que la mano izquierda fraseaba con las cuerdas mientras con la derecha uno o dos dedos iban para el coro y el resto para los metales. Seguramente es una proeza técnica que ha requerido mucho trabajo y estudio, pero consiguió que, sin dejar de advertirlo, lo trascendiéramos. No sé si nadie levitó, pero seguro que él y algunos de los músicos también.

No tengo palabras para la labor de una orquesta en la que estaba toda la ‘novedad’ de Wolfgang A. ni del coro con toda la sabiduría y experiencia acumuladas. Los solistas estuvieron bien. Quizás los más adecuados hayan sido Plachetka y Molinari. A las voces agudas tal vez les faltó más luminosidad y/o brillo, pero lo hicieron bien: Grigoryan con medios suntuosos (tal vez demasiado oscuros y un punto ásperos) y Sala con una expresividad más cerca de la operística.

Después de tanto silencio el Teatro, lleno, estalló en ovaciones merecidas. 

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