España - Cataluña
Un ramillete de camelias. La traviata en Tarragona
Josep Mª. Rota
Recuerdo
que titulé la crónica del Rigoletto de 2021 en el Auditori del Camp de
Mart “¿Flor de un día?”. Así se temía y la ausencia de ópera en el 2022
parecía confirmarlo. Pero no. Vino luego Tosca en la Tarraco Arena y
ahora La traviata, de nuevo en el Camp de Mart, un espacio muy querido
por el público tarraconense. Como casi todo en esta vida, las cosas tienen
nombre y apellido; en este caso, el de Àngel Òdena, impulsor del proyecto de
ofrecer ópera en el Festival Camp de Mart de Tarragona, que ha tenido que
luchar no contra viento y marea, sino contra las administraciones, políticos y
funcionarios, que es mucho más difícil.
Espacio
muy querido por el público, decía, con la bimilenaria muralla romana al fondo,
pero con los inconvenientes del aire libre: la moto, el perro, las campanas de
la catedral, otro perro, los berridos del adolescente alcoholizado, el vaso de
plástico cayendo por la gradería, el rrraaaccc del abanico de la señora
acalorada… claro que esto último también sucede en el Teatro, junto con las
toses, los cuchicheos y los móviles: una señora detrás de mí tardó tres
compases de 4/4 en abrir el bolso (¡maldito cierre!) y dos compases más en
apagar el móvil, después de comprobar, claro, de quién era la llamada.
Sofia
Esparza debutaba en el papel de Violetta. Porfió en las agilidades y los agudos
de la temible Follie!. Luego mostró una bonita voz lírica, con una línea
de canto elegante y expresiva; emocionante en su agonía y muerte, no por
esperada menos sobrecogedora. Celso Albelo (Alfredo) cantó con arrojo, con una
voz bien proyectada y un punto de squillo. ¿Manrico en un futuro Il
trovatore? Y así se cierra la “trilogía popular”. Ahí lo dejo.
Àngel
Òdena cosechó un nuevo éxito con su Giorgio Germont, que sigue siendo uno de
sus caballos de batalla; usando una expresión típica de Verdi: ti sta a
pennello (te viene como anillo al dedo). No solo por las condiciones
estrictamente vocales, que son ideales, sino por la intención y el sentido con
que canta cada frase, como un padre amoroso y un hombre de bien. Su Di
Provenza il mar, il suol fue toda una lección de canto verdiano y de
actuación.
Seguramente
los coros de La traviata no han alcanzado la fama del “coro de esclavos”
de Nabucco o del “coro de gitanos” de Il trovatore. Pero ello no
significa que el coro tenga una parte irrelevante en la ópera, más bien al
contrario; tiene también su “coro de gitanas y matadores” del acto segundo, su
“coro de máscaras” del tercero y, especialmente, dos intervenciones muy
importantes: el famoso brindis y el enorme concertante final del acto segundo. Los
miembros del coro, veteranos la mayoría de las anteriores Rigoletto y Tosca,
cantaron con fuerza, equilibrio y, lo que no es baladí, con gran presencia
escénica. La experta mano de Miquel Massana y el entusiasmo y la entrega de los
y las coristas fueron los responsables de este éxito colectivo.
La
orquesta, no muy nutrida (cuatro chelos, tres contrabajos, metales reducidos a
dos trompas, una trompeta y un trombón) sonó, sin embargo, con mucha presencia
en conjunto y con mucho detalle en las individualidades. Una vez más, Óliver
Díaz demostró ser un gran maestro concertador y, especialmente, un gran acompañante
de cantantes.
La
traviata no presenta
demasiadas dificultades escénicas, es cierto. La propuesta de Emilio López es
simple y eficaz en el enorme escenario abierto del Camp de Mart; en conjunto,
muy agradable de ver. Los pocos elementos de mobiliario escénico definían
acertadamente cada espacio. Ayudó la decisión de vestir a las damas del coro
con unos brillantes y vistosos trajes festivos ‘años 1920’. Sin duda, la escena
más lograda fue la habitación de Violetta, con una iluminación muy sugerente y
una inteligente distribución del mobiliario escénico. Menos lograda fue la
escena de las gitanas y los matadores, con unas bailarinas fuera de contexto.
Ahora
ya parece claro que no fue flor de un día sino un jardín que va floreciendo;
esta vez, con un bello ramillete de camelias. Pero al jardín hay que regarlo,
abonarlo y protegerlo; y vigilar a los jardineros, léase administraciones, para
que no descuiden su deber.
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