España - Andalucía
El liderazgo de Mäkelä
José Amador Morales

Regresó Klaus Mäkelä al Festival
Internacional de Música y Danza de Granada tras su exitosa residencia en la septuagésima
edición que culminó precisamente con un concierto al frente de una Orquesta de
París que ya lo había nombrado como su futuro -entonces- director titular. En
contraste con el calor de aquella velada, en esta ocasión una insólita y
agradable temperatura acogió el presente concierto, primero de los dos
ofrecidos esta vez por dicho director y orquesta.
El primer plato fuerte de la noche fue una contundente versión de Noche
transfigurada, la obra que Arnold Schoeberg compusiera originalmente para
sexteto de cuerda en 1899 a partir de un poema homónimo de Richard Dehmel y que
aquí escuchamos en la versión orquestal de 1943. Desde el primer minuto Mäkelä convenció
imponiendo una extraordinaria progresión dramática sostenida sobre la base de un
fraseo vehemente y una articulación basada en la continua tensión-distensión de
gran calado expresivo. El finlandés enfatizó con fortuna los arrebatos líricos
en medio del carácter ensimismado que envuelve toda la obra, obteniendo una
respuesta orquestal soberbia. En concreto, la cuerda de la orquesta parisina,
liderada por un soberbio Andrea
Obiso como concertino, impactó aquí por su maleabilidad, gama dinámica y brillo
tímbrico.
En la segunda parte, la Sinfonía nº4 de Gustav Mahler, con su cautivadora exploración de un optimismo y ligereza no exentos de claroscuros dramáticos, ofreció una fascinante continuidad con la Noche transfigurada, compartiendo ambas la profunda exploración emocional que nos lleva desde el cromatismo tardorromántico de Schoenberg hasta la luminosa y pastoral visión de Mahler. Al mismo tiempo, nos permitió admirar las posibilidades de esta gran orquesta al completo: cuerda sedosa, metales sutiles, madera radiante, percusión versátil…
Klaus Mäkelä, con un gesto conciso,
claro y persuasivo que no duda en ocupar todo el espacio que le permite el
podio para adelantarse o dirigirse a ambos lados, ofreció una personalísima
lectura de la sinfonía, llena de carácter y vigor expresivo, en la que destacó por
su férreo control del discurso narrativo al mismo tiempo que la minuciosa atención
a los detalles (repentinos sforzandi, crescendi y decrescendi, un uso del
portamento generoso pero siempre musical, etc.). El “Sehr behaglich” final resultó
aquí un verdadero y lógico clímax de la obra, no como un añadido, con unas
expresivas alusiones al tema principal del primer movimiento.
La aparición de la soprano Christina Landshamer en el balcón central de
la galería superior nos retrotajo al monólogo del Rey Marke en el legendario
segundo acto de Tristan und Isolde que cantara en el mismo lugar René
Pape dirigido por Daniel Barenboim en el festival del 2006. El impactante
efecto escénico fue sublimado por la voz de indudable atractivo tímbrico de la
soprano alemana que mostró una refinada línea de canto y apreciables buenas
intenciones expresivas solo mermadas por la naturaleza de un instrumento un
tanto ligero y limitado en su registro grave.
Comentarios