Italia
Un ‘Barbero’ muy equilibrado con un gran protagonista
Jorge Binaghi

Será seguramente mi único rápido paso por la Arena en
este año. He tenido suerte con el reparto y la falta de la lluvia que atrasó
muchísimo la anterior representación. Esta puesta en escena lleva diecisiete
años ya y al parecer sigue contando con el beneplácito del público, que no de
alguna crítica. Habiendo visto hace más tiempo una producción para el Teatro
Colón de Buenos Aires bastante poco acertada del propio De Ana, creo que ésta
es más adecuada, por empezar, al lugar. Elementos ‘distractivos’ como el exceso
de figurantes y bailarines, el decorado único en forma de jardín más o menos
inglés ornado con rosas gigantes da buena cuenta de la enormidad de la escena y
mantiene la atención que de otra manera en un espacio abierto de semejantes
proporciones la obra probablemente no tendría (no por su calidad).
En un teatro cerrado tradicional sería excesiva, carísima
y algunos gags -propios o de los artistas- serían redundantes o dudosos, pero
hay que entender que en un festival de verano de este tipo los parámetros para
juzgar deben por fuerza, y sobre todo en el aspecto visual y ‘teatral’, ser más
amplios o distendidos. Así, para ser la primera vez en que la veía, debo decir
que me pareció acertada y entretenida (ciertamente, demasiados bailecitos de
los titulares, y en particular de Don Bartolo, eran reiterativos y algo fuera
de lugar, pero el público rió).
Más problemático fue, como siempre, el talón de Aquiles
de la acústica en especial de la orquesta. Sonó siempre apagada y opaca, y así
no hay manera de establecer si la prestación de Petrou fue buena o no. Algunos
tiempos parecieron lentos, pero su actuación en el acompañamiento de los
recitativos al fortepiano y en general la intención de llevar las riendas y
evitar desequilibrios y desajustes -cosa casi imposible aquí- con la escena
pareció positiva. El coro estuvo bien sin esforzarse mucho, e interesaron más
como actores, aunque la coordinación entre los miembros y los bailarines, y de
estos últimos entre sí, debería ser mejor.
Lo mejor claramente fue el reparto vocal. La difícil obra
de Rossini necesita sí de equilibrio, pero entre prestaciones de gran altura.
Si aquí no fueron todas equivalentes (algo imposible en cualquier parte) sí
fueron lo suficientemente buenas o acertadas como para asegurar que la
vitalidad y explosividad de la obra llegaran en gran parte. Incluso los
comprimarios más episódicos estuvieron bien en todos los aspectos, empezando
por Nicolò Ceriani que dobló como Fiorello y Ambrogio, y Domenico Apollonio en
la brevísima parte del oficial.
Mappa fue una Berta muy presente que no sólo resolvió
bien su breve aria sobre la vejez, sino que lució agudos en los números de
conjunto en que debió actuar y en particular en esa locura articulada o
mecanizada que es el sensacional final del primer acto.
Pero los cinco principales se las traen por distintos y
parecidos motivos: necesidad de alta escuela, técnica imbatible, dominio de
agilidades, canto silabado, extensión. Al respecto se pueden leer con provecho
las quince páginas que dedica a la obra, también en cuanto a calidad e
innovación -no sólo por lo que se refiere a la anterior de Cimarosa- Fedele
D’Amico en su Il teatro di Rossini (págs.
80-95, Bologna, Il Mulino, 1992, 1ª.ed.).
El protagonista originariamente era el tenor (el divo
Manuel García) y por eso la partitura llevaba su nombre y concluía con un rondó
a su cargo que luego pasó a La
Cenerentola con mejor suerte y oportunidad dramáticas. Barbera lo hizo
bien, incluso muy bien, aunque al principio de la velada la voz estaba algo
fría y algún agudo en recitativos y en ‘Ecco ridente in cielo’ era tirante.
Pero luego, ya desde ‘Se il mio nome’ y sobre todo del comprometido dúo con el
barítono se mostró dueño de sus medios. Si no es un gran intérprete y tal vez
pareció el menos convincente de ellos se movió con corrección.
Berzhanskaya es una cantante notable a la que, en mi
opinión, los roles serios del compositor le convienen más que los cómicos, pero
aun así fue una Rosina de excelentes medios (sólo el centro pareció
comparativamente débil) y si se empeñó excesivamente en variaciones y
ornamentaciones (que invariablemente la llevaban al sector agudo -el mejor- de
su voz) no estuvieron fuera de lugar aunque resultaron algo reiterativas, en
especial en su cavatina de presentación y en la escena de la lección.
Bordogna es un especialista de Bartolo y si él también se
dejó llevar por el clima y agregó ‘olés’, zapateos y algún bocadillo de su
cosecha (que no fue entendido por la mayoría del público... Y para eso es mejor
atenerse al texto original que decir ‘cuando cantaba Pavarotti ‘Di quella
pira’), Pero sentó cátedra en recitativos y en el difícil silabado de su gran
aria, excelente dominio de la respiración y comicidad casi siempre de buena
ley. Si resultó algo más joven que lo esperable en el personaje, pues
paciencia.
Tagliavini cantó de forma muy apropiada y sin exagerar su
gran aria de la calumnia y estuvo brillante en el quinteto ‘Buona sera’ del
segundo acto donde pudo lucir su grave aunque no se lo veía demasiado
interesado en actuar.
Y el -hoy y siempre- verdadero protagonista de la ópera,
ese múltiple, desfachatado, simpático y modernísimo Fígaro (interesado por el
dinero, pero con su corazoncito) tuvo en Olivieri el protagonista que ya le
vimos en Milán y Viena, con rasgos distintos de aquellos (aun más
desvergonzado, más divertido y divirtiéndose) y cantando con una propiedad, una
intención en cada frase, un color y un volumen (y extensión) que no es
aventurado ya colocarlo en la lista de grandes intérpretes de la parte. No sólo
su premiadísimo ‘Largo al factotum’ sino sus intervenciones en los dúos
(‘All’idea di quel metallo’, ‘Dunque io son’), tríos (‘Ah, qual colpo
inaspettato!’), las escenas de conjunto y sus apartes (‘Guarda don Bartolo’,
‘Signor, giudizio per carità’) son algunos de los ejemplos de una
interpretación que no conoció cesión o desinterés alguno en ninguna frase. La
ovación que se llevó al final fue más que merecida.
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