Francia

Olimpiadas, bacanales y saturnales

Francisco Leonarte
lunes, 22 de julio de 2024
François Colin de Blamont © 2024 by Wikipedia François Colin de Blamont © 2024 by Wikipedia
Versalles, jueves, 4 de julio de 2024. Théâtre Royal de l'Opéra de Versailles. Les fêtes grecques et romaines, ballet héroïque. Música de François Colin de Blamont. Libreto de Louis Fuzelier. Versión de concierto. Con Cyrille Dubois (Amintas, Eros, Tibule, un suivant d’Apollon), David Witczak (Apollon, Alcibiade, Marc Antoine), Marie-Claude Chappuis (Erato, Cléopâtre), Hélène Carpentier (Clio, Timée), Cécile Achille ( Zélide, Plautine, une Egyptienne, une Bergère), Jehanne Amzal (Aspasie, Délie). La Chapelle Harmonique (Coro y orquesta). Dirección musical, Valentin Tournet.
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La Opera Real de Versalles tiene sin lugar a dudas una de las programaciones más inquietas e interesantes de la región parisina y puede que de Francia. En su filosofía, no sólo caben las estrellas mediáticas que se ocupan de obras atractivas para el gran público (vamos, las de siempre ), sino que sobre todo hay un buen porcentaje de obras poco conocidas de autores poco frecuentados que a menudo son auténticas resurrecciones. El mérito es aún mayor si tenemos en cuenta que se trata de una gestión privada y que por regla general consiguen que la sala esté llena o casi.

Le tocaba esta vez el turno a Las fiestas griegas y romanas, del sobreintendente de la música del rey Luis XV (a la sazón un adolescente) y compositor François Colin de Blamont (1690-1760). Su libretista en este caso fue Louis Fuzelier, autor prolífico y polifacético que supo escribir tanto para las instancias oficiales (Académie Royale de Musique, la Comédie Française) como para el muy popular teatro de feria...

Fue denominada por sus autores «ballet heroico» (hoy hablaríamos de «ópera-ballet», o simplemente de «ópera») pues estaba dividida en tres entradas con tres argumentos distintos, y se estrenó en 1723 con gran éxito: éxito que será renovado durante todo el siglo XVIII en Francia.

Colin de Blamont ha pasado a la historia por el éxito citado así como por el follón que se organizó en torno a un Te Deum en el que Bernier y Blanchard se habían saltado el estricto sistema de jerarquías (aún para los músicos) que regía en la corte francesa. Pero hoy en día pocas ocasiones hay de escuchar su música.

Así que teníamos mucha curiosidad por estas Fiestas griegas y romanas. Desde un punto de vista literario, en 1723 este ballet se presentaba como la primera vez en que, en vez de personajes mitológicos, los protagonistas eran personajes históricos (primera vez en Francia, por supuesto, porque en Italia hacía tiempo que Monteverdi había abordado la historia con -por ejemplo- la famosa Coronación de Poppea o Cavalli con Eliogabalo). Por supuesto, como en el actual cine de Hollywood, el rigor histórico era lo de menos, lo que importaba y todavía importa es el espectáculo.

Tomando como lejano pretexto tres grandes fiestas de la antigüedad (los Juegos Olímpicos, las Bacanales y las Saturnales) en cada una de estas entradas los personajes históricos (Alcibiades, Aspasia, Marco Antonio, Cleopatra, Tibulo) protagonizan tres intrigas amorosas independientes y cercanas al diálogo pastoril. En la primera entrada (Olimpiadas), Alcibiades deja a Aspasia por otra; en la segunda (Bacanales), Marco Antonio es seducido por una burlona Cleopatra; y en la tercera (Saturniales) Delia fuerza al tímido Tibulio a confesar su amor por ella. Tres diálogos ligeros entreverados de bailes con la excusa de las grandes fiestas citadas, siguiendo la estela de Les fêtes vénitiennes de Campra.

La partitura sigue también el modelo de Lully y Campra. Una base de prosodia (ya se sabe lo importante que era y es el texto en el teatro lírico francés) trufada de arietas y danzas. Las melodías de Colin de Blamont para tales arietas y danzas son a menudo atractivas y bastante variadas, perfumadas de italianismo. Su prosodia es expresiva, con algún momento sobresaliente como la entrada de Tibulio sostenida por las cuerdas.

En realidad no hay que buscar grandes pretensiones intelectuales, sino sobre todo la intención de divertir.

¿Intérpretes adecuados ?

Quien esto escribe tiene para sí que, cuando se recupera una obra, la recuperación ha de hacerse con todos los honores, cuidando que las condiciones sean óptimas para que los espectadores actuales la aprecien. Es la mejor forma de evitar que el público (tanto en directo como después a través de retransmisiones, captaciones, etc.) relegue definitivamente la obra pretextando que «no está a la altura». En efecto, cuando una obra no tiene los intérpretes adecuados, se corre el riesgo de pensar que la obra no merece ser escuchada.

La Chapelle Harmonique, de creación relativamente reciente (2017), no es considerada como una de las orquestas barrocas de ringo-rango. Sin embargo se notan el rigor y el buen hacer. Las cuerdas suenan bien y son expresivas, sus vientos también, con solistas muy notables al oboe, el fagot, la trompeta (olé Bruno Fernandez) o la flauta. Su percusionista es eficaz y sin demostraciones innecesarias.

En cuanto al coro, que forma parte también de La Chapelle Harmonique, va ganando en cohesión según va avanzando la velada y su inteligibilidad es bastante buena, en particular la de las sopranos (dessus). El continuo (violonchelo, contrabajo, clave) realiza también un buen trabajo aunque tal vez falte en general una mayor búsqueda de matices...

El joven Valentin Tournet, dirige con gesto expresivo. Está atento a sus profesores. Y atento a las elegantes líneas que introducen variaciones en el da capo.

Entre los cantantes, sobresale a gran altura Cyrille Dubois. Por volumen, por expresividad, por inteligibilidad. En este caso le son atribuidos papeles bastante agudos para su voz, pero se las apaña estupendamente. Todos estamos esperando a que intervenga para disfrutar de verdad y su aria con trompeta obligada es, sin lugar a dudas, uno de los momentos cumbres del concierto.

A su lado, todos los otros cantantes brillan muy poquito. Voces bonitas y cuidadas, pero de escaso volumen y de expresividad limitada. De Chappuis podemos alabar su fino sentido del humor como Cleopatra, de Amzal el bonito timbre de voz aunque esté falto de graves y de squillo... La de Achille es una voz bien hecha pero pequeña, fácilmente en apuros ante la orquesta. La de Carpentier es más dramática, pero su volumen no es mucho mayor. En cuanto a Witczak, a menudo le son atribuidos papeles que le vienen grandes, pues le falta todavía volumen, squillo, graves... Tiene además tendencia a mirar su atril, proyectando casi siempre hacia abajo, lo cual no facilita la transmisión del sonido...

Cantantes pues correctos sin más (salvo el estupendo Dubois) para una obra que tal vez hubiese necesitado de voces con más seguridad, más expresividad y más carísma. De suerte que, a pesar de los aplausos, no era difícil escuchar, entre el público que dejaba la sala, algún que otro comentario de espectadores «cansados», véase «aburridos»...

Creo que la obra de Colin de Blamont y Fuzilier nos hubiera gustado muchísimo más si hubiera tenido una interpretación con más imaginación. Espero que se le den nuevas oportunidades. 

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