Alemania
Maeterlinck y Debussy en el Festival de Múnich
J.G. Messerschmidt
Un marco de luz blanca de forma rectangular, en cuyo interior se ve un suelo de parquet y un espacio oscuro e indefinido poblado por unos cuantos muebles clásicos y severos: tal es el escenario en el que se desarrolla la totalidad de esta ópera, sin que haya más cambios que los del mobiliario, según se sitúe la acción en una u otra estancia de una elegante vivienda de principios del siglo pasado o de finales del anterior, es decir, de la época en la que la obra fue compuesta.
Esta idea de la directora de escena Jetske Mijnssen para esta nueva coproducción del Festival de Ópera de Múnich y la Ópera de Dallas no puede ser considerada original. Ya hace un cuarto de siglo, en Glyndebourne en 1999, Graham Vick situó la acción de Peleas y Melisande en el interior de una elegante y lúgubre casa de la belle epoque. La lectura de Graham Vick, que Jetske Mijnssen ha hecho suya, evidentemente pretende subrayar el ambiente opresivo en el que transcurre el drama, ambiente que vendría determinado por espacios agobiantes y cerrados.
Inevitablemente se producen incontables incongruencias respecto al libreto. En el drama de Maeterlinck y en la ópera de Debussy son unos bosques, un jardín y un mar casi fúnebres los que explícitamente constituyen ese ambiente amenazador y triste, pero no los interiores, que son casi irrelevantes. Por momentos en este estreno tenemos la impresión de estar viendo un drama de Ibsen más que de Maeterlinck, no sólo por el encierro doméstico, sino también por la pérdida del elemento legendario, poético e intemporal (es decir propiamente simbolista), al situarse la acción en una época histórica concreta y relativamente cercana y prosaica. En algún momento se llega involuntariamente casi al vodevil, como en la escena de la torre, que aquí transcurre en el dormitorio de Melisande, con Golaud durmiendo plácidamente en la cama, mientras su mujer y su hermano flirtean junto a un biombo.
El segundo gran problema de este concepto escénico es su discrepancia respecto a la partitura. Debussy no es jamás, por decirlo de algún modo, un compositor “de interiores”. Su música tiene siempre el paisaje, la naturaleza, el aire libre como referencia, como punto de anclaje. Encerrarla en habitaciones es desvirtuarla. Sin embargo, no puede negarse que esta puesta en escena posee también virtudes apreciables. La dirección de actores es muy sobria. Los trajes y el mobiliario son elegantes, sin disonancias ni extravagancias. La austeridad es aquí una gran virtud. La notable inmovilidad de la acción puede resultar algo tediosa, pero tiene la ventaja de no interferir en la interpretación musical, que se puede expandir sin trabas.
De ésta última puede decirse que es una versión en la cual todo está en su sitio y a muy alto nivel, todo es correcto e irreprochable, absolutamente satisfactorio, incluso excelente, pero sin llegar a ser ni sublime ni extraordinario. Ben Bliss ofrece una impecable interpretación de Peleas. Su voz no es voluminosa, pero sí suficiente. La línea de canto es limpia, el fraseo elegante y la expresión adecuada.
Algo semejante puede decirse de la Melisande de Sabine Devieilhe, quien sin duda posee un bello y siempre perfectamente controlado instrumento vocal. Su interpretación es refinada, emotiva y contenida al mismo tiempo. En algunos pasajes alcanza la exquisitez, como en 'Mes longs cheveux descendent'.
Ahora bien, sin ninguna duda el gran protagonista de la velada es Christian Gerhaher, quien sabe convertir al personaje de Golaud en el centro de gravedad tanto dramatúrgico como musical de la ópera. Con unos excelentes medios vocales como fundamento y por medio de una riquísima matización musical, desarrolla un personaje fascinantemente complejo. Christian Gerhaher da a cada compás el sentido que marca el texto del libreto y, viceversa, hace que las palabras cobren su verdadero significado gracias al flujo musical. Como actor domina en todo momento la escena. Tanto en lo dramático como en lo musical su entrega al personaje es total.
El Arkel de Franz-Josef Selig es imponente. Aquí estamos ante un intérprete sólido que domina no sólo el lenguaje musical wagneriano y alemán, sino que sorprende con su afinidad al impresionismo francés. No le va a la zaga la Geneviève de Sophie Koch, la gran mezzosoprano francesa que desde hace décadas es parte del panorama musical de Múnich.
También los papeles menores cuentan con intérpretes de gran peso. Al oír a Martin Snell uno lamenta que Debussy no haya compuesto unos cuantos compases más para el personaje del médico. Felix Hofbauer, el jovencísimo intérprete de la difícil parte de Yniold merece una mención especial, no sólo por su seria y hermosa interpretación musical, sino también por su presencia escénica y su precoz madurez artística.
Por lo que respecta a la orquesta y a Hannu Lintu, su director, sólo puede decirse que tuvo una velada realmente inspirada. Muy pocas veces hemos oído de una orquesta alemana una interpretación tan acertada de una obra del impresionismo francés. La disposición de los planos sonoros, el colorido, la dinámica y el fraseo respondieron perfectamente a las exigencias de la partitura y supieron suplir la falta de luz de la escenografía, plasmando expresivamente paisajes y estados de ánimo, sin por ello caer en el pintoresquismo ni esquivar la lobreguez que caracteriza a la obra. El acompañamiento de los solistas fue igualmente modélico.
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