Italia
Caminos de amistad 2: Un símbolo de determinación
Agustín Blanco Bazán
Si el día anterior [leer reseña] se había
estrenado Limen-Samìa-Limen, dedicado a Samia Yusuf Omar, una atleta olímpica muerta con otros migrantes
en el mar Mediterráneo, el 8 de julio le tocó el turno a Non dirmi che hai paura, un musical sobre
esta misma figura.
A Samia Yusuf Omar muchos la vimos como símbolo de determinación y esperanza. A los diecisiete años, esta somalí endémicamente malnutrida salió última en la carrera de doscientos metros de las Olimpíadas de Beijing de 2008. “Sabemos que somos diferentes a otros atletas … pero hacemos todo lo que podemos” declaró Samia ante el inesperado interés de los periodistas que se interesaron por su historia. “… no estamos ni de lejos al nivel de otros competidores”, continuó, “pero por encima de todo queremos testimoniar nuestra dignidad y la dignidad de nuestro país”.
Quienes la esperábamos para las Olimpíadas de
Londres en el 2012, nos enteramos de que poco antes había muerto ahogada cuando
se arrojó al mar desde una de las embarcaciones naufragadas entre Libia y
Lampedusa, mientras trataba de aferrarse a una soga de salvación extendida por
la marina italiana. Fue una obra que sirvió de preludio a este Musical sobre la vida de Samia, que el Festival estrenó en el emblemático teatro Alighieri de Ravenna.
Non dirmi che hai paura es un musical de melodías tan fáciles como pegadizas que narra la vida de Samia con palpitante tempo y una coreografía y canciones interpretadas por un excelente elenco multiétnico. Durante casi dos horas de intenso dinamismo escénico vemos a la atleta de niña y ya adolescente siempre “en carrera” entrenándose en medio del terror y la misoginia impuesto por la guerrilla musulmana en Mogadiscio.
Un logrado despliegue de vídeos muestra la
fatal carrera de la heroína a su destino final a través de una adolescencia
donde la fugaz notoriedad de la competencia de Beijing alterna con los demás
personajes del drama: el padre finalmente asesinado en un mercado, el amigo que
luego de inspirar sus afanes ha desaparecido entre la guerrilla, la hermana que
habiendo logrado escapar a Europa le ayuda a financiar un viaje finalmente
fracasado pero ejemplar, la madre que sobrevivirá para llorar la pérdida de su
hija.
Samia deambuló por un año desde Somalia a
Addis Abeba y cayó en una cárcel de Libia antes de morir ahogada. “No digas que
tienes miedo” es un título basado en una supuesta arenga del padre de la atleta
que ésta siguió hasta el momento en que sin saber nadar se arrojó al mar para
tratar de alcanzar la soga de la ultima esperanza para las víctimas de un
naufragio inminente.
La alternativa de números musicales en inglés
con partes habladas en italiano permite la exportación de un espectáculo que
primeramente irá en gira por Italia, pero que merecería una reelaboración para
el West End londinense. No es la
primera vez que este peculiar género musical sirve para alertar consciencias
aletargadas por la indiferencia. En este caso se trata de una indiferencia
alentada por prejuicios xenófobos y raciales implícitamente fortalecidos por la
indiferencia y el egoísmo de gobiernos siempre proclives a dejar que
desposeídos por necesidades extremas se ahoguen en el mar del marginamiento y
la mezquindad.
Es frente a esta desoladora realidad que el
ejercicio 2024 de Caminos de Amistad me
impresionó como una estimulante iniciativa de artistas inspirados por una
empatía que les permitió agrupar cosas tan disímiles como un Stabat Mater y un musical estilo
Broadway, o una Crucifixión de Antonello da Messina y una atleta corriendo a su
muerte por el desierto libio. Finalmente, no hay ejercicios poético-musicales más
coherentes en su sentido final que los inspirados en la compasión y la
solidaridad, en este caso expandidas por una “orquesta del mar” capaz de unir el
destino de prisioneros y náufragos en la búsqueda de una esperanzada rehabilitación
de vida y dignidad.
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