Memoria viva
Bruckner 200Anton Bruckner y su hogar espiritual en la Abadía de San Florián
Juan Carlos Tellechea
La Abadía de San Florián fue y sigue siendo el hogar espiritual de Anton Bruckner, desde su infancia, cuando integraba el coro de Los niños cantores de San Florián, hasta su fallecimiento en 1896, convertido ya en un respetado compositor de prestigio internacional. El sarcófago con su cuerpo embalsamado reposa en la cripta situada debajo del poderoso órgano de estilo barroco de la Abadía, que lo forjó en su juventud.
La magnífica exposición Anton Bruckner. Wie alles begann. Sankt Florian (Anton Bruckner. Cómo empezó todo. San Florián), museísticamente excelente, que organizan conjuntamente esta Abadía de canónigos agustinos y las autoridades del área de Cultura del estado federal de Alta Austria, presenta con minuciosidad detalles de la vida y la obra de Bruckner. Quienquiera que desee conocer más a fondo y documentadamente la biografía de Bruckner, incluso a través de las nuevas tecnologías multimedia y de inteligencia artificial, deberá visitar este lugar en algún momento.
Bruckner, nacido en la cercana localidad rural de Ansfelden en 1824, podía ver el edificio de la Abadía de San Florián con frecuencia y pronto se convertiría en el centro de sus largos años de estudio. Hubo un tiempo en el que trabajó en algunas parroquias de los alrededores (Windhaag y Kronstorf, que pertenecían al monasterio), pero regresó a San Florián como profesor, convencido de que era su místico lar.
Mobiliario
Gracias al apoyo del hermano menor del compositor, Ignaz Bruckner, se pudieron recuperar el mobiliario de la sala de trabajo y el fortepiano Bösendorfer de su propiedad, en el que Bruckner compuso sus mayores obras, así como el dormitorio que tenía en Viena, como se puede apreciar en históricas fotografías legadas a la posteridad. En la capital austríaca, y entre otras direcciones, Anton Bruckner vivió en la Heßgasse al número 7, y a la vuelta de la esquina en el Schottenring 5.
Allí fue donde presenció el incendio del histórico Ringtheater en 1881, en el que perecieron 386 personas. En el último año de su vida, y como no podía subir escaleras, Bruckner residió en el pabellón de custodia (planta baja) del Palacio Belvedere (superior), en la Heugasse (hoy Prinz Eugen-Straße) número 27, donde falleció el 11 de octubre de 1896. Su cuerpo fue trasladado después a la iglesia de San Carlos Borromeo, en el centro de la ciudad, antes de ser transportado definitivamente al monasterio de San Florián.
El médico internista y de cuidados intensivos profesor Dr Klaus Laczika, de la Universidad de Viena, cofundador en 1997 del Festival Bruckner que se realiza anualmente en la Abadía de San Florián, disertará este año en el XIII Congreso Internacional, organizado conjuntamente con la Bruckner Society of America (del 20 al 23 de agosto), sobre el interesante tema de La historia clínica de Bruckner: factores de riesgo y secuelas. El Dr Klaus Laczika es autor asimismo de un libro de medicina titulado: Musicoterapia en cuidados intensivos.
Bruckner asombra
Anton Bruckner tiene doblemente asombrados a los médicos, porque todos los facultativos se preguntan cómo pudo sobrevivir durante más de una década y media con insuficiencia cardíaca, edemas y todo tipo de complicaciones, como neumonía (en dos ocasiones). Fue por milagro también que hubiera podido componer su obra más atrevida mientras tenía dificultades respiratorias (ataques de asfixia) y un agotamiento que lo obligaría a guardar reposo durante varias semanas. Signos de ese estado de debilidad que padecía a menudo mientras componía su Sinfonía nº 9 en re menor (inconclusa) pueden percibirse en el autógrafo del final -que sobrevive en fragmentos- cuyas notas escritas sobre el pentagrama parecen más bien garabatos temblorosos más que una partitura.
Sin embargo, como afirmaba el Dr Klaus Laczika, en declaraciones a la prensa austríaca tiempo atrás, esta:
No es la música de un enfermo, es algo increíblemente maravilloso. Esto es música del futuro. En la Novena, Bruckner había inventado un nuevo tipo de tonalidad y mirado cuarenta años hacia adelante. Esta música, aunque escrita con el cuerpo enfermo, fue compuesta con la mente completamente despejada.
Musicoterapia
La Novena Sinfonía fue la última obra de Anton Bruckner y testimonio de un milagro médico. El compositor se trataba a sí mismo con la música que tocaba en su armonio y en su pianoforte Bösendorfer con dedos temblorosos, y también con la música que tenía en su cabeza.
Y agrega el Dr Laczika:
Es más: cuanto peor era su estado, más emocionante y gigantesco era lo que componía. Anton Bruckner es un ejemplo de persona que necesita el arte para sobrevivir. Alguien que es completamente feliz obviamente no tiene motivos para componer, pintar o escribir nada.
Bruckner no solo sufría del corazón, como describió una vez el también médico internista, profesor Dr Anton Neumayr (1920 - 2017) en su legendaria obra en tres volúmenes Música y medicina. El compositor padecía de neurosis y de depresión y tras una profunda crisis psicológica tuvo que pasar tres meses en el balneario de aguas curativas frías de Bad Kreuzen en 1867, lapso en el que compuso su Misa en fa menor. En otra ocasión, cuando se encontraba psicológicamente al límite de sus fuerzas escribió el Adagio de su Quinta Sinfonía. En fin, que siempre pudo superar sus dolencias componiendo.
En ese período de madurez, Bruckner se liberaría de su fase de creador de música sacra. Precisamente por su obsesivo afán de soledad, compondría una música celestial, fantástica, pavimentada con las más extrañas excentricidades, como antítesis de su vida en constante riesgo, desde el punto de vista psicológico. Sus sinfonías son un universo de inconmensurables dimensiones tonales, expresivas y metafísicas y los diferentes directores de orquesta que las han interpretado, y que las interpretan aún, permiten explorar esta polifacética e inefable riqueza.
El arte y la vida
"11 de agosto de 1868, terminado en San Florián. Anton Brucknermp. (manu propria)", esta anotación fue hecha de puño y letra por Anton Bruckner, tras el último compás del Gloria de su Misa en fa menor, siete semanas antes de su traslado de Linz a Viena. Marcaba un momento feliz: el final de la penúltima etapa compositiva de esa obra entre dos crisis - la crisis nerviosa de la primavera y el verano de 1867, que le hizo internarse en el referido sanatorio de Bad Kreuzen, y la crisis de decisión antes de asumir su cátedra en el Conservatorio de Viena. Solo le quedaba por escribir desde cero el Agnus Dei, que compondría en Linz antes del 9 de septiembre. A comienzos de octubre de 1868, Bruckner ya se encontraba en Viena.
Pero tendría que retirarse unos días al entorno familiar de la Abadía de San Florián para terminar la ornamentada fuga final del Gloria. Estaba familiarizado con el monasterio en muchos sentidos. Era el lugar que había posibilitado y a menudo apoyado su tenaz avance educativo. El cenobio no solo le abrió la música y la liturgia en su realización práctica, sino que también le dio una idea de un mundo de pensamiento ejemplificado por los amplios intereses de los canónigos agustinos.
Artista autónomo
Esas predilecciones no solo eran de índole teológica, sino también científico-mundanas y artísticas; un lugar donde los misterios de la fe de la Semana Santa, en los que había que penetrar intelectualmente, conmovían a Bruckner siempre de nuevo; un lugar, en fin, donde había adquirido lo que ahora necesitaba para la fuga de su Gloria, gracias a un trabajo tenaz y autodidacta sobre el rico material musical del monasterio.
Bruckner había dejado atrás su carrera de profesor en la escuela de San Florian casi 13 años antes, cuando dio el salto al puesto de organista de la antigua catedral de Linz, en una situación similar de crisis, de avance y de duda. El "profesor-compositor" en su clásica esfera de actividad entre la escuela y la música (en las ciudades pequeñas esto incluía también prestar servicio como sacristán) se había convertido en músico a tiempo completo y en un artista autónomo cada vez más seguro de sí mismo. Como tal, en agosto de 1868 y durante el resto de su vida regresó repetidamente al hogar espiritual de la primera mitad de su vida para realizar trabajos artísticos, pero también para socializar en la Alta Austria.
Transparencia
La antigua literatura sobre Bruckner ha dejado tras de sí un campo minado de atribuciones, prejuicios e interpretaciones erróneas, que durante mucho tiempo han permanecido presentes en la literatura popular, pero también en publicaciones con pretensiones eruditas. Incluso el pianista, director de orquesta y escritor August Göllerich, biógrafo "autorizado" de Bruckner, veía el alegre y cosmopolita monasterio agustino, moldeado por sus superiores (sobre todo el prelado Michael Arneth) enteramente por un catolicismo ilustrado y post josefino, como un lugar sin luz de reclusión monástica.
En el crepúsculo del misticismo monástico, que le envolvía cada vez con más fuerza, la sencillez conocedora de la pureza infantil fundía los fenómenos del mundo terrenal en un arte superior, afirmaba Göllerich. Tal vez esto debía ser una apología contra la habitual frase de Johannes Brahms, para quien Bruckner era un pobre loco que tenía a los monjes de San Florián sobre su conciencia. De haber sido así, la labor del compositor habría sido un completo fracaso.
Restricciones
Max Auer, en cambio, se centraba por completo en las confusas quejas de Bruckner de sus años de crisis de 1850-1855, según las cuales el monasterio trataba con total indiferencia a la música y, en consecuencia, también a los músicos, y concluía de ello que existían condiciones restrictivas, inhibidoras. Para Auer, Bruckner habría sido algo así como un Prometeo encadenado por la reclusión, la convención y la obediencia.
La investigación, que durante mucho tiempo se centró por completo en las obras de gran envergadura de la segunda mitad de la vida de Bruckner, solo se ha ocupado de forma vacilante de la fase de formación del maestro de pueblo de Ansfelden. La brecha entre las composiciones tempranas y las misas y sinfonías posteriores parecía casi imposible de salvar. Por tanto, un enfoque histórico-desarrollista convencional de "todavía no" y "casi", que ya conoce la meta, debía de parecer poco prometedor.
El salto desde las obras de música sacra, las cantatas preladas y otras pequeñas composiciones de la época de San Florián hasta la Misa en re menor de 1864, celebrada como un "gran avance", parecía demasiado grande. Desde el decenio de 1950 se han escrito dos disertaciones y una serie de ensayos sobre las realidades de la historia familiar de Bruckner, su educación y el repertorio musical del monasterio, en su mayoría "respaldados" por un esbozo más o menos aproximado del entorno cultural en el que Bruckner pasó 18 años de su vida (incluido el lapso transcurrido en las referidas parroquias de los alrededores de San Florián).
El Museo Bruckner, instalado ahora con esta exposición en la Abadía de San Florián, al cumplirse el bicentenario del nacimiento de Anton Bruckner, muestra cómo empezó todo. Un amplio abanico de documentos procedentes de los archivos del monasterio pretende ofrecer una visión nueva y completa del mundo en el que el joven de 13 años se adentró como niño de coro tras la prematura muerte de su padre, que le arrebató el sustento familiar.
No se trataba de un microcosmos cerrado del que más tarde el joven de 31 años tuvo finalmente que liberarse, sino más bien de un mundo rico, abierto y lleno de impresiones que le moldearían durante el resto de su vida, mucho más allá del tema de la piedad, tan manido aún hoy en día. Se hace visible aquí una dinámica de la personalidad que va más allá del comportamiento sumiso hacia la autoridad que a menudo se difunde entre quienes no conocen a fondo la vida y la obra de Anton Bruckner.
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