Musicología

Bruckner 200

Música sacra: misas, salmos y motetes (la religiosidad de Bruckner)

Josep Mª. Rota
lunes, 5 de agosto de 2024
Anton Bruckner en 1890 por Ludwig Grillich © 2024 by Pinterest Anton Bruckner en 1890 por Ludwig Grillich © 2024 by Pinterest
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Bruckner se consideraba a sí mismo como un sinfonista. Cuando fue nombrado Doctor honoris causa por la Universidad de Viena, exigió que el título “sinfonista” apareciera, conditio sine qua non, en el diploma, pues esa era su ocupación y su mérito. No organista ni compositor de misas, sinfonista. Entonces, ¿por qué no eligió una de sus sinfonías para presentarla al buen Dios el día del Juicio final?

Está claro que el compositor sacro también influyó en el sinfonista. A parte de las numerosas citas de las misas en sus sinfonías, traigo a colación el ‘Et incarnatus est’ de la Misa en fa menor, que lleva la indicación Moderato misterioso, igual que en el posterior gradual ‘Christus factus est pro nobis’ de 1884. En ambos casos, el texto se refiere a la encarnación, a Dios hecho hombre, al milagro de los milagros. Esta indicación en sus sinfonías no puede sino referirse al milagro divino. Así empiezan su Tercera sinfonía y su Octava sinfonía, dedicada “al buen Dios”. Se podría hablar de un arquetipo de los segundos temas en el Andante de la Sinfonía anulada y en los Adagio de la Tercera sinfonía, de la Quinta sinfonía, la “Sinfonía de la fe”, y el Quinteto de cuerda. El Solemne misterioso del movimiento principal de la Novena sinfonía, con su llamada de las trompas, recuerda el ‘Kyrie’ de la temprana Misa solemnis WAB 29.

Un alumno particular de Bruckner, Max von Oberleithner, explicó el concepto que tenía Bruckner del sistema tonal bimodal: “Fa menor, triste; re mayor, solemne y misterioso; la menor, suave; mi menor, lírico. Me gusta tanto re menor que escribo mi última sinfonía en esta tonalidad. Beethoven escribió su Novena en re menor, por lo que no tendrá nada en contra”.[1] Además de la Novena y la Eroica de Beethoven, amaba el Réquiem de Mozart y la ‘Trauermusik’ de Götterdämmerung. La obra de Wagner que más le gustaba era Siegfried, especialmente la escena del recuerdo a su madre del acto segundo.

La lógica tonal se impone en todas sus composiciones, incluso las más atrevidas. Así sucede, por ejemplo, en el ‘Gloria’ de su Misa en fa menor. La primera sección está en do mayor, dominante de fa mayor. La sección contrastada (“qui tollis peccata mundo”) está en re menor, relativo menor de la tonalidad principal de la misa, fa mayor. La tercera sección y la fuga final vuelven a estar en do mayor. Aquí el compositor de misas sigue el patrón sonata de las sinfonías clásicas: exposición de un tema principal (A) y uno contrastado (B), reexposición en la tonalidad principal y coda. Aquí habrá que recordar que nuestro cerebro está acostumbrado a asociar tonalidades. Así la tonalidad de re mayor nos suena triunfante después de años de escuchar el Gloria de Vivaldi o el Te Deum de Charpentier y sus trompeterías; lo que muchos no saben es que dicha tonalidad era la más cómoda para las trompetas de la época. Así de simple. Pero de igual manera que sorprende que la tristísima aria de Gluck ‘Che farò senza Euridice’ esté en modo mayor, no deja de sorprender que, para el “passus et sepultus est” de la Misa en mi menor, Bruckner utilice la tonalidad de fa mayor ¡la de la “Sinfonía pastoral”!

Al pobre Anton Bruckner le pasó y le sigue pasando lo que a su admirado Richard Wagner: reconocimiento por su obra musical y desprecio por su persona. Al primero, por ególatra, manirroto y gorrón. Al segundo, por bobalicón y devoto católico. Aquí ha hecho fama la cita del por otro lado eminente músico Hans von Bülow: “Halb Genie, halb Trottel” (mitad genio, mitad idiota). Incluso el prestigioso teólogo Hans Küng desprecia la religiosidad y el misticismo de Bruckner:

“Aquí los seguidores de Bruckner seguro que han exagerado tremendamente en este punto. Porque Bruckner no es un místico musical, como a menudo se ha dicho. Si se lo alaba como gran metafísico, se estará exagerando el rasgo religioso fundamental en su vida y su obra. Será especulación suponer que en una experiencia mística esté el origen de su música o parangonarlo incluso con el Maestro Eckart y con Jakob Böhme.”[2]

Curiosamente, en su comentario a Bruckner deja de lado todas las obras religiosas y se centra tan solo en su Octava sinfonía. Aquí, como casi siempre, habrá que ir a la propia persona. Bruckner confesó a su amigo Theodor Helm que la melodía del ‘Benedictus’ de la Misa en fa menor, una de sus composiciones más bellas y personales, se le había aparecido, como en una revelación, el día de Nochebuena de 1867, después de una hora de rezos. Juzguen ustedes mismos.

Es curioso que un hombre de una vida sin escándalos suscite el rechazo cuando no la aversión a su persona. Me viene a la cabeza un episodio de la serie televisiva “Dos hombres y medio” (Two and a Half Men). Charlie llega borracho al teatro para dar un concierto de piano en una matinal infantil. Su hermano Alan le espeta al empresario: -“¿No le preocupa que esté borracho?” A lo que el empresario responde: -“Es un músico; me preocuparía si no lo estuviera.” Ciertamente, los compositores, especialmente del siglo XIX, tuvieron vidas azarosas que siguen dando mucho de qué hablar; en cambio, músicos como Massenet, buen marido y excelente padre de familia, dan poca cancha para el chismorreo. Pero nadie se recrea en recordar que Verdi mandó un notario a su padre para que no volviera a dirigirle la palabra en su vida, que Schubert era sifilítico o que Puccini era un adúltero que provocó un suicidio, por no hablar de la tierra echada sobre la pederastia de Britten.

Trataba a los judíos con especial respeto. Evitaba llamar a sus alumnos judíos por ese nombre y se refería a ellos como a “señores israelitas”. Tampoco se mostraba beligerante con los protestantes, miembros de la Iglesia evangélica luterana; aunque en particular los consideraba equivocados en su alejamiento de la verdadera fe. A los que no podía entender era a los ateos y agnósticos. Toda persona religiosa se siente más cercana a otra persona religiosa, por lejana y extraña que sea su confesión, que a los indiferentes, supuestos miembros de la misma comunidad. Seguramente hoy en día Bruckner sigue siendo igual de incomprendido que en vida. Por su música y por su fe.

El bicentenario de Bruckner tampoco parece que vaya a ser especialmente lucido en las salas de concierto. El Festival de Salzburgo no ha programado ninguna de sus misas, pero sí la Misa en do menor de Mozart (Pascua y verano) y un concierto sacro con La Capella Reial (Jordi Savall y obras de Delalande, Charpentier y Pärt). Claro que en lo tocante a lo sinfónico tampoco se han lucido: solo Muti y Petrenko han programado una Sinfonía de Bruckner; en todos los demás conciertos sinfónicos (Blomstedt, Nelsons, Barenboim, Mäkelä, Dudamel, etc.) va a sonar más Mahler y Brahms que Bruckner.

A Bruckner le preocupaba el juicio de los demás sobre su obra y, en consecuencia, sobre su tarea como compositor y, en definitiva, sobre su persona. Resulta triste que la única petición que le hiciera al Emperador, cuando lo recibió en audiencia, fuera: “Majestad, si usted pudiera hacer algo para que el señor Hanslick cesara de escribir esas cosas terribles de mí.” El juicio de Dios, paradójicamente, parece que le atormentaba menos. Humilde y modesto, sabía que Dios sería más benigno con él que los hombres: “Cuando el buen Dios me llame un día y me pregunte: -¿Qué has hecho con los talentos que yo te di? - entonces le tenderé la partitura de mi Te Deum y él será un juez misericordioso para conmigo.".

Notas

1. GÖLLERICH, August; AUER, Max: Anton Bruckner. Ein Lebens- und Schaffensbild, Ratisbona, 1922-1937. Reimpresión, 1974

2. KÜNG, Hans: Música y religión. Mozart, Wagner, Bruckner, Trotta, Madrid, 2006-2008

3. cf. Parábola de los talentos, Mt 25, 14-30

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