Musicología
Bruckner 200Música sacra: misas, salmos y motetes (la religiosidad de Bruckner)
Josep Mª. Rota
Bruckner se consideraba a sí mismo como un sinfonista. Cuando fue
nombrado Doctor honoris causa por la Universidad de Viena, exigió que el título
“sinfonista” apareciera, conditio sine qua non, en el diploma, pues esa
era su ocupación y su mérito. No organista ni compositor de misas, sinfonista.
Entonces, ¿por qué no eligió una de sus sinfonías para presentarla al buen Dios
el día del Juicio final?
Está claro que el compositor sacro también influyó en el sinfonista. A
parte de las numerosas citas de las misas en sus sinfonías, traigo a colación
el ‘Et incarnatus est’ de la Misa en fa menor, que lleva la indicación Moderato
misterioso, igual que en el posterior gradual ‘Christus factus est pro
nobis’ de 1884. En ambos casos, el texto se refiere a la encarnación, a Dios
hecho hombre, al milagro de los milagros. Esta indicación en sus sinfonías no
puede sino referirse al milagro divino. Así empiezan su Tercera sinfonía
y su Octava sinfonía, dedicada “al buen Dios”. Se podría hablar de un
arquetipo de los segundos temas en el Andante de la Sinfonía anulada y
en los Adagio de la Tercera sinfonía, de la Quinta sinfonía,
la “Sinfonía de la fe”, y el Quinteto de cuerda. El Solemne
misterioso del movimiento principal de la Novena sinfonía, con su
llamada de las trompas, recuerda el ‘Kyrie’ de la temprana Misa solemnis
WAB 29.
Un alumno particular de Bruckner, Max von Oberleithner, explicó el
concepto que tenía Bruckner del sistema tonal bimodal: “Fa menor, triste; re
mayor, solemne y misterioso; la menor, suave; mi menor, lírico. Me gusta tanto
re menor que escribo mi última sinfonía en esta tonalidad. Beethoven escribió
su Novena en re menor, por lo que no tendrá nada en contra”.[1]
Además de la Novena y la Eroica de Beethoven, amaba el Réquiem
de Mozart y la ‘Trauermusik’ de Götterdämmerung. La obra de
Wagner que más le gustaba era Siegfried, especialmente la escena del
recuerdo a su madre del acto segundo.
La lógica tonal se impone en todas sus composiciones, incluso las más
atrevidas. Así sucede, por ejemplo, en el ‘Gloria’ de su Misa en fa menor.
La primera sección está en do mayor, dominante de fa mayor. La sección
contrastada (“qui tollis peccata mundo”) está en re menor, relativo menor de la
tonalidad principal de la misa, fa mayor. La tercera sección y la fuga final
vuelven a estar en do mayor. Aquí el compositor de misas sigue el patrón sonata
de las sinfonías clásicas: exposición de un tema principal (A) y uno
contrastado (B), reexposición en la tonalidad principal y coda. Aquí habrá que
recordar que nuestro cerebro está acostumbrado a asociar tonalidades. Así la
tonalidad de re mayor nos suena triunfante después de años de escuchar el Gloria
de Vivaldi o el Te Deum de Charpentier y sus trompeterías; lo que muchos
no saben es que dicha tonalidad era la más cómoda para las trompetas de la
época. Así de simple. Pero de igual manera que sorprende que la tristísima aria
de Gluck ‘Che farò senza Euridice’ esté en modo mayor, no deja de sorprender
que, para el “passus et sepultus est” de la Misa en mi menor, Bruckner
utilice la tonalidad de fa mayor ¡la de la “Sinfonía pastoral”!
Al pobre Anton Bruckner le pasó y le sigue pasando lo que a su admirado
Richard Wagner: reconocimiento por su obra musical y desprecio por su persona.
Al primero, por ególatra, manirroto y gorrón. Al segundo, por bobalicón y
devoto católico. Aquí ha hecho fama la cita del por otro lado eminente músico
Hans von Bülow: “Halb Genie, halb Trottel” (mitad genio, mitad idiota).
Incluso el prestigioso teólogo Hans Küng desprecia la religiosidad y el
misticismo de Bruckner:
“Aquí los seguidores de Bruckner seguro que han exagerado tremendamente
en este punto. Porque Bruckner no es un místico musical, como a menudo se ha
dicho. Si se lo alaba como gran metafísico, se estará exagerando el rasgo
religioso fundamental en su vida y su obra. Será especulación suponer que en
una experiencia mística esté el origen de su música o parangonarlo incluso con
el Maestro Eckart y con Jakob Böhme.”[2]
Curiosamente, en su comentario a Bruckner deja de lado todas las obras
religiosas y se centra tan solo en su Octava sinfonía. Aquí, como casi
siempre, habrá que ir a la propia persona. Bruckner confesó a su amigo Theodor
Helm que la melodía del ‘Benedictus’ de la Misa en fa menor, una de sus
composiciones más bellas y personales, se le había aparecido, como en una
revelación, el día de Nochebuena de 1867, después de una hora de rezos. Juzguen
ustedes mismos.
Es curioso que un hombre de una vida sin escándalos suscite el rechazo
cuando no la aversión a su persona. Me viene a la cabeza un episodio de la
serie televisiva “Dos hombres y medio” (Two and a Half Men). Charlie
llega borracho al teatro para dar un concierto de piano en una matinal
infantil. Su hermano Alan le espeta al empresario: -“¿No le preocupa que esté
borracho?” A lo que el empresario responde: -“Es un músico; me preocuparía si
no lo estuviera.” Ciertamente, los compositores, especialmente del siglo XIX,
tuvieron vidas azarosas que siguen dando mucho de qué hablar; en cambio,
músicos como Massenet, buen marido y excelente padre de familia, dan poca
cancha para el chismorreo. Pero nadie se recrea en recordar que Verdi mandó un
notario a su padre para que no volviera a dirigirle la palabra en su vida, que
Schubert era sifilítico o que Puccini era un adúltero que provocó un suicidio,
por no hablar de la tierra echada sobre la pederastia de Britten.
Trataba a los judíos con especial respeto. Evitaba llamar a sus alumnos
judíos por ese nombre y se refería a ellos como a “señores israelitas”. Tampoco
se mostraba beligerante con los protestantes, miembros de la Iglesia evangélica
luterana; aunque en particular los consideraba equivocados en su alejamiento de
la verdadera fe. A los que no podía entender era a los ateos y agnósticos. Toda
persona religiosa se siente más cercana a otra persona religiosa, por lejana y
extraña que sea su confesión, que a los indiferentes, supuestos miembros de la
misma comunidad. Seguramente hoy en día Bruckner sigue siendo igual de
incomprendido que en vida. Por su música y por su fe.
El bicentenario de Bruckner tampoco parece que vaya a ser especialmente
lucido en las salas de concierto. El Festival de Salzburgo no ha programado
ninguna de sus misas, pero sí la Misa en do menor de Mozart (Pascua y
verano) y un concierto sacro con La Capella Reial (Jordi Savall y obras de
Delalande, Charpentier y Pärt). Claro que en lo tocante a lo sinfónico tampoco
se han lucido: solo Muti y Petrenko han programado una Sinfonía de
Bruckner; en todos los demás conciertos sinfónicos (Blomstedt, Nelsons, Barenboim,
Mäkelä, Dudamel, etc.) va a sonar más Mahler y Brahms que Bruckner.
A Bruckner le preocupaba el juicio de los demás sobre su obra y, en consecuencia, sobre su tarea como compositor y, en definitiva, sobre su persona. Resulta triste que la única petición que le hiciera al Emperador, cuando lo recibió en audiencia, fuera: “Majestad, si usted pudiera hacer algo para que el señor Hanslick cesara de escribir esas cosas terribles de mí.” El juicio de Dios, paradójicamente, parece que le atormentaba menos. Humilde y modesto, sabía que Dios sería más benigno con él que los hombres: “Cuando el buen Dios me llame un día y me pregunte: -¿Qué has hecho con los talentos que yo te di? - entonces le tenderé la partitura de mi Te Deum y él será un juez misericordioso para conmigo.".
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