Italia
Ermione o ‘la magia del teatro roto’
Jorge Binaghi
El título o subtítulo de esta nota está
entrecomillado porque lo he sacado de una de las charlas que se da en una de
las salas del Teatro Rossini el primer día en que se representa un título del
Festival. En este caso, además de una interesante exposición (con puntos de
vista diversos) sobre los efectos de la Inteligencia Artificial sobre la
cultura, la música clásica y el propio Festival Rossini, hablaron los
directores musical y escénico de Ermione.
He descubierto que Mariotti sabe explicar de modo perfectamente sencillo y
comprensible los motivos de su admiración y de su interpretación de las obras
que dirige.
Y la relación del fracaso de este título tan
innovador de Rossini con el hecho de que el autor hizo saltar las costuras del
género para volver a reconstruirlo -pero de otro modo- en su última ópera
italiana, Semiramide, fue tan
iluminadora como escueta. Sin caer en el lugar común del acercamiento a la
reforma de Gluck o a los personajes siempre y demasiado airados (Stendhal dixit),
puede haberse interesado en algunos elementos, pero Rossini era Rossini (y así
pasó del título de Andromaca, que era
el de las tragedias en que el libreto se inspiraba, al suyo propio de la
antagonista).
Lo primerísimo que hay que destacar de este
espectáculo es, precisamente, una dirección que mejor no se me ocurre (mi pobre
experiencia directa con el título es el recuerdo de una desafortunada versión
de concierto en Bruselas a finales del siglo pasado), que hace época y se pone
como referencia indispensable e indiscutible, en la que se nota el trabajo no
sólo con orquesta y coro (esa obertura ‘violada’ -sic- desde el mismo principio
con la intervención del coro), sino con los cantantes para hacer resaltar las
cualidades incluso en los recitativos (tan importantes, si no cruciales) y en
esos silencios que eran una prolongación o anticipación de la música.
Este año se le concede a Mariotti el Rossini de Oro -tal vez algo tarde, pero muy oportunamente
porque su trabajo ha sido lisa y llanamente descomunal y ha servido para
defender de modo inequívoco la modernidad e importancia de una partitura a la
que el éxito se le resiste…. pero no esta vez (las ovaciones durante la
representación fueron en aumento, pero al final se llegó a una apoteosis que
involucró a todos).
Concertación, equilibrio, fraseo, dinámicas,
atención constante, con la ayuda de una orquesta que obviamente estaba
convencida de lo que estaba realizando y del dominio absoluto que de la
partitura tenía el director, y un coro excelente (lástima que en la escena
final el hacerlo cantar en los laterales del escenario descompensó un tanto el
sonido) fueron las bazas legítimas del triunfo de Mariotti.
Y también los cantantes. Ayudó a consagrar a
Anastasia Bartoli, que sólo en algún momento exhibió un grave no del todo grato
y natural (en los recitativos), en un rol espeluznante en el que hasta ahora
sólo brillaba el faro de la Antonacci (Meade lo hizo muy bien en lo canoro, sí,
pero no en lo escénico, creo). Voz enorme, extensa, capaz de agilidades, messe
di voce segurísimas.
Scala debería cantar siempre este tipo de
personajes en los que la belleza del timbre o no importa o es secundaria: se
movió como se le pedía (a veces en forma demasiado chulesca o exagerada, pero
eso no se le imputará a él) y cantó, no sólo su tremenda escena del primer
acto, de modo estupendo. Sólo en algún momento el extremo agudo sonó muy
metálico y en el dúo con Andrómaca del segundo acto tal vez un par de notas
resultaron algo forzadas, pero sólo lo señalo; no me parece un reparo
importante vista la dificultad del rol.
Flórez llega tal vez algo tarde a Oreste,
para el que puede faltarle incisividad en algunos momentos (en particular la
escena final) y, según expertos (yo no puedo asegurarlo) eliminó algunos
adornos en su gran dúo con Ermione del primer acto. De todos modos, ese fue uno
de sus grandes momentos, junto con la cavatina de entrada y sobre todo unos
recitativos (desafío a quien hoy haga mejor una palabra tan manida como
‘dessa’) que lo mostraron como lo que siempre ha sido: un rossiniano ad hoc
por técnica y estilo, y con un timbre más bello que lo habitual (no hablaré
aquí de su decisión -respetable pero discutible- de ampliar tal vez demasiado
su repertorio).
Muy bien la mezzo Yarovaya en una Andromaca
(y eso que la primera fue la famosa Pisaroni) que queda un tanto relegada
injustamente por su rival (claro que era la Colbran), que hasta hizo alterar el
título de la ópera, pero con lo que tiene puede lucirse y así lo hizo (por qué
se la vistió como una señora más bien madura, más parecida a la princesa de
Bouillon que a una heroína de tragedia griega no sé, como no fuera para mostrar
un complejo de Edipo en Pirro).
Muy interesante el Fenicio de Mofidian (voz
impactante, aunque a veces emisión monótona) y más que correcto el Pilade de
Mandrillo (el ‘duettino’ de ambos fue muy bueno musicalmente y un desacierto
total en lo dramático). De los tres restantes destacó, no sólo por la
importancia de sus intervenciones, la confidente de la protagonista, Cleone, en
la voz de Antonie (a la hora de dar consejos, con confidentes así quién los
quiere). Los otros dos, en particular Sun, lo hicieron muy correctamente.
Y a la parte escénica. Erath, un hombre
afable, explicó muy bien lo que quería demostrar: enamorados del amor, pero
como equivalente a posesión o dominio del otro (Mariotti habló de amores
imposibles). La presión de los famosos padres o marido sobre los principales es
evidente (Pirro en su gran escena se define como ‘il figlio’…y es que ser hijo
de Aquiles habrá debido costar lo suyo); la voz de la razón que habla con
Oreste en Pilade y con los otros tres principales en la voz de Fenicio no logra
interferir con las heridas, los sentimientos y orgullos heridos.
Pero que el ‘Amor’ aquí en persona y
corriendo por toda la escena con su flecha hasta que al final lo matan, que la
corte de Pirro parezca una decadente tiranía oriental, que Astianax no sea el
‘pargoletto’ del que se habla (porque un adolescente torturado según el
director de escena hace comprender mejor el miedo por sus reacciones
posteriores -de hecho es el único que queda vivo y en mejor estado mental, al
parecer) ni sale de la música ni del texto y yo francamente lo he visto de modo
intermitente con la mejor buena voluntad. Los videos a los costados sobran, las
luces de neón y el telón que enmarcan y cierran espacios de modo asfixiante en
la inmensa Arena tal vez no estén mal, pero no los veo necesarios.
En suma, como se suele decir, sin duda una
meditada ‘dirección escénica’, pero que a mí (como ya ocurriera con sus Troyens en Colonia, de los que algún
recuerdo hay) no me parece la mejor, aunque algunos momentos (como en general
los de la protagonista) resultaran buenos o interesantes. Fue también muy
aplaudida.
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