España - Cantabria

Festival de Santander

Quince años después

Roberto Blanco
jueves, 22 de agosto de 2024
Kopatchinskaja y Fischer en Santander © 2024 by Festival Internacional de Santander Kopatchinskaja y Fischer en Santander © 2024 by Festival Internacional de Santander
Santander, lunes, 19 de agosto de 2024. Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria. Patricia Kopatchinskaja, violín. Budapest Festival Orchestra. Ivan Fischer, director. Sergei Prokofiev: Obertura sobre temas hebreos Op. 34b. Béla Bartók: Concierto para violín y orquesta Nº2 BB 117. Antonin Dvorak: Sinfonía Nº7 en re menor Op. 70. 73 Festival Internacional de Santander.
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El 25 de agosto de 2009, en el marco de la 58 edición del F.I.S., se presentaron en la sala Argenta del Palacio de Festivales de Santander el director húngaro Iván Fischer y su Budapest Festival Orchestra con un concierto cuya reseña publicó en su momento Mundoclasico

Hoy, quince años después, lo vuelven a hacer con exactamente el mismo programa de otrora, pero con la presencia de la violinista Patricia Kopatchinskaja en lugar del griego Leónidas Kavacos.

A Prokofiev le correspondió abrir la velada con su Obertura sobre temas hebreos. Es ésta una obra de circunstancia, escrita inicialmente para cuarteto de cuerda, piano y clarinete, que era la plantilla de un grupo de músicos judíos de origen ruso, compañeros de Prokofiev en el Conservatorio de San Petersburgo y exiliados en Nueva York tras la Revolución Soviética. Posteriormente la obra se orquestó como Op. 34b. La obra se estructura sobre dos cantos tradicionales hebreos, el primero una danza introducida por el clarinete; el segundo una melodía presentada por el violonchelo. La versión de Fischer fue muy atractiva, muy movida, con esa mezcla del deje popular hebreo, la ironía de Prokofiev y una concepción estructural muy clásica, cercana a la forma sonata.

La primera parte continuó con el Concierto para violín y orquesta nº 2 BB 117 de Béla Bartók poniendo en el centro de atención a la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja. La emisión de su instrumento cautivó inmediatamente el oído del oyente por su apretado sonido, produciendo un timbre muy poderoso. La técnica de la instrumentista no se reduce a la presión de su arco sobre las cuerdas -constante y perfectamente dominado- sino también de los dedos de su mano izquierda, que incluso se los escuchaba a veces golpear las cuerdas con seguridad y determinación. Musicalmente, este primer movimiento ‘Allegro non troppo’ sonó con el rigor y la densidad de sonido que uno podría esperar de esta obra, amén del agitado y a veces convulso y, en ocasiones, espasmódico desempeño de la moldava.

La ejecución musical y física de la solista contrastó con la calma del experimentado Iván Fischer, con movimientos seguros y a veces suavemente danzados en su podio. El sonido de la Orquesta es también muy diferente: lejos del sonido resuelto de Kopatchinskaja, el suyo posee más redondez, aunque no contrario a la inspiración húngara. Tal diferencia se diluye sin embargo a lo largo del movimiento, mostrándonos pasajes totalmente fascinantes. La cadencia de la violinista supo retener toda la atención del público, impresionado por su impecable técnica, que se hubiese apreciado más sin duda si no partiésemos con la concepción previa del aspecto de “máquina virtuosa” con que se suele asociar la prestación de la solista.

Pieza enlazada

Este mismo aspecto se confirmó durante el segundo movimiento: si las emociones de la violinista fueron visibles y su actuación fue innegablemente histriónica, hubiese sido más deseable una transmisión de intenciones más evidente, más realmente compartida con el público. La dirección de Fischer se mostró siempre flexible, acariciando el sonido con sus manos en una interpretación de altos vuelos y delicioso aroma folklórico. También supo desplegar texturas de gran sutileza tímbrica que incluyeron veladuras fascinantes y auténtica magia sonora. Nos sorprendió también la propina ofrecida al término de su actuación: Una trivial conversación en pizzicati entre su violín y el primer violonchelo de un arreglo del Presto en do menor Wq 114/3 para teclado de Carl Philip Emmanuel Bach.

Especialmente brillante fue la concepción de Fischer y su orquesta de la Sinfonía nº 7 de Dvorak, sobre todo en dos aspectos concretos: En primer lugar, no especuló con la orquesta en la poderosa coda del final o en la contraposición fortissimo del tema inicial del primer movimiento. Sorprendentemente, en este último pasaje la sección de viento atraviesa la textura con perfecta claridad, lo que demuestra la minuciosa preparación de los intérpretes y la atención a los detalles en el equilibrio del conjunto. En segundo lugar, su ‘Scherzo’ es asombroso, veloz, magníficamente ligero y simplemente emocionante; épico en sus acentos repetidos y en sus súbitos crescendos que sumergieron al oyente en una especie de frenesí.

El fascinante ‘Allegro final’, que parte de un delicado y travieso solo de clarinete para alcanzar un fortissimo aplastante en los tutti fue ejecutado impecablemente por el rutilante metal y una cuerda incisiva, casi agresiva. Imposible quedarse de piedra ante tal demostración de fuerza. Y nuevamente nos sorprendió la propina elegida: Las instrumentistas mutaron a coro femenino y acompañadas por un sexteto de cuerda entonaron con humilde convicción el ‘Hore’ (Dolor) de Dvorak, el último de sus Dúos moravos Op. 38. ¿Ironizaba Fischer sobre la pertinaz catarata de aplausos tras la conclusión de cada movimiento del concierto y la sinfonía? 

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