Geopolítica y Relaciones internacionales

Estados Unidos ante las elecciones del 5 de noviembre próximo

Juan Carlos Tellechea
jueves, 12 de septiembre de 2024
Europa y el fin de la Pax Americana © 2024 by picture alliance / Zoonar / gd ae Europa y el fin de la Pax Americana © 2024 by picture alliance / Zoonar / gd ae
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La gran atención política y mediática que suscitan las elecciones del próximo 5 de noviembre en los Estados Unidos oscurece a veces la visión de las tendencias a largo plazo de la política interior y exterior de ese país. Éstas incluyen la pérdida de credibilidad de las alianzas estadounidenses, cambios de gran alcance en la política económica exterior y la erosión de las normas liberal-democráticas.

El resultado de las elecciones puede acelerar o retrasar estas tendencias, pero no invertirlas fundamentalmente. Por lo tanto, las relaciones transatlánticas deben situarse sobre una nueva base, independientemente de que gane Kamala Harris, del Partido Demócrata, o Donald Trump, del Partido Republicano.

El asunto es analizado por el politólogo Dr Marco Overhaus, investigador del Grupo de Investigación sobre las Américas, de la Fundación Ciencia y Política (SWP), gabinete estratégico que asesora al gobierno y al parlamento federal de Alemania, con sede en Berlín, en un estudio titulado Europa y el fin de la Pax Americana, difundido bajo licencia CC BY 4.0 y entregado a Mundoclásico.com

Replanteo

Las relaciones transatlánticas necesitan una nueva base, independientemente del resultado de las elecciones estadounidenses, sostiene el Dr Overhaus. La idea de que el poder de EE.UU. crea seguridad internacional sigue profundamente arraigada en la élite política estadounidense actual. En última instancia, también subyace en las alianzas lideradas por EEUU, incluida la OTAN.

Sin embargo, los tres pilares de la Pax Americana -el dominio militar de Estados Unidos, su apertura económica y los fundamentos liberal-democráticos de la política exterior estadounidense- llevan de hecho algún tiempo erosionándose.

El resultado de las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre de este año puede acelerar o retrasar estas tendencias, pero no invertirlas fundamentalmente. En este contexto, Alemania y los demás aliados tendrán que replantear las relaciones transatlánticas tras las elecciones. Esto también se aplica si Kamala Harris triunfa sobre Donald Trump. Tras el reciente debate televisado en la cadena ABC, Harris fue más convincente (63% de la audiencia) que Trump (37%), según una encuesta de la CNN.

Incluso para Donald Trump y el Partido Republicano reposicionado según sus ideas, EE.UU. contribuye a la seguridad internacional a través de su poder militar y económico. Esta autoimagen se refleja en el lema de política exterior (tomada prestada de Ronald Reagan), que se puede encontrar en el nuevo programa electoral de los republicanos aprobado por Trump. Dice así: Paz a través de la fuerza.

Credibilidad

Sin embargo, para los internacionalistas liberales de EE.UU. y para los aliados de EE.UU. en Europa y Asia, la idea de la Pax Americana siempre ha sido más una presuposición. En consecuencia, es la forma específica en que se ejerce el poder estadounidense la que crea la seguridad internacional, es decir, no solo basada en el potencial militar, sino incrustada en estructuras de alianzas y organizaciones internacionales, flanqueada por la apertura económica y fundada en valores liberal-democráticos.

La reentrada de Donald Trump en la Casa Blanca podría derrumbar definitivamente estos tres pilares de la Pax Americana. Kamala Harris está en gran medida alineada con el internacionalismo del actual presidente Joe Biden y, como él, apoya los sistemas de alianzas de Estados Unidos. Pero incluso bajo su presidencia, los cambios fundamentales en la política de poder mundial de Estados Unidos serían probablemente inevitables. Esto se debe a que la gran atención política y mediática por las próximas elecciones a veces oscurece las tendencias a largo plazo de la política interior y exterior estadounidense.

La credibilidad de las medidas de seguridad y disuasión en las alianzas lideradas por Estados Unidos no ha dejado de disminuir en los últimos años y décadas; Estados Unidos, al igual que otras grandes potencias económicas, se ha alejado del paradigma de la apertura económica; los valores liberal-democráticos no solo están sometidos a presión en Estados Unidos y muchos otros países occidentales, sino que también se enfrentan cada vez más abiertamente a la oposición de superpotencias autoritarias como China y Rusia.

Equilibrio

El poder militar de Estados Unidos ha garantizado durante décadas la seguridad de sus aliados y socios en Europa, Asia y Oriente Próximo. Hoy, la mayoría de ellos son democracias liberales. Los Estados aliados de Estados Unidos han tenido que temer menos a sus vecinos y, por tanto, han tenido que armarse menos de lo que habría sido el caso sin los pactos de asistencia mutua.

Bajo el paraguas protector de Estados Unidos, “aliados hostiles” como Grecia y Turquía, Corea del Sur y Japón o, más recientemente, Israel y Arabia Saudí pudieron relajar sus relaciones. Tras el final de la Guerra Fría, los antagonistas de la Pax Americana -en primer lugar China, Rusia, Corea del Norte e Irán- se vieron disuadidos durante mucho tiempo de intentar socavar el orden de seguridad existente por medios militares.

Sin embargo, en los últimos 25 años, la credibilidad de la disuasión y la seguridad estadounidenses ha disminuido visiblemente, una tendencia que probablemente continuará. A mediados de la década de 1990, a Washington le bastaba con enviar algunos buques de guerra al estrecho de Taiwán para intimidar a Pekín. Rusia probablemente no se habría atrevido a invadir Ucrania a principios de la década de 2000. En abril de este año, Irán atacó directamente a Israel con misiles y aviones no tripulados por primera vez, a pesar de las advertencias estadounidenses.

Oneroso

Una de las principales causas estructurales de la pérdida de credibilidad de las promesas de seguridad estadounidenses reside en el cambio en el equilibrio del poder militar. Sin embargo, éste se está produciendo de diferentes maneras en Europa, el Indo-Pacífico y Oriente Medio. A primera vista, Estados Unidos sigue siendo la potencia militar dominante del mundo. Según los cálculos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), en 2023 EE.UU. seguiría gastando más dinero en sus fuerzas armadas que las siguientes 15 mayores potencias militares juntas.

Así, el presupuesto de defensa estadounidense tenía un volumen de 905.500 millones de dólares, bastante más que la suma de los presupuestos correspondientes de Rusia (108.500 millones de dólares) y China (219.500 millones de dólares). Sin embargo, estas cifras deben verse en su contexto. Según las estimaciones del IISS, el gasto militar de Rusia y China es significativamente superior si se tiene en cuenta su respectivo poder adquisitivo (295.000 millones de USD en el caso de Rusia y 408.000 millones de USD en el de China). 

Además, a diferencia de Rusia y China, Estados Unidos mantiene alianzas y asociaciones en todo el mundo. Aunque se trata de una gran ventaja estratégica desde la perspectiva estadounidense, la presencia militar mundial asociada también cuesta mucho dinero. Las distancias geográficas también desempeñan un papel importante. Pero, sobre todo, los adversarios de la Pax Americana han desarrollado estrategias eficaces para contrarrestar el poder militar de EEUU.

China

En la región Indo-Pacífica, China lleva mucho tiempo esforzándose por restringir el margen de maniobra operativo de Estados Unidos. En los últimos años, la República Popular ha impulsado masivamente el desarrollo y la expansión de su arsenal de misiles terrestres y marítimos, así como de misiles de crucero. Estas armas amenazan tanto a las bases como a los buques de guerra estadounidenses.

Sin embargo, al mismo tiempo, Pekín también intenta cada vez más plantar cara a Estados Unidos en el ámbito de sus tradicionales fortalezas militares y neutralizarlas así parcialmente. China está invirtiendo en el desarrollo de su flota de submarinos, adquiriendo portaaviones y bombarderos furtivos de largo alcance. También está ampliando constantemente su arsenal nuclear, aunque todavía está muy lejos de la paridad nuclear con Estados Unidos.

Mas China no es la única amenaza para la seguridad de Estados Unidos. En 2017, Corea del Norte probó con éxito por primera vez un misil balístico intercontinental, con el que puede suponer una amenaza nuclear para el corazón estadounidense. Rusia también lleva tiempo rearmando y modernizando su ejército, aunque la guerra de agresión contra Ucrania reveló inicialmente sus debilidades.

Rusia

En su pugna con Estados Unidos y Occidente, Moscú no solo confía en el potencial amenazador de su fuerza nuclear. La capacidad de Rusia de movilizar su propia sociedad y economía de forma integral para satisfacer sus necesidades militares en caso de crisis o guerra está demostrando cada vez más ser una ventaja decisiva de su sistema autoritario. En Oriente Próximo, Irán, el adversario más importante de Estados Unidos, también ha ampliado su arsenal de misiles balísticos y aviones no tripulados a lo largo de los años.

En la actualidad, el país también está a punto de convertirse en un Estado poseedor de armas nucleares. La piedra angular de la amenaza que emana de Teherán es también una red de milicias amigas y grupos terroristas. El tamaño y la calidad del equipamiento militar y la influencia de estos actores, activos en muchos países de Oriente Próximo, ha aumentado considerablemente en los últimos años.

El declive relativo del poder militar estadounidense significa también que proporcionar seguridad a los aliados y socios resulta cada vez más arriesgado y costoso desde la perspectiva estadounidense. Esto, a su vez, repercute en la ya muy polarizada situación política dentro de Estados Unidos. Los planteamientos en materia de política de seguridad de Donald Trump y del Partido Republicano han oscilado hasta ahora entre la “paz a través de la fuerza” y el aislacionismo.

Trump

Como presidente de EE.UU., Trump probablemente querría reforzar el ejército estadounidense para que EE.UU. vuelva a ser “respetado en el mundo”. Al mismo tiempo, la disposición de EE.UU. a que su poder militar sea contenido por las instituciones de alianzas multilaterales seguiría disminuyendo bajo una administración Trump II.

Por el contrario, como vicepresidenta de Joe Biden, Kamala Harris está a favor de estrechas relaciones de alianza en Europa y Asia, así como con Israel. Sin embargo, su margen de maniobra en materia de política de seguridad y defensa también se vería limitado por las realidades de la política de poder en las distintas regiones del mundo y por las divisiones políticas internas. En vista de un nivel de endeudamiento históricamente elevado, el presupuesto de defensa también podría verse atrapado en la vorágine de las disputas partidistas bajo el mandato de Harris, además de la ayuda a Ucrania.

A esto se suma que la necesidad de mantener a Estados Unidos al margen de futuros enredos, crisis y guerras en materia de política de seguridad ha crecido con fuerza, no solo entre los republicanos, sino también entre los demócratas.

De la apertura económica a la geoeconomía

En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la política estadounidense se guió por la máxima de que el libre intercambio económico crea prosperidad en todo el mundo y, por tanto, fortalece la gobernanza democrática. Este paradigma de apertura económica fue una lección aprendida de las causas de la Gran Depresión de los años treinta.

Bajo el liderazgo de EE.UU., la economía mundial se integró con éxito sobre la base de nuevas instituciones internacionales: el Acuerdo Monetario de Bretton Woods de 1944 y el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de 1947. El liberalismo económico estadounidense de los primeros tiempos del sistema de Bretton Woods aún combinaba el objetivo de la estabilidad económica con medidas del Estado del bienestar.

Esto cambió con el auge del neoliberalismo a partir de la década de 1970, que se centró no solo en eliminar las barreras al comercio y al flujo de capital, sino también en la privatización, la desregulación y la retirada general del Estado de la economía.

Deslegitimación

El aumento de las desigualdades sociales en muchos países del mundo y las crisis financieras mundiales, ampliamente atribuidas al neoliberalismo, fueron acompañados de una deslegitimación de la Pax Americana. Las críticas a la globalización también se hicieron oír cada vez más en Estados Unidos en la década de 1990.

Sin embargo, el verdadero cambio de paradigma en la política económica exterior estadounidense fue desencadenado por el ascenso económico de China, las concomitantes convulsiones económicas y sociales estructurales y el aumento de las tensiones geopolíticas desde principios de la década de 2010.

El objetivo de combinar el poder económico de Estados Unidos con el libre comercio y el flujo sin restricciones de tecnología y capital ha pasado cada vez más a un segundo plano. El antiguo paradigma ha sido sustituido por el pensamiento geoeconómico. Esto significa que el libre intercambio de bienes, capital y tecnologías ya no se ve como algo fundamentalmente positivo que genera prosperidad y promueve la innovación, sino como algo cargado de riesgos.

Política de seguridad

Las consideraciones de política de seguridad prevalecen cada vez más sobre los intereses económicos. La cuestión decisiva ya no es si el intercambio de bienes, servicios y capital beneficia a todas las partes, sino quién se beneficia más o para quién este intercambio crea mayores dependencias. La creencia en el efecto mitigador de conflictos del libre comercio se está desvaneciendo; en su lugar, la economía se ve como un arma potencial.

En consecuencia, las restricciones comerciales y el uso de instrumentos económicos coercitivos como las sanciones y el control de las exportaciones han cobrado cada vez más importancia desde la perspectiva de Washington. Por supuesto, Estados Unidos no solo ha estado utilizando estos instrumentos desde el mandato de Donald Trump entre 2017 y 2021, sino que la novedad bajo Trump fue hasta qué punto Estados Unidos amenazó o dirigió medidas proteccionistas y sanciones no solo contra rivales geopolíticos y transgresores de las normas internacionales, sino también contra amigos y aliados como Alemania, otros Estados del G7 y la Unión Europea.

Hay muchos indicios de que el cambio del paradigma de la apertura económica a la geoeconomía en Estados Unidos ha llegado para quedarse y ya no depende de la transición de una administración a otra. Los círculos de izquierda y derecha de la política estadounidense siguen viendo los problemas económicos y sociales del país de forma muy diferente.

Izquierda y derecha

La izquierda aboga tradicionalmente por una nueva regulación de los mercados financiero y laboral, la reversión de los recortes fiscales para las clases adineradas y un mayor papel del Estado. Los de derechas suelen (aún) pedir todo lo contrario. Sin embargo, existe un acuerdo bipartidista en que la economía estadounidense debe protegerse de los peligros de la globalización y de las prácticas comerciales de otros países consideradas injustas.

Por lo tanto, no es de extrañar que Estados Unidos no volviera a la arquitectura multilateral de libre comercio durante la presidencia de Joe Biden, ni que hiciera ningún intento de volver a desempeñar un papel de liderazgo en la configuración de un sistema económico y comercial abierto. Es probable que el pensamiento geoeconómico sea aún más prominente bajo una administración Trump II que bajo una presidencia de Harris.

Esto también tendría consecuencias para la política de seguridad, ya que los conflictos económicos se convertirían en una carga adicional para la cohesión política de las alianzas lideradas por Washington. Esto se aplica no solo a Europa, sino también al Indo-Pacífico. Los valores se están convirtiendo en un factor de conflicto. 

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha afirmado que su política exterior está orientada hacia valores democráticos liberales (aunque el término “liberal” suela utilizarse como sinónimo de “políticamente de izquierdas” en el discurso político estadounidense actual).

Valores

Por un lado, la orientación de valores se relaciona con la forma en que Estados Unidos debe liderar internacionalmente, a saber -a diferencia de los imperios clásicos- con autocontrol en términos de política de poder, no mediante la coerción y la subyugación. En segundo lugar, se refiere a los valores que Estados Unidos dice defender. La lógica subyacente es que la difusión de los valores democrático-liberales contribuye a la seguridad mundial.

Los Estados democráticamente constituidos son, por tanto, más amantes de la paz porque los principios fundamentales en su interior -fuerza de la ley, protección de los derechos humanos, compromiso como modo de resolución de conflictos- también guían sus acciones en política exterior y de seguridad. Sin embargo, en contra de las esperanzas de los apologistas de la Pax Americana, los valores liberal-democráticos no se han extendido cada vez más, no han traído más seguridad al mundo y, en última instancia, ni siquiera han anunciado el «fin de la historia» (Francis Fukuyama).

Las experiencias del pasado reciente demuestran mucho más que la premisa de la Pax Americana se ha puesto patas arriba: precisamente porque existe una estrecha relación entre la constitución política interna y el comportamiento en política exterior, los valores se han convertido cada vez más en un motor de los conflictos internacionales. No solo las democracias, sino también los Estados autoritarios intentan configurar su entorno regional e internacional de forma que apoye su propia forma de gobierno.

Putin, Xi y los mulás

La política rusa bajo el liderazgo de Putin está impulsada sobre todo por el deseo de hacer añicos el orden de paz europeo basado en valores liberal-democráticos, consagrado en la Carta de París en 1990. Moscú considera una amenaza la aparición o consolidación de sociedades organizadas democráticamente en los países vecinos de Rusia.

Bajo la dirección del líder del Estado y del partido, Xi Jinping, China también propaga valores internacionales que pretenden apoyar internamente el gobierno autoritario del Partido Comunista: el derecho al desarrollo económico en lugar de la democracia; los derechos económicos y sociales en lugar de la libertad individual y los derechos humanos.

Por último, en Oriente Medio, los dirigentes políticos iraníes también rechazan los valores liberal-democráticos, aunque lo mismo ocurre con las monarquías del Golfo, que están estrechamente interrelacionadas con Estados Unidos en términos de política de seguridad. En esta región, los conflictos de valores se caracterizan menos por el contraste entre democracia y autocracia que por ideas contrapuestas sobre la relación entre Estado y religión.

Una reelección de Trump

La reelección de Donald Trump tendría sin duda consecuencias de gran alcance para la orientación de valores de la política exterior y de seguridad estadounidense. Incluso durante su mandato como presidente, Trump trató de asegurar la supremacía estadounidense sin la “infraestructura liberal” (Alexander Cooley y Daniel Nexon), es decir, sin alianzas ni organizaciones multilaterales.

Bajo el mandato de Trump, Estados Unidos probablemente no abandonaría la OTAN, pero estaría aún menos dispuesto a que su poder fuera contenido institucionalmente. Los Estados más pequeños de la OTAN y aquellos que no son políticamente favorables a Trump sentirían los efectos de esto en particular. Si Estados Unidos defiende los valores democráticos liberales con cada vez menos credibilidad a nivel internacional, las relaciones con China y Rusia podrían incluso mejorar inicialmente, ya que se desactivaría parte del «conflicto sistémico» bilateral que caracteriza las relaciones con estos Estados.

Para Alemania y otros socios europeos de Estados Unidos, sin embargo, se plantearía entonces la cuestión de hasta qué punto pueden seguir contando con Estados Unidos a la hora de defender un orden europeo basado en valores liberal-democráticos. Por decirlo sin rodeos, cabría preguntarse incluso si unos Estados Unidos antiliberales podrían seguir siendo garantes de la seguridad de la OTAN.

Kamala Harris

Si Kamala Harris ganara las elecciones, estas preocupaciones pasarían a un segundo plano por el momento. Sin embargo, el estado de la democracia estadounidense sigue siendo frágil a la vista de la continua deslegitimación de las elecciones, el desempoderamiento del Congreso frente al ejecutivo y la politización del poder judicial, independientemente del resultado de las elecciones.

Relaciones transatlánticas: ¿Recalibrar o repensar?

Es evidente que la desaparición de la Pax Americana ha tenido importantes repercusiones en el futuro de las relaciones transatlánticas y exige un ajuste considerable por parte de los europeos. El alcance de estos ajustes y la rapidez con la que deberán aplicarse dependen, entre otras cosas, del resultado de las elecciones estadounidenses de noviembre y del curso de la nueva administración estadounidense.

Si Donald Trump es reelegido, la incertidumbre en torno al futuro de la OTAN sería mucho mayor. Algunas ideas procedentes de círculos conservadores estadounidenses llegan a sugerir que en el futuro Estados Unidos solo se concentrará en la disuasión nuclear en el marco de la Alianza Atlántica y dejará todo lo demás en manos de los europeos.

En caso de que Kamala Harris lidere la próxima administración estadounidense, la presión sobre los aliados europeos de la OTAN para adaptarse sería sin duda significativamente menor que en el caso de una administración Trump II, al menos durante los próximos cuatro años. Sin embargo, la pérdida de credibilidad de la tranquilidad y la disuasión estadounidenses descrita anteriormente obligará a realizar más esfuerzos de defensa europeos, independientemente del resultado de las elecciones, si se quiere garantizar el mismo nivel de seguridad.

Defensa y disuasión

La principal tarea de los europeos debe ser, por tanto, desarrollar estrategias de defensa y disuasión más autónomas y diversificadas que dependan mucho menos del poder militar estadounidense que en el pasado. El requisito mínimo en este sentido sería el desarrollo de capacidades europeas que, en primer lugar, han dependido especialmente de EEUU hasta la fecha y, en segundo lugar, que Washington transferiría con toda probabilidad al Indo-Pacífico en caso de guerra con China.

Se trata principalmente de capacidades de reconocimiento, transporte aéreo estratégico, sistemas de defensa aérea, aviones de combate, capacidades navales anfibias y misiles de largo alcance y de crucero. Pero no se trata solo de armamento, sino también de auténticas cuestiones políticas.

¿Cómo podrían reaccionar los socios europeos de la OTAN, por ejemplo, si Estados Unidos bajo una administración Trump II participara mucho menos en la toma de decisiones políticas consensuadas en el Consejo de la OTAN o incluso intentara activamente enfrentar a los aliados de la OTAN entre sí?

Entonces, ¿qué habría que hacer si Estados Unidos renunciara finalmente a su concepción liberal del liderazgo en la alianza y se comportara como una gran potencia normal? Para evitar un escenario así, los europeos tendrían que estar mucho más unidos políticamente dentro de la alianza de lo que lo han estado en el pasado respecto a la política hacia Rusia, por ejemplo.

Hipótesis

En el improbable caso extremo de una retirada total de EE.UU. de la OTAN, se plantearía incluso la cuestión de si Europa podría garantizar su defensa colectiva política y militarmente fuera del marco de la alianza. Esta cuestión no figura en el orden del día desde el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa en 1954.

Sin embargo, el nuevo pensamiento geoeconómico de Washington también plantea grandes retos para Alemania y Europa. Bajo la presidencia de Biden fue posible desactivar significativamente los conflictos centrales de política económica y comercial con Europa. Sin embargo, la disputa sobre los aranceles al acero y al aluminio tampoco pudo resolverse completamente bajo la presidencia de Biden.

Kamala Harris ha expresado su escepticismo ante los aranceles porque suponen costes adicionales para los consumidores estadounidenses. Al mismo tiempo, sin embargo, rechazó importantes acuerdos comerciales, como el Acuerdo Transpacífico de Libre Comercio, porque cree que perjudicarían los intereses de los trabajadores estadounidenses y establecerían normas medioambientales demasiado bajas.

Aranceles más elevados

Bajo una administración Trump II, cabe esperar que Estados Unidos amplíe considerablemente los aranceles y otras restricciones comerciales, tanto contra amigos como enemigos. Además, Trump vincularía mucho más abiertamente las cuestiones de política económica y de seguridad. Un mayor uso de sanciones, controles a la exportación y otros instrumentos económicos coercitivos aumentaría aún más el potencial de conflicto en la relación transatlántica.

El uso de tales instrumentos plantea la cuestión del equilibrio en el reparto de la carga transatlántica, aunque en dirección opuesta a la esfera militar. En términos de política de seguridad, EEUU y Alemania y los Estados europeos de la OTAN son aliados. Al mismo tiempo, sin embargo, también son competidores en términos económicos. Los elevados precios de la energía tras la invasión rusa a gran escala de Ucrania, consecuencia también de las sanciones conjuntas contra Rusia, han supuesto para la industria alemana y europea una elevada carga y una potencial desventaja competitiva.

Dependencia de China

En cuanto a China, es probable que las exigencias de Washington -especialmente si Trump vuelve a la Casa Blanca en 2025- se hagan más fuertes para que los europeos reduzcan su dependencia económica y tecnológica de la República Popular. Sin embargo, esta dependencia seguirá siendo elevada en un futuro previsible.

Los ambiciosos objetivos de Alemania en materia de transición energética y movilidad difícilmente podrán alcanzarse sin un intercambio económico con China. Dependiendo de cómo evolucione el nacionalismo económico en Estados Unidos, Alemania y sus socios europeos podrían, en casos extremos, verse incluso obligados a plantearse iniciativas de desvinculación económica y tecnológica con respecto a Estados Unidos.

Éstas podrían estar encaminadas, por ejemplo, a protegerse frente a futuros aranceles punitivos, sanciones o controles a la exportación estadounidenses que perjudiquen los intereses económicos europeos e incluir las contramedidas adecuadas.

Causa real de la guerra de agresión rusa en Ucrania

Por último, el declive de la Pax Americana también plantea la cuestión de qué importancia puede y debe seguir teniendo en el futuro la promoción de los valores liberal-democráticos en la política exterior. Estados Unidos podría convertirse en un importante defensor y partidario de una política exterior basada en valores en los próximos años.

En cuanto al orden de seguridad europeo, la situación es bastante clara. El conflicto con Rusia solo trata superficialmente de reivindicaciones territoriales y relaciones de poder militar. Su causa real son valores irreconciliables sobre el orden interno y externo de Europa.

Desde la perspectiva de la UE y de los Estados europeos de la OTAN, su propia seguridad en Europa está, por tanto, inextricablemente ligada a la defensa de los valores liberal-democráticos. Sin embargo, esto no se aplica a otras regiones del mundo fuera de Europa, o no en la misma medida.

ASEAN

En el Indo-Pacífico y aún más en Oriente Medio, los órdenes regionales están apoyados por Estados que no son democracias liberales en la mayoría de los casos. También faltan instituciones multilaterales como la OTAN, la UE, la OSCE o el Consejo de Europa, basadas en principios liberales.

En el futuro, las democracias occidentales dependerán más, y no menos, de la cooperación con las no democracias, tanto allí como a escala mundial. Por ejemplo, las directrices del Gobierno alemán sobre el Indo-Pacífico a partir de septiembre de 2020 subrayan la gran importancia del grupo de Estados de la ASEAN. Sin embargo, éste se compone predominantemente de países en los que los valores liberal-democráticos no están anclados o lo están muy débilmente.

Solo por esta razón, la defensa propagada por Joe Biden de las democracias frente a las autocracias no es adecuada como principio general para la relación de Occidente con el mundo no occidental. Por tanto, la defensa de los valores fuera de Europa debería referirse principalmente a aquellas normas, instituciones y reglamentos que afectan a la coexistencia pacífica de los Estados.

Derecho internacional y marítimo

Esto afecta al derecho internacional y marítimo, a la juridificación de las relaciones multilaterales y, por tanto, al tan citado “orden basado en normas” a escala regional y mundial. Estos principios también son apoyados por interés propio por Estados autoritarios que no son grandes potencias y se enfrentan a vecinos económica o militarmente más poderosos. Sin embargo, esto no cambia el hecho aleccionador de que sin Estados Unidos sería mucho más difícil proteger los elementos restantes del orden mundial basado en normas.

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