Suiza
In C. El principio del fin de la Historia de la música
Xoán M. Carreira
1964 es un año de referencia en la geopolítica. El incidente de Tonkín fue el pretexto para la entrada de EEUU en la Guerra de Indochina que dio inicio a la Guerra de Vietnam y convulsionó el delicado equilibrio de la Guerra Fría ya seriamente erosionado por el conflicto de los misiles de Cuba y el imparable proceso de descolonización.
Desde la perspectiva de la creación musical fue un año de excelente cosecha que ha dejado en la memoria colectiva hitos como el Requiem de Akrata , de La fabbrica illuminata , de Atlas Eclipticalis , de A Love Supreme , de Bye bye Butterfly , de y, desde luego,In C de .
Desde 1961 John Cage, Yoko
y Terry Riley desarrollaron las primeras partituras no notacionales y abrieron las puertas a la música africana, indostánica, asiática y del Pacífico Sur en la música occidental de concierto. Se iniciaba el crepúsculo del expresionismo abstracto e igualmente del serialismo integral y las músicas formales.Desde este contexto el estreno de In C de Terry Riley, en el que participaron Pauline Oliveros y Steve Duchamp replicaba, haciendo una reproducción canónica con ocho ejemplares que acabaron en grandes museos de Europa y América.
, tiene un valor simbólico semejante a la exhibición en 1917 de Fountain de Marcel , obra perdida que precisamente en 1964Siguiendo la propuesta de Arthur
sobre el fin de la historia del arte [After the End of Art, 1997] no parece desatinado concebir In C como el punto de partida de la música después de la historia de la música, entendiendo por tal las narraciones desarrolladas a partir de la Storia della Musica (tres tomos, 1757-1781) del Padre Martini.Del mismo modo que los expresionistas abstractos intentaban crear una pintura que fuera solo pintura, los compositores de las vanguardias formales intentaron crear una música que fuera exclusivamente sonido (por cierto, con un éxito comercial muy inferior al de los pintores). El
, tomando los modelos de la vida cotidiana, creó un arte que recuperaba la figuración y las técnicas de la gran tradición pictórica occidental para conseguir un producto ex novo que desde perspectivas kantianas negaba el concepto platónico de arte. Simultáneamente Terry Riley recuperaba la heterofonía y las técnicas armónicas de la gran tradición musical occidental, creando un producto ex novo negando la narración ilustrada sobre la historia de la música.En 2024 el pop art y la minimal music cumplen sesenta años de una exitosa y fructífera carrera, superando en longevidad a todos los -ismos y modas desde la Exposición Universal de París de 1889 hasta nuestros días.*
Por su parte, In C ha disfrutado de una enorme difusión internacional y en cada lugar del mundo los grupos locales han tendido a realizar versiones acordes con el paisaje sonoro de sus propias tradiciones musicales. Existen numerosas grabaciones fonográficas que se pueden escuchar con alta calidad de reproducción en los canales de música en streaming y Youtube ofrece un fascinante abanico de todo tipo de ejecuciones, incluyendo varias del propio Riley a lo largo de más de cincuenta años.
Riley concibió In C como una creación "ingenua" -no confundir con naif- tanto en el uso de sonoridades tradicionales de las altas culturas musicales extraeuropeas como de los medios musicales electrónicos del momento, especialmente los bucles magnetofónicos y los drones de Oliveros, y desde luego las técnicas académicas de la heterofonía occidental, revisadas por Riley en 1968 para incorporar los consejos de Steve Reich sobre el uso de pulsos isocrónicos.
La tradición interpretativa principal de In C sigue esta concepción [pseudo]ingenua original adaptada, como antes he mencionado, a los territorios geográficos, culturales y espirituales de los conjuntos de intérpretes, a menudo dispares y/o mestizos. Por eso me fascinó la propuesta interpretativa de The Young Gods, un grupo de rock industrial formado por tres intérpretes virtuosos y cultos que han concebido un In C de 2024: poderoso y evocador, en el que la ingenuidad original se muta en melancólica mirada sobre el pasado de la obra, tierno e irónico como la mirada de Bye, bye, Butterfly sobre el teatro musical de la Belle Époque.
The Young Gods organizó In C en tres partes (¿un guiño a las sonatas?) unidas entre sí por un puente protagonizado por las dinámicas extremas que prescribe Terry Riley para la conclusión de las secciones.* En coherencia con su práctica de rock industrial, The Young Gods organizó una rigurosa ordenación del material sonoro sugerido por Riley y tomaron decisiones estratégicas racionales en su utilización de alusiones musicales y su elección de estilemas relevantes en los paisajes musicales occidentales de los últimos sesenta años: algunos -como Brian Eno- muy vinculados a Oliveros y Riley, y otros de la primera generación de herederos de Black Mountain College y de la factoría de Warhol como Robert Fripp, evocado por el bellísimo sonido del guitarrista del grupo, Franz Treichler, y de modo semejante a la influencia de los procedimientos de Brian Eno en la espléndida labor de Cesare Pizzi (responsable de los samplers y ordenadores).
Una intensa experiencia sonora que nos compensó de la gélida temperatura del patio de armas de la fortaleza de Fort l'Écluse, situada en territorio francés, a la que fuimos trasladados en el autobús proporcionado por el imaginativo y polifacético Festival La Bâtie.
Notas
1. A diferencia del pop art plástico, su expresión musical tuvo un desarrollo limitado pero nos ha dejado un delicioso ramillete de obras maestras de la autoría de Mauricio Kagel, Carles Santos, Johann Sebastian Mastropiero [Les Luthiers] o P. D. Q. Bach [Peter Schickele].
2. Como los suizos son suizos, nos repartieron tapones de silicona para los oídos en la entrada al tiempo que controlaban que todos tuviésemos nuestra entrada en regla.
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