Discos
Hermosa cordura
J.G. Messerschmidt
La enajenación mental es un recurso dramático del que en la ópera se hace uso con una cierta asiduidad y que hasta ha dado lugar a un subgénero específico: el aria de locura. En su disco titulado Delirio la soprano australiana Jessica Pratt interpreta cinco arias de este tipo, tres de Donizetti y dos de Bellini. En realidad, de las piezas presentadas en esta producción sólo las extraídas de Lucia di Lammermoor y de I puritani pueden ser consideradas como arias de locura stricto sensu; de manera menos rigurosa lo son también las de Linda di Chamounix y La sonnambula; el aria de Emilia de Liverpool sólo puede adscribirse a esta categoría si se la fuerza de modo arbitrario. Pero con algo hay que rellenar el disco, si no se tiene a mano otra pieza que siente bien a la voz de la intérprete ...
Al margen de esta licencia, estamos ante un trabajo hecho a consciencia, en el que las arias son interpretadas en toda su extensión (recitativo, cantabile, tempo di mezzo y cabaletta), así como con acompañamiento orquestal y coral y todo el reparto de solistas que requieren. Igualmente se advierte claramente el deseo de lograr una estricta homogeneidad estilística: se trata de obras de sólo dos autores estrenadas en un lapso breve, entre 1824 y 1842. Así pues estamos ante un programa verdaderamente modélico en la congruencia de su configuración.
El disco no deja dudas sobre las virtudes de Jessica Pratt como soprano especializada en belcanto. A la ductilidad y a la belleza tímbrica de su voz se añade una técnica refinada y un conocimiento profundo de los recursos estilísticos propios del belcanto romántico. La línea melódica es diáfana, la soltura y la comodidad de la intérpete en toda la extensión de sus partes son indiscutibles, las coloraturas y los agudos surgen con naturalidad y brillo, el filato es sutil y justo, e incluso se hace evidente la atención prestada a determinados criterios históricos, sin por ello caer en la arqueología canora. No tiene mucho sentido seguir ennumerando las virtudes de estas interpretaciones, a las que no hay nada que objetar, salvo tal vez una leve tendencia al vibrato que algún día podría llegar a ser peligrosa. Baste decir que este disco muestra el belcanto en toda su perfección y en toda su pureza. Y sin embargo ... ¿qué es lo que no acaba de convencernos?
El título del disco reza Delirio y precisamente esto es lo que no llegamos a oír en ninguna de las arias. La pulcritud, la hermosura, la mesura y el exquisito buen gusto de la intérprete no dejan espacio a ningún delirio. El desequilibrio y el descontrol emocionales no son expresables en un discurso sometido estrictamente a las reglas de una belleza apolínea y serena: la locura no respeta las normas del buen gusto. Veamos un ejemplo ilustrativo de ello fuera del contexto de este disco. En la escena final del primer acto del ballet Giselle, algo así como un aria de locura coreográfica en una obra del “belcanto en danza” (1841), la protagonista deja de repente de bailar armónicamente, su danza se vuelve errática, la expresión de su rostro se desfigura, se deshace su primoroso peinado de bailarina, Giselle se desmelena1 ...
Pues bien, desmelenarse es precisamente lo que no hace Jessica Pratt en este disco. En su aria de Lucia no palpita la demencia casi sobrenatural de la protagonista, la alucinación que la traslada a un ámbito ultraterreno. Todo eso debería oírse, como también debería “oírse” la sangre aún caliente que lleva pegada a su piel y a su vestido. Tampoco la Elvira de Jessica Pratt (I puritani) logra despegarse de este mundo para elevarse a la sublimidad de la locura romántica. El desesperado ruego 'Lasciateme mi la speme' suena casi tranquilo. A continuación en 'Qui la voce' se advierte el dolor, pero un dolor cuerdo, consciente y resignado. 'Lasciatemi morir' suena como metáfora de un estado de ánimo deprimido más que como expresión literal del ansia de muerte que domina a Elvira. Cuando pregunta a Riccardo 'Chi sei tu?' no parece sentir ninguna perplejidad. La tarantela, que evoca la boda frustrada ('A festa'), debiera ser la expresión más patente de su locura, una locura que aquí apenas se manifiesta. En el momento que constituye el punto álgido del aria desde el punto de vista psicológico, las palabras piange, amò referidas a Riccardo y en las que Elvira expresa la idea de que el sufrimiento es consecuencia inevitable del amor, tampoco se advierte la conmoción que debería producirle este descubrimiento. Nos hemos detenido especialmente en estas dos piezas porque constituyen el núcleo del disco, ya que son son las cumbres máximas del género del “aria de locura”.
Las comparaciones son odiosas, pero también inevitables. Si tomamos como punto de referencia a dos intérpretes como Maria Callas y Edita Gruberova, muy diferentes entre sí pero ambas magistrales en estos papeles, entenderemos el altísimo grado de perturbación emocional que trastorna a Lucia y a Elvira. Ciertamente para este fin también valdrían las versiones de otras excelsas intérpretes, como Joan Sutherland, Andrea Rost o Lisette Oropesa, por citar sólo a tres entre otras incontables. Jessica Pratt es una excelente cantante, pero le falta precisamente esa vesania de la que las mencionadas sopranos saben impregnar sus versiones.
Llegados a este punto es inevitable preguntarnos el por qué de este desencuentro entre la soprano australiana y la esencia más íntima de sus personajes. En algunas declaraciones acerca de este disco Jessica Pratt ha explicado su visión feminista de estos personajes, a los que incluso relaciona con las sufragistas:
“Muchos de los personajes femeninos en las óperas enloquecieron porque tenían mentes independientes y querían elegir con quién casarse o cómo vivir, y no podían acceder a esa libertad en una sociedad patriarcal, por lo que las veo como las primeras feministas.”2
Al margen de que esta interpretación concreta no sirva para óperas como I puritani o La sonnambula, es indudable que algunas de estas arias, en especial la de Lucia, tienen un vigoroso matiz feminista (inexistente en La sonnabula, muy dudoso en I puritani), pero siempre dentro de un marco que supera muy ampliamente los límites del feminismo y que es el de la desazón y el inconformismo románticos. La heroína y el héroe románticos buscan la redención en una esfera sobrenatural, que en la ópera alemana halla su expresión en un ambiente mágico (Der Freischütz) o mítico-religioso (Parsifal). La ópera italiana, en cambio, recurre al aria de locura como camino de escape de una realidad prosaica y opresiva. De este modo la locura de la heroína es la vía que la lleva a un estado de consciencia a la vez patológico y sublime, trágicamente místico. Ignorar este aspecto metafísico del aria de locura, el principal, y reducirla a un discurso piscológico-feminista lleva inevitablemente a no dar en la diana.
Queda una última pregunta por responder: ¿vale la pena comprar este disco? Si lo que se desea es gozar hedonísticamente de unas cuantas piezas de belcanto interpretadas por una excelente especialista en la materia acompañada por un grupo de solventes solistas vocales y por una orquesta tersa y muy bien digida, la respuesta es un sí rotundo. Si se es más exigente y lo que se pretende es escuchar verdaderas arias de locura, vale más recurrir a Callas, a Gruberova o a cualquier otra gran intérprete, quizá políticamente menos correcta, pero artísticamente mejor orientada.
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