Alemania
Tosca con estrellas
Jorge Binaghi
Nadie diría que la escritura de la hoy popular ópera de Puccini hubiera pasado por unas vicisitudes como para que su composición durase cuatro años, sin contar los anteriores en que el autor se había interesado por ella. Ya la intervención de dos libretistas, las consultas con Sardou (que incluso en un encuentro con Puccini lo felicitó por ser un verdadero hombre de teatro y haber pensado en suprimir un aria final para la protagonista) dan idea de algo que hoy parece un mecanismo de relojería en lo musical y en lo dramático (para un detallado relato, véase el capítulo pertinente en el Puccini de Budden, págs.,199 y ss. en la edición italiana de Carocci).
‘El drama era en cinco actos y presentaba no menos de veintitrés personajes, mientras la ópera es en tres actos con sólo nueve personajes, cinco de los cuales secundarios, más una voz en bambalinas, el pastor del tercer acto. Y mientras Sardou procede como un jugador de ajedrez, con movimientos lentos y bien ponderados, Puccini prefiere rápidos golpes dramáticos y un abigarrado sucederse de situaciones fuertes’ (en el clásico libro de Mosco Carner, Giacomo Puccini. Biografia critica, trad. italiana, Il Saggiatore, pág.482, traducción mía)
Como siempre, Puccini va a lo esencial y al efecto, y jamás se lo podrá acusar de discursivo. Crea atmósferas cuando hace falta (inicio del tercer acto con las campanas en el amanecer de Roma) o las utiliza con fines teatrales/dramáticos (el 'Te Deum' que cierra espectacularmente el primer acto). Entre suspense, melodrama, religión, arte y ‘grand guignol’ perfectamente dosificados nos da una obra que ha mostrado su potencialidad en cine y hoy se sigue presenciando con interés absorbente en un teatro de ópera. Repongan ustedes la obra de Sardou en un teatro de prosa y a ver qué sucede, aunque retorne la misma Sarah Bernhardt, su creadora.
La puesta en escena de esta ocasión se estrenó hace diez años y se llevó y lleva palos. No es Hermanis santo de mi devoción, pero tras los últimos errores horribles, por lo menos se reconoce el argumento, los personajes, aunque no parezcan estos interesarle mayormente. La escena es muy plana con proyecciones de video en el fondo que sirven de decorado a los diferentes actos (y, adivinen ustedes, ¡reproducen exactamente los tres lugares en que suceden!). Todo sucede muy adelante en general (con alegría de los cantantes, supongo) lo que hace que se pasen apuros en momentos como el final del primer acto y el fusilamiento de Cavaradossi (aquí estamos en épocas de restricciones económicas, al parecer, porque lo mata el mismo carcelero de un tiro a la cabeza).
Personajes secundarios como el carcelero o incluso de importancia como el Sacristán cobran una presencia y relevancia excesivas (el primero no puede irse durante el encuentro final entre los amantes -lógico, si espera para matar a Mario-; el segundo es un tanto borrachín, más que impertinente) e incluso los esbirros de Scarpia se toman familiaridades con su jefe que sorprenden y son incoherentes con el texto.
Y hay algo interesante y no fuera de lugar: la relación entre Tosca y Scarpia ya desde el primer acto, pero sobre todo en el trato del segundo: el cuerpo de ella por la vida del pintor. Aquí Tosca parece finalmente razonable cuando Spoletta se marcha, se insinúa al barón incluso antes de pedirle el salvoconducto y asegurarse de que lo firme, lo enloquece de deseo, y en el momento en que él la acorrala contra la mesa para penetrarla por detrás es cuando aferra el cuchillo y lo mata con enérgicas, feroces e incontables cuchilladas hasta que expira en el otro extremo de la escena. Brutal, violentísimo, incómodo tal vez para los artistas, pero funciona muy bien.
¿Y la versión musical? Se justifica por varios motivos. El primero y más importante una dirección de Mehta, a sus 88 años, más que notable aunque algo lenta en los momentos más pausados o líricos (los cantantes principales supieron manejar muy bien su respiración, a veces sometida a dura prueba), con pulso firme y teatral y destacando todas las complejidades y bellezas que la partitura suele exhibir en casos como estos. Claro que al tener a la Staatskapelle a sus órdenes todo ello es más fácil por el superlativo y envidiable nivel de los profesores. También coro y coro de niños estuvieron muy bien, aunque mucho menos exigidos.
Segundo motivo, la protagonista de Davidsen, de una calidad vocal irresistible aunque tenga que mejorar aún su italiano (las dobles consonantes se le resisten e ‘inganata’ arruina un poco el efecto en el primer acto, y algunas frases del segundo, capitales, aunque bien pronunciadas requieren más trabajo desde el punto de vista de la expresividad -‘Assasino! Voglio vederlo!´ o la temible frase final ‘E avanti a lui…’. Podría tal vez escuchar con utilidad cualesquiera de las versiones pirata o la comercial de fragmentos en francés de Régine Crespin, pero supongo que con un poco más de trabajo por su cuenta obtendría muy buenos resultados). Por lo demás se movió bien, fue creíble, cantó sin ninguna tensión y con un volumen enorme sin que eso la llevara a escatimar notas filadas o a exagerar graves. Los famosos ‘do’ (incluida la temida ‘lama’ del tercer acto) parecieron un juego de niños. Para dar cuenta del grado de adhesión que despierta en el público, más que la ensordecedora ovación tras ‘Vissi d’arte’ -estupendamente cantado- hay que notar que su entrada en escena fue recibida cono en los viejos tiempos con aplausos.
De Tommaso es una voz sana, viril, tenoril, extensa, pareja y bien timbrada, de tipo ‘spinto’. Su segundo acto fue tal vez el mejor en lo vocal que haya yo escuchado nunca en vivo. Lamentablemente, Cavaradossi tiene las dos arias más poéticas y en algunos momentos casi ‘camerísticas’ de la ópera. Su ataque de ‘Recondita armonia’ no tenía nada de recóndito ni de armonioso y así siguió en el primer acto. En el tercero hubo algunos buenos efectos en ‘E lucevan le stelle’ y ‘O dolci mani’ pero su tendencia a exhibir su agudo pudo más. Si se agrega que como intérprete es más bien un tenor que canta, pues… Tuvo también un sensacional éxito.
Finley, muy aplaudido él también, me despertó perplejidad. Sabiendo que su voz no es del tonelaje de los otros, ni de otros, esperaba un personaje más ladino, inteligente e interesante de lo que se ve habitualmente, de una perfidia venenosa. Para mi sorpresa, no sé si por decisión propia, siguió los lineamientos tradicionales y osciló entre un burócrata gris del poder -el vestuario modernizado lo autorizaba- y un lujurioso que no convencía mucho de su lujuria. Se lo oyó casi todo el tiempo (en el ‘Te Deum’ hay que ser alguien de vieja escuela o de quilates de voz -Tézier o Schrott son dos buenos ejemplos- para poder superar a coro y orquesta) y lo hizo bien, pero aún así no parece ser uno de aquellos roles por los que será recordado. Cantantes más modestos, con limitaciones de extensión, volumen y/o timbre que él no tiene han sido considerados (no por mí tal vez) grandes intérpretes de la parte, tal vez la más interesante de la ópera.
De los otros, una vez destacado el buen hacer del Angelotti de Kattaja, las promesas de dos miembros del Estudio de Ópera de la casa, el carcelero y Sciarrone, y también el pastorcillo del integrante del coro de voces blancas, poco bueno se puede decir del Sacristán y de Spoletta. El primero, David Ostrek, es un bajobarítono (más bien lo segundo, porque su grave es inaudible) hiperactivo y probablemente muy joven y desinhibido para el rol; el segundo, Florian Hoffmann, es alguien más veterano -ambos forman parte del ‘ensemble’- que no parece disponer ni del agudo que a veces se le pide y su color de tenor es indefinido, en realidad un ‘no color’ y no se mueve mal, pero casi no se lo nota salvo en algún momento en que sobresalta…
El teatro estaba prácticamente lleno y el público sumamente complacido.
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