Argentina
La vuelta de Aurora al Teatro Colón
Gustavo Gabriel Otero
Existe en la Argentina una notable producción operística de compositores nacionales o extranjeros con arraigo en nuestro suelo de alrededor de ciento cincuenta títulos, pero, lamentablemente, muchas de estas obras sólo fueron presentadas en el momento del estreno y nunca repuestas.
Sólo unas quince gozan del privilegio de haber figurado en más de dos temporadas, diez óperas conocieron una sola reposición y el resto espera el momento de la revancha.
Aurora de Héctor
(1875-1967) integra, junto con El Matrero de Felipe y Lin Calel de Arnaldo , la tríada de obras con mayor número de representaciones y de reposiciones en temporadas en la Argentina.Tres obras que merecen buenas ediciones comerciales del material musical y grabaciones de alta calidad tanto en audio como en vídeo. ¿Se logará alguna vez?
Aurora tiene, además, el privilegio de ser la primera ópera de autor argentino en ser representada en el Teatro Colón. Esto ocurrió el 5 de septiembre de la Temporada Inaugural de 1908, cantada en italiano por María como Aurora, Amedeo como Mariano y como Don Ignacio del Puente; bajo la dirección del autor, el éxito de estas representaciones hizo que se repusiera (también en italiano) en 1909 con Hariclée , y nuevamente Titta Rufo, con la dirección de Giuseppe .
A partir de 1945 se canta en castellano en una traducción cuanto menos objetable con palabras inexistentes, alteraciones varias y problemas entre la palabra y la música, figurando en las Temporadas del Colón de 1953; 1955; 1965; 1966; 1983 y 1999.
Fuera del Teatro Colón se cantó en el mes de julio de 1966 en el Teatro Argentino de la Ciudad de La Plata, en junio de 2001 en la ciudad de Córdoba y en mayo de 2012 en la ciudad de Mendoza.
Si bien Aurora no es la primera ópera de autor nacional, es emblemática por ser la primera en cantarse en el Teatro Colón, por tener un argumento pseudohistórico que acontece en la época de la Revolución de Mayo de 1810 y la Contrarrevolución de Córdoba (mayo-agosto de 1810) con errores y anacronismos varios (aunque la trama es una clásica historia de amor en el marco de la gesta rebelde de 1810) y porque un fragmento de la misma (la Canción a la Bandera del Intermedio Épico que se representa entre el segundo y el tercer acto) fue establecido como una de las canciones para la ceremonia del izado de la Bandera.
La obra tiene de argentina la trama, el público a la que va dirigida y el autor de la música. No hay en la música elementos nacionalistas, salvo en algún fragmento, pero es un muy buen producto verista y post-verdiano.
En esta ocasión se ofreció una versión revisada del material original realizada por el director de orquesta Ulises y la puestista Betty quienes expresan que presentan “por primera vez una versión que creemos celebra y dignifica la intención original de sus autores”, indicando que la versión de “1945 no respetaba la rítmica y los giros melódicos naturales del castellano” y por lo tanto trabajaron una nueva traducción, y que con la finalidad que “fuera más ágil”, introdujeron “nuevos cortes”, además de abrir otros; conforme indican en el programa de mano. Entre sustracciones y adiciones el balance final es el corte de alrededor de 17 minutos de la obra.
Un trabajo titánico y prolijo que hace que la obra gane en homogeneidad y coherencia, y en bastantes puntos un mejoramiento de la traducción al castellano. Aunque siempre queda la posibilidad de ofrecerla en su original en italiano, ¿por qué no?
Para la polémica es dable señalar que no parece razonable escudarse en una supuesta dignificación de la intención de los autores para efectuar cambios, agregados no escritos (como la intervención coral en la Canción a la Bandera) y supresiones que sólo responden al aquí y ahora de la directora escénica y del director de orquesta.
Totalmente demagógico e innecesario que se haga salir del personaje al tenor para invitar a cantar al público la canción a la bandera como bis a su aria. Lamentable gesto de populismo lírico. Pero no podemos dejar de señalar que el público se sumo de buen grado, que en general se tomó este gesto como una muestra de amor al país y a sus símbolos, y que a una gran mayoría los ganó la emoción. Y si ir al teatro implica reflexionar o emocionarse el objetivo se cumplió con creces, aunque a este cronista no le parezca del todo correcto este bis cantado por el público.
Betty Gambartes planeó una puesta escénica naif e infantil con algún desborde kitsch, con tintes de postal de las viejas revistas para niños en edad escolar y su edulcorada versión de la historia, claro ejemplo son la luna y el sol que aparecen como si fueran dibujados por un infante, aunque en realidad son obras de su padre, Leónidas Gambartes. Es clara la intención de volver a los recuerdos de la niñez como ella misma lo indica diciendo que “aflora el recuerdo de nuestra niñez cuando con el corazón intacto y lleno de esperanza veíamos izarse a nuestra bandera con orgullo y fe en nuestra Patria”; objetivo sin dudas plenamente cumplido.
Gambartes movió bien a los solistas, sugirió algunas cuestiones que están implícitas y subrayó con la actuación algunos momentos que no quedan claros en el texto cantado, pero si en el libreto original en italiano, como la indicación que Bonifacio mata a un portero para sustraer las llaves que abren el Convento y por ello es fusilado fuera de escena al final del primer acto.
Interesante en el final la metáfora de reconciliación entre Don Ignacio y Mariano, que se concreta arriando la bandera española e izando una argentina, pero con el sol infantil que antes se vio proyectado, por parte de Chiquita, mientras el resto contemplan el cadáver de Aurora, precisamente en la aurora del día, juego permanente en la obra entre la aurora de la patria y Aurora la mujer.
Graciela Galán se inspiró en barroco americano y en elementos nativos como también en imágenes de cuadros del pintor americanista Leónidas Gambartes para su escenografía y vestuario. Construcciones blancas y transparentes en todo momento. En el primer acto en primer plano está la biblioteca del interior del convento, dos grandes escaleras dejan ver a la Virgen de los Dolores a un lado y una cruz del otro, las escaleras conducen a una especie de balcón y se vislumbra la iglesia, y el exterior.
Con pequeños cambios el segundo acto, el intermedio épico y el tercero transcurren en el mismo lugar cuando debería ser la residencia de Don Ignacio del Puente, un lugar indefinido para el intermezzo y una estancia, aquí se ve una residencia en blanco con algunos mosaicos bien españoles, girasoles, una fuente y el nativo árbol denominado palo borracho. El vestuario también de Galán fue creativo, cromáticamente agradable y en todo momento coherente con la visión general.
En el estilo de la puesta las proyecciones de Rodrigo Vila y Pablo Margiotta y aunque cambiante en diversos climas, pero casi siempre muy blanca y brillante la iluminación de Roberto Traferi ya sea acciones que ocurren durante el día, el atardecer o la noche. Con todo es coherente la iluminación con la estética escolar planteada por Gambartes.
El volumen entre foso y solistas de la primera escena del primer acto provocó preocupación por tapar las voces, pero Ulises Maino logró encauzar desde el podio estos desbalances iniciales para ofrecer una versión musical ajustada, prolija, con vuelo y coherencia. Destacó la extraordinaria orquestación de Panizza y logró un gran rendimiento por parte de la orquesta estable.
Se lució el Coro Estable que prepara Miguel Martínez en sus intervenciones, en especial en la no escrita por Panizza dentro de la Canción a la Bandera del Intermedio Épico.
Daniela Tabernig como Aurora volvió a demostrar que es una de las sopranos más importantes del momento de las nacidas en la Argentina. Su protagonista tuvo desde la inocencia al dramatismo que la parte requiere, demostrando la entrega total hacia este personaje. Musicalmente inobjetable, con su bello y homogéneo registro bordó su personaje de agudos de acero, pianísimos y sutilezas, siendo creíble en todo momento. Una verdadera actuación para el recuerdo.
como Mariano, sin ser un tenor lirico-spinto, cumple sobradamente con las exigencias del rol. Su volumen no es demasiado generoso para la sala del Colón, pero en casi todo momento su voz se escuchó sin inconvenientes. Dosificó con inteligencia sus medios vocales y el dramatismo de la parte, logró matizar con elegancia, poner en evidencia su bello color vocal y ser heroico y potente en las partes necesarias. El esperado momento de la Canción a la Bandera no defraudó y provocó amplia emoción.
Como Don Ignacio del Puente, Hernán mostró y demostró su inteligencia musical y actoral. Un cantante que nunca defrauda y que compone con excelencia sus personajes.
fue un recio Lucas, Alejandro un Raimundo de potentes acentos, Santiago Martínez aportó belleza vocal a su Bonifacio, y una grata sorpresa la soprano Virginia como Chiquita.
El resto del elenco vocal funcionó adecuadamente, contribuyendo a una de las versiones de la obra en el Teatro Colón de mayor calidad vocal general.
En suma: una gratísima vuelta a la escena de Aurora de Panizza.
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