España - Castilla y León

Un Concierto no es una zarzuela

Xoán M. Carreira
jueves, 3 de octubre de 2024
Patricia Arauzo © 2024 by Michal Novak Patricia Arauzo © 2024 by Michal Novak
León, jueves, 19 de septiembre de 2024. Auditorio Ciudad de León. Soledad Bengoechea, Capricho-Scherzo (1872, orquestación de Casimiro Espino). Emilio Serrano, Concierto para piano y orquesta en sol mayor (1894, reestreno en tiempos modernos) y Vals de concierto para piano y orquesta (reestreno en tiempos modernos). Rogelio Villar, Égloga - Impresión sinfónica (1918, reestreno en tiempos modernos). Pedro Miguel Marqués, Sinfonía nº 4 en mi mayor (1878). Patricia Araúzo, piano. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Néstor Bayona, director. 37 Festival de Música Española de León.
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El 37 Festival de Música Española de León se ha 'ganado una medalla' con el estreno actual del espléndido Concierto para piano y orquesta en sol mayor (1894) de Emilio Serrano (Vitoria, 1850 - Madrid, 1939), una obra de sorprendente modernidad que muestra cómo y cuánto fue sensible el Maestro Serrano a las estéticas de los 'paraísos artificiales' y a las modas y sensibilidades inauguradas por la Exposición Universal de París de 1889. 

El manuscrito del Concierto para piano de Serrano fue descubierto por Manuel Gómez del Sol, un especialista en música del siglo XVI que comprendió la relevancia histórica y artística de la obra, y durante años trabajó arduamente en preparar la edición razonada de la partitura y el estreno del Concierto en un marco adecuado, así como la publicación de la partitura por una editorial prestigiosa académicamente como es Ars Hispana. 

La estrategias compositivas de un concierto para piano eran muy distintas -en Madrid al igual que en París, Londres, Berlín, San Petersburgo, o Viena- que las del teatro musical, aunque Serrano incluya una romanza sin palabras en el tiempo central de su ConciertoComo cabría esperar en una obra conscientemente modernista, en el Concierto de Serrano encontramos en la parte solista rastros de Chabrier, Gottschalk, el Moszkowski más vital, o la sutil luminosidad de Chaminade; mientras en el discurso general destaca la sólida direccionalidad y expansión expresiva de Anton Rubinstein.  

Patricia Arauzo interpretó el Concierto de Serrano como lo que es, una obra bella, sentimental y emocionante en la que el piano transita por un paisaje sonoro variopinto como un peregrino ensimismado. Arauzo ama la obra, la ha estudiado al dedillo y posee sobrada competencia técnica para alcanzar una ejecución no objetable. Y también ejerce la necesaria fuerza de convicción para arrastrar consigo a los profesores de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y a Néstor Bayona, un director que, obviamente, cree en la obra de Serrano y exprimió al máximo los siempre exiguos tiempos de ensayo. La amable acústica del Auditorio Ciudad de León contribuyó al merecido éxito de la interpretación. 

Otro estreno muy grato fue el de Égloga - Impresión sinfónica (1918) de Rogelio Villar (León, 1875 - Madrid, 1937), un crítico musical cuya reluctancia a los neoclasicismos le ha valido la etiqueta de 'reaccionario', la cual conlleva a menudo el 'sambenito' de retrógado y enemigo del progreso. Pero en el arte no existe el progreso: los valores estéticos derivan de un conflicto de intereses y nada en ellos remite a la realidad material. Rogelio Villar era un periodista y ensayista sólidamente formado, de prosa fluida, que sabía argumentar y siempre dejaba claro que no escribía sobre lo que desconocía. Sus opiniones y perspectivas apenas diferían de las de los musicógrafos conservadores portugueses, franceses, italianos, ingleses, norteamericanos, o germanos, y sus argumentos tienen tanto peso como los de la élite de este grupo europeo. 

Villa era un compositor de sólida formación, académico y conservador que adoptó con solvencia muchos estilemas modernos franco-germánicos como se aprecia en esta 'impresión sinfónica' de nítida direccionalidad narrativa, competentemente orquestada, y de grata escucha, que me siento tentado a vincular con la 'dureza' de Tiefland de Eugen d'Albert. Hasta que estalló la 1ª Guerra Mundial las 'estéticas bárbaras' -sean de dónde sean- se consideraban (y siguen siendo consideradas) 'vanguardistas' de modo que Égloga tiene que se considerada necesariamente 'moderna', con independencia de cuáles fuesen los sistemas de creencias de Rogelio Villar. 

El lenguaje de Égloga entra dentro del repertorio internacional frecuentado por la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias de la que Néstor Bayona extrajo sus mejores posibilidades, y gustó al público. Por duración, plantilla y estilo, Égloga es una obra de fácil encaje en los programas sinfónicos convencionales y es deseable que se pueda escuchar de nuevo por otras orquestas y no sea 'flor de un día'. 

Tras el reestreno de Égloga, la segunda parte del concierto fue completada por la Sinfonía nº 4 en mi mayor (1878) de Pedro Miguel Marqués (Palma de Mallorca, 1843 - Madrid, 1918). A principios del siglo XXI, el ICCMU (Instituto Complutense de Ciencias Musicales), con el patrocinio del Gobierno de Baleares, publicó las cinco sinfonías de Marqués -en edición práctica (etiquetada erróneamente como 'edición crítica') de Ramón Sobrino- amparadas en una campaña de promoción que consideraba este corpus como un pilar del sinfonismo español de la época de la Restauración Borbónica. 

Como explica Manuel Gómez del Sol en las notas al programa de este concierto: 

Las páginas de la Sinfonía 4 en mi mayor demuestran una extensión conservadora de la música sinfónica francesa anterior a la Guerra Franco-Prusiana. Su plantilla orquestal, su expresividad tímbrica y melódica, y su claridad formal no disimulan la influencia instrumental de los compositores franceses [que Marqués trató en París: Berlioz, Bizet, Thomas, Gounod o Meyerbeer]. En sus cuatro movimientos, con fidelidad al modelo clásico-romántico, es posible rastrear muchos de los rasgos universales del sinfonismo centroeuropeo y una amplia diversidad de gestos arquetípicos de la escritura orquestal al gusto burgués del Segundo Imperio francés (1852-1870). Ni español ni de vanguardia. Mesdames et Messieurs, vive la France!

Efectivamente, la Sinfonía en mi mayor de Marqués se adapta a los estándares de Ambroise Thomas y los maestros del academicismo del Segundo Imperio. Pero Marqués carecía, como compositor y como instrumentador, de la pericia técnica y retórica de los maestros parisinos: la orquestación es torpe y sectorial, en ocasiones burda copia de los procedimientos habituales de los compositores parisinos en su música de foso. El discurso carece de direccionalidad y de impulso, limitándose a un árido 'voy y vengo' que irremediablemente conduce al hastío. De hecho, cada uno de los movimientos parece una obertura teatral independiente. 

Me consta que Bayona puso todo su interés en programar esta Sinfonía y que se esforzó en resolver los errores de la edición antes de iniciar los ensayos, pero con un material musical tan endeble las limitaciones de la Orquesta del Principado adquirieron protagonismo. 

Hay que tener en cuenta que las ambiciones sinfónicas de Miguel Marqués se toparon con la escasez de orquestas sinfónicas competentes en la España (y en la mayor parte de Europa) de su época. Las orquestas, fuesen municipales o gestionadas por montepíos, estaban dedicadas principalmente al repertorio ligero aunque esporádicamente interpretasen obras de gran formato. Y a este repertorio ligero pertenecen las dos lindas composiciones que completaron el programa: el Capricho-Scherzo (1872, orquestación de Casimiro Espino) de Soledad Bengoechea (Madrid, 1849 - Madrid, 1893), y el Vals de concierto para piano y orquesta (reestreno en tiempos modernos) de Emilio Serrano. 

Es probable que ambas tuviesen como destinatarios pequeñas orquestas de café o las algo más nutridas orquestas de balneario. Por su estructura, sentimentalismo y brillantez, el Vals de concierto de Serrano es una deliciosa obra típica del repertorio de balnearios, lo que explicaría que no se hayan podido localizar datos precisos de su composición y estreno. Araúzo hizo una interpretación vivaz y emotiva de este 'bomboncito musical', que no exigía más que oficio y buen gusto. Tras el concierto, recomendé a Manuel Gómez del Sol que preparase la edición de la partitura pues la obra es óptima para incorporar a los programas festivos, estivales y navideños de las orquestas españolas, que están conformados por pequeñas perlas de la música ligera para orquesta. 

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