Reino Unido
El piano y las campanas de Rachmaninov en Londres
Agustín Blanco Bazán

Gran noche para Rachmaninov gracias a la Filarmónica de Londres y su director de orquesta principal, Edward Gardner. En la primera parte, la audiencia apreció la virtuosa actuación del pianista Leif Ove Andsnes en el Tercer concierto opus 30. Virtuosa por su técnica, su sensibilidad y rechazo a los manierismos melodramáticos de algunos exhibicionistas que tanto parecen impresionar a muchos públicos de la actualidad.
Como todavía lo hace Martha Argerich, Andsnes se acomodó frente al piano como si estuviera sólo en una sala de ensayos frente a la razón de ser de su arte. Y sus manos se incorporaron al primer movimiento con un tacto sobrio, mágicamente relajado y sin tensiones. Así lo pide Rachmaninov con esa indicación de “ma non tanto” de este Allegro inicial que según él “se compuso por sí sólo” pero que reconocidamente es una de las piezas más difíciles de la literatura pianística. En el Intermezzo, la fusión entre la mesura y el virtuosismo fue asegurada por Gardner con un balanceado comentario de vientos a las figuraciones pianísticas y en general, una interpretación que evitó cualquier malentendido exceso post-romántico para luego reservar un retorno fulgurante al tema inicial antes de lanzarse al vigoroso Finale. Alla breve. Con tiempos seguros, pero nunca sobreenfatizados, solistas y orquesta progresaron, después de la palpitante y casi espectral reminiscencia de uno de los temas del primer movimiento a una gloriosa recapitulación final. Aquí sí hubo una pasión tan espontánea como la que puso de pie al público que pareció como catapultado por el gesto final de la batuta.
En la segunda parte, coro y orquesta explotaron en las “campanas de plata” de la sinfonía coral Las campanas con formidable sincronización y control de dinámicas en el fortissimo de orquesta y coros, que siguió a una luminosa introducción donde todos los sonaron tan vitales como nítidos y diferenciados: piccolo, flauta, arpa, celesta, cuerdas, etc., realmente como las campanillas de trineo que el compositor quiere figurarnos. Y el tenor Dmytro Popov se incorporó con voz de clarín y un entusiasmo casi de hincha de fútbol en un final extático.
Las nupciales “campanas de oro” del segundo movimiento se apoyaron en algunos inquietantes y sugestivos sforzando en contraste con la radiante y segura voz lírica de Kristina Mkhitaryan, una nueva voz para agregar a la pléyade de grandes jóvenes cantantes del conservatorio de Moscú.
En las “campanas de alarma” del tercer movimiento, el oscurecimiento cromático de las campanas ya anticipado al final del segundo movimiento, se intensificó con el formidable crescendo dramático enfatizado por el gran coro filarmónico con una especie de Dies Irae de pánico y desesperación. Y en el movimiento final, las campanas doblaron en respuesta a la lúgubre meditación del bajo-barítono (un palpitantemente expresivo Kostas Smoriginas), con un tañido sombrío e implacable, mientras la orquesta se entregaba, tranquila e inexorable a la conmovedora melodía final. Decididamente, la Filarmónica de Londres y Edward Gardner saben cómo luchar contra la defectuosa acústica del Royal Festival Hall londinense para lograr resultados capaces de hacernos olvidar en qué sala estábamos.
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