España - Andalucía
Estreno de “El gitano por amor” de Manuel García
José Amador Morales
El Teatro Cervantes ha comenzado su actual temporada lírica con un título que supone el primer resultado ostensible, esperemos que de muchos más, del proyecto Ópera Estudio de Málaga. Una iniciativa impulsada por el barítono Carlos Álvarez y el director de orquesta Carlos Aragón que, con el apoyo de diversas instituciones públicas y privadas, pretende fomentar el talento de jóvenes cantantes de ópera ofreciendo un repertorio diverso bajo la guía de destacadas personalidades del género que actuarán a manera de docentes y una experiencia tanto a nivel personal como a nivel profesional del proceso completo de producción de una ópera, desde la concepción inicial hasta la representación final. De esta forma, la idea es que cada temporada, Ópera Estudio de Málaga lleve a cabo una convocatoria pública a nivel nacional e internacional, destinada a seleccionar las voces de óptima calidad y que mejor se adapten a los diversos roles de la obra elegida para su producción.
A estas singulares características de la primera puesta en escena de la temporada malagueña se ha unido la mera elección del título, ya que la ópera en cuestión, El gitano por amor de Manuel García, pese a estar compuesta en 1829 no había sido estrenada como tal, ni tan siquiera publicada su partitura. Según el propio director musical, Carlos Aragón, se trata de una importante aportación del famoso compositor y cantante sevillano, reconocido internacionalmente en su época no solo como intérprete del genial Rossini sino también como autor de notables óperas.
De hecho en años recientes, hemos asistido a la recuperación de obras de García tan relevantes de su catálogo como Don Chisciotte, La mort du Tasse, I tre gobbi o I cinesi. En el caso que nos ocupa, El gitano por amor constituye una de sus últimas obras, escrita durante el viaje en barco de Veracruz a Cádiz tras una gira por México, cuyo manuscrito ha sido conservado hasta ahora en la Biblioteca Nacional de París.
Según el mismo Aragón, esta obra refleja una madurez artística sorprendente y un estilo fresco y brillante que demuestra que el maestro García estaba al tanto de las corrientes compositivas de su tiempo. Su estilo se asocia al belcanto clásico, evocando a Rossini y Mozart, al tiempo que incorpora las innovadoras técnicas de la grand opéra francesa salpicadas con un toque típicamente andaluz, a través de tonadillas y seguidillas que le otorgan un sello distintivo hispano. El hecho de estar compuesta totalmente en castellano convierte a El gitano por amor una ópera excepcional por lo insólito en su contexto.
Precisamente el citado y extraordinario valor filológico de lo que supone un estreno mundial en toda regla como el que comentamos y más aún con el perfil tan concreto y tan meritorio del proyecto con el que ha sido llevado a cabo, la función que comentamos estuvo lastrada por el mismo motivo. Esto es, el libreto, de relativo valor literario y sobrecargado de impostados giros poéticos resultó incomprensible por más que el público se esforzara en seguir los vitales sobretítulos; pero es que al mismo tiempo hacía imposible una musicalidad pocas veces conseguida y casi nunca natural.
El argumento, basado en una novela ejemplar cervantina, propone el clásico triángulo amoroso entretejido con la típica farsa dentro del hermético estamento social previo a la Revolución Francesa. No obstante el libreto lo concreta con demasiadas reiteraciones y escenas que a buen seguro que habrían merecido las “tijeras” de la mayoría de directivos teatrales de su época y que aquí han prevalecido en virtud del valor filológico del estreno.
Dicho de otra forma: se ha optado por lo literal antes que por lo teatral. Algo que podría ser comprensible a priori pero no tanto visto el resultado final, sin duda monótono y por momentos demasiado tedioso.
A nivel interpretativo, y dadas las circunstancias del proyecto Ópera Estudio de Málaga ya comentadas, nada que reprochar a los músicos participantes. Es más, podemos afirmar que la iniciativa ha resultado todo un éxito. Pero todo lo anteriormente expuesto sobre la endeblez del libreto fue en detrimento -por lo agotador- de algunas partes, especialmente en el caso de Elías Torricelli, ya que lastró e hizo evidenciar las carencias de una actuación en términos generales muy meritoria.
Del resto del reparto destacaron en sus cometidos el extraordinario Baldaquín de Javier Povedano, muy bien resuelto tanto en lo canoro como en lo escénico, al igual que la Rosita de Suzana Nadejde, de atractivo timbre y fraseo, y un idiomático José Ángel Florido como Manolo. Carlos Álvarez se reservó el breve cometido final de Marqués del Pino, muy adecuado en su pose tan aristocrática como experimentada.
Carlos Aragón hizo un enorme trabajo de acompañamiento a las voces, ímprobo en el caso de una orquesta de conformación tan bisoña -puede que demasiado- que, no obstante, fue de menos a más, desde una obertura incomprensible melódicamente que hizo temer lo peor hasta un final más que digno. La puesta en escena de Emilio Sagi, con su típica abundancia de sillas, fue atractiva estéticamente y resolutiva en cuanto a movimiento de actores, aunque no alcanzó a rellenar los numerosos vacíos y caídas de tensión que ofrecía el libreto.
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